Los 100 primeros días de Trump, por Berit Knudsen
Berit Knudsen
El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca encontró al mundo en una tensión sostenida, la guerra en Ucrania persistía, conflictos abiertos en Oriente Medio y fricciones económicas con China. Pero una arquitectura multilateral –debilitada– ofrecía marcos de cooperación. Instituciones como la ONU, OMS o la OTAN sostenían un frágil equilibrio, con Estados Unidos conservando su posición de garante del orden liberal desde 1945.
Durante su campaña, Trump prometió restaurar la grandeza estadounidense, una economía fuerte, cierre de fronteras, relocalización industrial y una paz internacional inmediata. Con la consigna de “America First”, ofreció resultados sin concesiones ni equilibrios institucionales. Atacó a las élites globalistas, organizaciones multilaterales y la llamada agenda progresista, denunciando la ideología de género, afirmando que existen solo dos sexos, defendiendo la familia, propiedad privada y libertad de expresión como pilares de los derechos humanos. No obstante, el alcance de esa libertad ha sido puesta en duda con mecanismos de censura selectiva desde el Ejecutivo.
El resultado de los 100 primeros días ha sido una transformación tanto política como en el modo de ejercer el poder. Con 140 órdenes ejecutivas se ha desmantelado agencias como USAID, recortado programas sociales con el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), encabezado por Elon Musk. El objetivo es reducir el aparato federal y neutralizar el “Estado profundo”, debilitando controles burocráticos heredados.
El impacto económico del 2 de abril, “Día de la Liberación”, fue inmediato. Anunciados como jugada patriótica, los aranceles de 10 % a todas las importaciones y 145 % a los productos chinos, desataron el caos financiero con el S&P 500 cayendo más de 9 % en una semana. Los bonos del Tesoro se depreciaron, encareciendo el crédito por la profunda incertidumbre. Lejos de una bonanza, los indicadores anticipan una posible recesión, con plantas industriales que debían mudarse a Estados Unidos paralizadas por falta de personal calificado, empresas como Apple declaran inviable la fabricación en suelo nacional y compañías de microchips buscan alternativas en India. Las promesas industriales enfrentan las severas limitaciones estructurales del sistema.
En política exterior Trump ha dado un giro radical, retirándose de la OMS, la Corte Penal Internacional, desfinanciando el Acuerdo de París, cuestionando el papel de la OTAN y el FMI. La diplomacia multilateral se ha sustituido por relaciones bilaterales bajo una lógica de fuerza. Europa observa con preocupación el deterioro de la relación transatlántica, en América los vínculos con Canadá y México son frágiles; mientras Panamá cede a las presiones comerciales. Trump busca liderar un nuevo orden, pero su política transaccional lo aísla frente a aliados históricos.
Objetivos como terminar la guerra en Ucrania y los conflictos en Oriente Medio persisten, con nuevos focos en Cachemira tensionando a India y Pakistán. La guerra comercial con China escala, amenazando con extenderse a Taiwán. Las sanciones dificultan la planificación de empresas en el mundo, afectando cadenas de suministro globales.
Trump ha consolidado una narrativa en defensa de valores tradicionales: combate los discursos de género, impulsa leyes para restringir contenidos en plataformas digitales y respalda demandas judiciales contra el “adoctrinamiento progresista”. Esta agenda sostiene su base leal, pero pierde el apoyo independiente. Con una aprobación del 41 %, su poder está en juego ante las elecciones de medio término, donde tradicionalmente la oposición gana terreno en el Congreso.
Lo que se presentó como restauración del liderazgo estadounidense se ha traducido en disrupción. El orden prometido, hoy se manifiesta como fragmentación institucional y aislamiento internacional, en una carrera para lograr resultados apresurados.