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Mary Peralta

Mary Peralta

¿Y si los robots funcionan mejor que el ser humano?

9 de diciembre de 2025/en 24/7, Opinión/por Mary Peralta

Mary de Peralta

Desde la antigüedad, filósofos y teólogos han coincidido en que el hombre vive entro dos polos: lo que es y lo que quisiera ser. Tiene una conciencia capaz de imaginar la perfección, pero una realidad llena de limitaciones lo acompaña.

Esa tensión constante entre deseo y realidad lo vuelve conflictivo y contradictorio. Como decía Pascal: “El hombre supera infinitamente al hombre”, es decir, nunca le basta con lo que tiene, porque hay en él un animal herido, que presupone que nada es suficiente.

Muchas veces, aunque posee cosas, logros y reconocimiento, experimenta una carencia interior. San Agustín lo expresó magistralmente: “Nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

Este vacío no se llena con dinero, placer o poder, porque no es un vacío material, sino espiritual y existencial.

El problema se polariza, cuando la ilusión de la competencia nos lleva a preguntarnos quién tiene más, quién llega primero o quién ya lo logró. Y esa competencia constante destruye la paz interior. El ser humano, siempre, al mirarse en el espejo de los otros, pierde su identidad, y termina corriendo detrás de metas que nunca lo sacian.

El resultado es una sensación de insuficiencia. Y el único antídoto es estar enamorado y encontrar en el poder del amor la saciedad absoluta. Pero el cerebro reacciona y pide más, algo más constante y sonante, que empieza a sustituir el poder de la pasión.

Y aquí entre usted y yo, la plenitud no viene de “tener más”, sino de ser más”. Cuando el ser humano vive alineado con su propósito interior, deja de competir y empieza a cooperar, deja de desear cosas y empieza a cultivar sentido.

Pero el ser humano es un misterio en conflicto consigo mismo, y hemos entrado a una época que pareciera brillante por tanta tecnología y tanta comodidad; comparada con tiempos pasados, donde la cultura puede adquirirse muy fácilmente y donde la ignorancia campea en todos los ambientes.

Y todo esto debido a la lucha silenciosa entre lo que se posee y lo que se anhela. Y es que el hombre ha aprendido a conquistar el mundo exterior, pero tiene una fractura interior que no apacigua, debido a que las luces que conquistó, nunca se apagan, y considera que aún dormido debería intentar resolver toda la maquinaria interior que representa su futuro; a lo cual no se ha acostumbrado a percibir como certero.

Ha explorado los cielos, los mares y la luna, pero no ha explorado su propio corazón. Su grandeza técnica ha crecido, mientras su sabiduría se ha marchitado. Y así vive, dividido: poderoso hacia fuera, y pobre hacia dentro.

Nuestra época confunde la plenitud con la posesión. Nos enseñaron que “más es mejor”. Que el éxito se mide en cifras, y que el valor humano depende del rendimiento. Hemos dejado de amar por la prisa de correr hacia el objetivo material.

Nos saciamos de estímulos, pero quedamos vacíos de propósito. Corremos sin rumbo, acumulamos sin razón, competimos sin alegría.

La sobreabundancia de bienes materiales no alimenta el alma; al contrario, la anestesia. El placer inmediato se convierte en una droga que oculta por un instante el vacío, pero lo agranda después.

Y cuando el alma no tiene una raíz espiritual, se vuelve nómada: cambia de placer en placer, de persona en persona, de logro en logro, buscando algo que no sabe nombrar.

Y esa plenitud que tanto buscamos no se consigue conquistando el mundo, sino reconciliándose con uno mismo. Ese camino de regreso comienza cuando el hombre deja de mirarse en los espejos ajenos y vuelve a escuchar su voz interior, la que le recuerda que fue creado con propósito y no al azar.

Plenitud podría ser vivir en coherencia entre lo que se piensa, lo que se siente y lo que se hace. Es descubrir que no basta con existir: hay que ser. Y poder reconocer la propia fragilidad, volver a amar con la misma entrega que una vez tuvimos y mirar hacia lo eterno.

Podríamos concluir que el hombre ni siquiera ha resguardado su capacidad de creer en Dios. Dios pareciera que ya no le sirve. Su entendimiento se ha corroído, se ha estropeado, como una brújula que no sirve, su aguja apunta a donde quiere y no hay una dirección correcta.

Dice la Biblia: “Todas las cosas son puras para los puros, más para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas”.
Tito 1:15

El proceso comienza conociendo la verdad, pero resistiéndola una y otra vez voluntariamente, hasta que Dios los entrega a una mente reprobada. Romanos 1:28

El resultado, incapacidad para discernir entre lo bueno y lo malo. Lo que para Dios es pecado, para ellos es “libertad o “derecho”. Esta es una fe que se ha llenado de basura, como una moneda que por fuera brilla como oro, pero bajo la prueba de fuego se detecta que estaba llena de mucha escoria y no tiene valor.

La conciencia no regenerada es parte de la corrupción total del entendimiento y no puede ser confiable. Una conciencia no regenerada también puede estar cauterizada y necesita la renovación del Espíritu.

Por lo cual no os adaptéis a ese mundo, sino transformaos mediante la renovación de nuestra mente, para que sepáis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto “Romanos 12:2

Creo que la mejor herencia para nuestros hijos es enseñarles a volver a la voluntad de Dios.

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https://247prensadigital.com/wp-content/uploads/230504_01.jpg 550 1100 Mary Peralta https://247prensadigital.com/wp-content/uploads/logo-2.svg Mary Peralta2025-12-09 12:28:132025-12-09 12:28:44¿Y si los robots funcionan mejor que el ser humano?

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