¿Ha gobernado la izquierda en Guatemala? ¡Claro que sí! (3era parte)
Por Julio Abdel Aziz Valdez
Calificar el golpe de Estado de 1982 como de derecha responde a la narrativa de izquierda que se implantó en ese tiempo, la idea era dividir la realidad en dos. Si se era de un bando, por definición se estaba en contra del otro, con todo y que claramente los oficiales a cargo de la junta de gobierno provisional habían señalado la corrupción de sus predecesores y que ello más que solventar el conflicto armado, lo estaba atenuando.
Hubo persecución legal contra algunos funcionarios acusados de represores y responsables de muertes y secuestros, pero -y ahí la discordancia cognitiva-, igual condenaron la violencia subversiva y prometieron perseguirla con las armas en la mano, pero también con los cambios estructurales necesarios. Se permitieron los primeros consejos de representantes indígenas, una visión multicultural muy temprana y se elevó la carga tributaria para hacerle frente al abandono de las áreas donde precisamente había florecido el discurso de la revolución. Claro está que en el discurso, es mejor reducir este periodo de la historia a represión brutal.
El cúmulo de contradicciones, incluyendo las religiosas que se manifestaron en la Semana Santa de 1983, provocan que la cúpula militar recurra al golpe de Estado, esencialmente para retomar el proyecto original de renovar la institucionalidad y legalidad, de ahí que en agosto de 1983 se produce el golpe de Estado encabezado por el ministro de la Defensa, el General Humberto Mejía Víctores y el 1 de julio de 1984 se llevan a cabo las elecciones para la Asamblea Nacional Constituyente, que será la encargada de redactar la nueva Constitución.
Si bien es cierto que en dicha asamblea la extrema derecha obtuvo 23 escaños, el centrismo se hace con 21 y la Democracia Cristiana se ubica como la tercera fuerza con 20 escaños, a estos se suman 10 del Partido Revolucionario. Lo atípico de este momento es que por primera vez hay pluralidad en las expresiones partidarias, los partidos tradicionales ahora comparten con los de reciente creación. Fue este abanico de ideologías lo que permitió la formulación de una constitución que trajo al traste las aspiraciones de la guerrilla comunista, porque permitió no solo consolidar la democracia y la república como sistema, sino que mando el ejército a realizar la tarea encomendada por su naturaleza, combatir la subversión armada que pretendía alcanzar el poder político.
Por si había dudas de esta Constitución, reconoce la pluralidad cultural de la nación y manda a protegerla. Constituye la Procuraduría de Derechos Humanos y fortalece el órgano verificador del proceso electoral, y otras muchas leyes e instituciones que sustentan la institucionalidad actual.
Claro está que no proclama la expropiación ni divide la sociedad en clases, pero reafirma el principio liberal de igualdad ante la ley. En resumen, la población encontraba en ella una alternativa para su desarrollo, esto no gustó a quienes aun creían que la alternativa era imponer un modelo clasista.
El primer logro de esta Constitución fue amparar las elecciones generales de noviembre de 1985 y legalizar la victoria en las urnas al partido de izquierda socialcristiana, valga la redundancia, la Democracia Cristiana Guatemalteca o DCG, todo en medio de algarabía y un gran sentido cívico. El reto estaba dispuesto, cómo gestionar al Estado con la nueva Constitución, con un conflicto armado aún vigente, con la expectativa de los votantes y con la premura de las organizaciones civiles de la guerrilla para acelerar las contradicciones que finalmente permitieran una victoria sobre su enemigo acérrimo.
Con la DCG en el poder, inicia toda una historia que nos lleva hasta hoy. La izquierda conformada por políticos, militantes y académicos, que en principio rechazan la opción de las armas, pero, siempre estarán dispuestos a la utilización del discurso clasista para movilizar a la llamada masa con tal de imponerse.