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Michelle Molina

Michelle Molina

Soberanía condicionada: cómo la cooperación extranjera secuestra a Guatemala

16 de junio de 2025/en Opinión/por Michelle Molina

Michelle Molina Müller

En los últimos años, Guatemala ha sido proyectada en el escenario internacional como el campo de una supuesta «lucha por la democracia», promovida por medios de comunicación, ONG y organismos extranjeros que se autoproclaman defensores del Estado de derecho. Sin embargo, detrás de esta fachada de nobleza, se esconde una estrategia sistemática de intervención ideológica. La ayuda extranjera ha dejado de ser un puente solidario para convertirse en un bisturí ideológico, destinado a rediseñar la institucionalidad guatemalteca al servicio de intereses foráneos.

Uno de los ejemplos más claros de esta dinámica es el caso del partido Movimiento Semilla. Desde sus inicios, este partido fue presentado por medios afines como una fuerza antisistema que venía a limpiar la política de corrupción. Sin embargo, investigaciones presentadas por el Ministerio Público revelaron una serie de irregularidades graves en su conformación, financiamiento y operación, incluyendo la contratación de entidades de dudosa legalidad y la inscripción con firmas falsificadas. En lugar de valorar este proceso judicial como un ejercicio legítimo de legalidad e institucionalidad, actores internacionales —incluidas embajadas, agencias de cooperación y organismos multilaterales— reaccionaron con alarma, calificándolo de «golpe judicial». ¿Por qué? Porque desmontaba la narrativa del «cambio democrático» que ellos mismos promovieron y financiaron.

Ahora bien, este no es un caso aislado. En América Latina, la cooperación internacional ha sido utilizada como un canal para insertar agendas ideológicas bajo la máscara de ayuda humanitaria. En Guatemala, este patrón se ha intensificado con actores como USAID, que ha canalizado millones de dólares a estructuras como fundaciones, observatorios y medios digitales que no rinden cuentas ante el pueblo, pero sí responden a objetivos e intereses políticos muy bien definidos.

Con esos fondos se sostiene toda una red de medios digitales, observatorios, ONG y estructuras paralelas que operan como brazos ideológicos de un modelo de «democracia selectiva». Así, se celebran los procesos solo si producen resultados afines a las ideas progresistas globales. Esta red funciona como un filtro de legitimidad política, validando o deslegitimando actores nacionales según su alineación con una agenda internacional.

Un ejemplo reciente de este tipo de presión lo vimos con las nuevas sanciones impuestas por la Unión Europea contra ciudadanos guatemaltecos. Bajo el argumento de «defender el Estado de derecho», la UE sancionó ciudadanos guatemaltecos, señalados por resistir la narrativa dominante. Estas sanciones, lejos de ser neutrales o jurídicas, responden a un patrón de castigo político, pues buscan intimidar y excluir de la vida pública a quienes no se alinean con la visión ideológica que potencias extranjeras promueven en Guatemala. No es la primera vez que esto ocurre, y todo indica que tampoco será la última.

Ahora bien, una de las realidades más silenciadas es que muchos actores políticos vinculados a la guerrilla del conflicto armado han sido sostenidos económica e ideológicamente por esta cooperación. Sus vínculos con antiguos cuadros guerrilleros están documentados, y el financiamiento que reciben tiene un claro sesgo político. Nunca se ha tratado de buscar una reconciliación o justicia auténtica, pues muchos de ellos han aprovechado estos fondos para ocupar espacios de poder con una nueva narrativa. En otras palabras, ahora no son combatientes, sino supuestos defensores de los derechos humanos y de la transparencia. La ayuda extranjera, en este contexto, funciona como sistema de recompensas para quienes colaboran con el rediseño ideológico del país.

¿Quién define qué?

La pregunta de fondo es ineludible. Debemos preguntar: ¿quién tiene la legitimidad para definir qué es democracia en Guatemala? ¿Los ciudadanos guatemaltecos, a través de sus instituciones y procesos legales? ¿O una red de embajadas, ONG y consultores internacionales que operan con millones de dólares?

La verdadera soberanía no se limita a controlar el territorio. Implica también resistir las imposiciones ideológicas disfrazadas de cooperación. Y eso incluye la posibilidad de cuestionar el uso instrumental de la justicia, la infiltración del sistema educativo, la manipulación del discurso público y la captura de medios por intereses progresistas globales.

Guatemala debe escribir su propio guión

Es hora de abandonar la narrativa infantil y simplista que divide al país entre «héroes democráticos» y «fuerzas oscuras del pasado». Guatemala no necesita más tutelaje, ni más fondos condicionados a cambios estructurales dictados desde afuera. La democracia no se construye con ONG patrocinadas ni se impone con diplomacia intervencionista. Mucho menos puede surgir de quienes reciben sueldos de agencias como USAID mientras dictan a los guatemaltecos cómo deben pensar, votar o vivir.

Guatemala tiene el derecho —y el deber— de recuperar su soberanía institucional. Esto comienza por desenmascarar la estructura de poder que se esconde detrás de la «ayuda» extranjera y desmantelar las redes ideológicas paralelas. Que el futuro del país lo decidan los guatemaltecos, no los emisarios de una agenda ajena, pues la «ayuda extranjera», lejos de ser ayuda, ha sido una enfermedad. Ninguna nación puede llamarse libre si permite que su institucionalidad sea escrita desde el extranjero.

Etiquetas: coyuntura, injerencia
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