¡Somos el pueblo!… ¡Obedezcan!
Julio Abdel Aziz Valdez
Que fácil suenan en la boca de un político estas palabras. Una regla no escrita es que en una elección, si un candidato gana es porque el pueblo lo eligió. Los que votaron por los perdedores, al parecer no llegan a la categoría de pueblo, por lo que fácilmente se puede llegar a la idea, equivocada por supuesto, de que pueblo es un concepto numérico.
Para la izquierda en sus delirios, pueblo son los que están con ellos. Así de sencillo, en esta nueva era no importa si se vive en un barrio alto o en uno marginal, si se es ladino o indígena, si se es hombre o mujer. Todos, absolutamente todos los que apoyan a sus candidatos y sus agendas son el pueblo, y por supuesto, le atinan cuando afirman que defienden y representan al “pueblo”, porque su idea no tiene qué ver con número, sino con la invención de esa imagen de pueblo.
Les pongo un ejemplo claro: en los últimos 4 años de gobierno se estableció con cierto grado de certeza que el gobernante es homosexual y que su pareja le acompaña en esta gestión, lo cual no es nuevo. Todos los gobernantes han estado acompañados por sus parejas. Aun así, los detractores, muchos de ellos de la izquierda pro lgtbiq, lo insultan por homosexual, utilizando el regionalismo “hueco” (sinónimo peyorativo usado en Guatemala para referirse a un homosexual).
Obviamente, el término abiertamente peyorativo se convierte en aceptable si proviene de alguien de izquierda, y ¿por qué? pues bien: porque “no es del pueblo”.
La izquierda ha impuesto la narrativa de que el pueblo es el que decide, una consigna que se repite con mucha frecuencia. Pero ojo, volvemos a lo anterior, eso no tiene nada que ver con términos numéricos, sino con construcciones mentales.
Esto es evidente en todas las manifestaciones que se han producido por la supuesta defensa de la democracia, del voto y contra la Fiscal General, que en realidad son a favor del partido Semilla, y ante la poca convocatoria recurren al concepto ideologizado de “pueblo”.
Hay incluso una manipulación conceptual peor, evidente cuando logran traer indígenas para acuerpar dichas manifestaciones y se refieren a ellos como “los pueblos”. Asimismo, usan “los territorios”. El concepto “ciudadano” no les sirve de nada y súbitamente, el ideal colectivista se manifiesta en personas particulares, algo extremadamente tendencioso.
Basta con poner el siguiente ejemplo: las amenazas de los ya famosos 48 Cantones de Totonicapán, la Alcaldía Indígena de Sololá y el Parlamento Xinca, tres organizaciones indígenas que tienen en común lo más evidente: la anteposición de su identidad étnico cultural.
Pero además, cual desfile de Independencia, asumen que su sola presencia es la manifestación de la conciencia colectiva, o colectivista de lo indígena, cuando en realidad no son más que organizaciones que parasitan de discursos esencialistas, ciudadanos, vecinos o vaya, simples seres humanos que no se aceptan iguales a los demás seres humanos. En efecto, existe la creencia que son los portadores del fuego sagrado de la corrección política.
Todo un entramado de narrativas lastimeras o mejor dicho victimistas que asumen que por su naturaleza prístina de “mayas” se les debe obedecer. “Total, ellos son los dueños originales de todo alrededor”. La izquierda globalista hambrienta de sujetos alternativos y diversos, logró hacer de este discurso etnocentrista un reclamo político. Los medios de comunicación esperaban con ansias que los “mayas” se manifestaran. Esta es la prueba de que se viene el final de los tiempos.
Pues no, no importa como vistan o el tipo de cargos que digan poseer, no son mas que ciudadanos y la demás ciudadanía no les debe nada, y tienen derecho a manifestarse como todos, pero eso no los hace inmunes legalmente al daño que ocasionen a los demás, sobre todo cuando limitan o impiden el derecho a la libre circulación.