Octubre Negro: un año después
Por William Kawaneh
Hace un año, Guatemala vivió lo que hoy conocemos como el «Octubre Negro», una serie de eventos desafortunados que marcaron nuestra historia reciente.
En este contexto, la izquierda logró manipular la mente de muchos jóvenes ingenuos, presentando falsas promesas de un estilo de vida sin esfuerzo, derechos sin fundamentos y oportunidades para que los mediocres sobresalieran. Esa narrativa atrajo tanto a personas inocentes como a quienes buscaban excusas para la inactividad, y terminó desatando una ola de caos y destrucción.
El movimiento que en aquel entonces se hacía llamar «Semilla», liderado por comunistas y resentidos sociales, decidió llevar la situación al límite. Utilizaron a jóvenes recién llegados a la mayoría de edad, a personas resentidas que desconocen el valor del trabajo, y se valieron de la manipulación, extorsión y compra de voluntades, sobre todo en las comunidades del interior del país. Además, vendieron a Guatemala a intereses extranjeros, permitiendo que potencias foráneas intervinieran en los asuntos nacionales.
Pese a las circunstancias adversas, el Ministerio Público, con valentía y bajo el mandato de la ley y de Dios, comenzó a investigar el evidente fraude electoral que permitió que un candidato fraudulento llegara a la segunda vuelta. Ante esta acción, la respuesta del movimiento Semilla fue desatar el «Octubre Negro»: una serie de bloqueos que afectaron gravemente a la economía del país, especialmente a las comunidades más pobres, las mismas que decían defender.
Los bloqueos no solo causaron pérdidas millonarias, sino que también cobraron vidas debido a la falta de acceso a servicios de salud y medicamentos. Las familias que dependían del trabajo diario para sobrevivir se vieron gravemente afectadas, sin poder siquiera adquirir alimentos básicos.
Los protagonistas de estos actos, que se autodenominaban valientes, en realidad actuaban bajo la influencia de ideologías extremas y sustancias que promovía la izquierda. En los primeros días, intentaron mostrar los bloqueos como un acto democrático, utilizando a jóvenes universitarios para generar una imagen de ternura y reivindicación social. Sin embargo, a medida que la violencia real emergía, muchos de esos jóvenes se retiraron, dejando al descubierto el verdadero rostro de los organizadores: resentidos y manipuladores que no habían superado las derrotas pasadas.
Estos grupos, actuando como verdaderas organizaciones criminales, extorsionaron y agredieron a los ciudadanos que solo querían trabajar para subsistir. Mientras tanto, una minoría privilegiada, que disfrutaba del teletrabajo, parecía ver los bloqueos como vacaciones, realizando actividades recreativas como clases de yoga en plena crisis nacional. Su desconexión con la realidad contribuyó a prolongar el sufrimiento de una Guatemala que estaba sangrando.
No fue sino hasta que surgieron movimientos de guatemaltecos honestos, hartos de la situación, que la ciudadanía comenzó a defender su derecho a la libre locomoción, tal como lo protege nuestra sagrada Constitución. Estos esfuerzos, espontáneos y dispersos, se convirtieron en un símbolo de resistencia frente al caos que vivíamos.
Muchos guatemaltecos, aquellos que valoramos la libertad por encima de todo, nos organizamos para tomar acción. «Antes muertos que esclavos seremos» fue el lema que nos impulsó. Empresarios, académicos y defensores de las ideas de libertad decidimos actuar. La libertad no tiene sentido si solo se enseña en las aulas; es nuestra responsabilidad profesarla y defenderla en el mundo real.
Una de esas acciones ocurrió en el punto de bloqueo en CAES, a la altura de Pizza Vesuvio. Allí, un grupo de valientes, después de casi dos horas de enfrentamientos, logramos liberar la vía. A mí, personalmente, me abrieron la cabeza con una piedra, y un amigo fue quemado intencionalmente con la intención de asesinarlo. Sin embargo, con determinación, logramos despejar el área, lo que sirvió de inspiración para que otros ciudadanos hicieran lo mismo en diferentes puntos del país.
Aquellos héroes, a quienes hoy puedo llamar mis hermanos, permanecen en el anonimato, llevando vidas normales, pero con un fuego interior que los motiva a mantener una Guatemala libre de cualquier amenaza extranjera.
Los leones de Guatemala están listos para responder al llamado de la libertad. Como bien diría un amigo, sería una terrible idea despertar a estos guerreros. La libertad tiene un precio, y estamos dispuestos a pagarlo.