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Fredy Abed Alabi

Fredy Abed Alabi

La Paz es producto de la Civilización

22 de julio de 2025/en Opinión/por Fredy Abed Alabi

Por Fredy Abed

Hay muchas cosas que disfrutamos gracias a la Civilización, por citar escasamente algunas: La Justicia, La Libertad, el reconocimiento de los Derechos Naturales, la creación de riqueza y el ahorro, la comunicación escrita y por lo tanto la Historia, etc. En fin, la lista es inconmensurable. 

No cabe duda de que al principio, aunque siempre fuimos de naturaleza gregaria, los humanos tuvimos una conducta cuyas improntas fueron básicamente la supervivencia, los instintos y las pulsiones biológicas.  El cobijo, la obtención de alimentos y su disposición entre los semejantes, creó una primitiva suerte de colaboración social. No existía aún el entendimiento del acuerdo y por lo tanto esta ancestral organización tenía que ser jerarquizada; y sin lugar a duda esto sucedió por medio del uso de la fuerza. Seguramente funcionó muy bien, pero los grupos humanos distintos, al competir por satisfactores, siempre escasos, no debieron aceptar fácilmente el sistema. No hace falta poder trasladarse en el tiempo para saber que esto derivó en violencia. Pero la mayor capacidad de unos sobre otros de crear soluciones de manera fácil y eficiente, llevó obligadamente a abandonar la violencia como única vía de beneficiarse de las habilidades y recursos de otros, y nos condujo a la magia del intercambio.

Aún así, la Ley del más fuerte era difícil de abandonar porque la forma más rápida y fácil de hacerse con lo necesario era arrebatarlo a los demás. ¿Qué era lo lógico entonces?: Había que ser el más fuerte, o, al menos, lo suficientemente fuerte para disuadir del uso de la violencia de unos contra otros. Esta carrera pudo haber beneficiado a algunos, sin duda, pero aquella antigua sociedad no solo no se enriqueció, sino soportó la pérdida de muchísimos de sus miembros. Finalmente entendimos que cooperar es beneficioso y que para eso necesitamos acuerdos.  Surgen entonces valores que se comparten; se establece la dicotomía del bien y el mal, dependiendo del efecto beneficioso o pernicioso de las acciones; se desarrollan códigos éticos y emerge el sentido de la Justicia, y su herramienta que es la Ley.  

Intento tras intento las leyes y acuerdos que rigen la relación entre los pueblos se rompen, principalmente porque el principio de “igualdad frente a la ley” deja de ser conveniente para el más fuerte, que no resiste conseguir su propósito a través de la violencia. Ese fallo es la historia de la Humanidad, y así llegamos a la Primera Guerra Mundial. La convivencia de varios imperios que competían por los recursos de Asia y África; las tensiones entre los diversos nacionalismos, consecuencia de la relativamente reciente invención de los “estados nacionales”; las diversas alianzas que se caracterizaron fundamentalmente por los “cambios de bando” de la manera más extraña; todo difícil de entender, sobre todo por no tener más sentido que conseguir poder y recursos. Más aún cuando vemos que el “detonante” resulta ser menos creíble, como lo fue el asesinato del archiduque austro-húngaro Francisco Fernando.

La conflagración se termina con un tratado, el Tratado de Versalles, un supuesto acuerdo sin consenso que pone fin a las hostilidades señalando culpables absolutos, y sometiéndolos al pago de enormes reparaciones económicas, que sometieron a los vencidos  a pérdidas territoriales y a la pobreza sin posibilidad de desarrollo. Así fue como en 1920 se funda la Sociedad de Naciones, impulsada por el presidente de Estados Unidos Woodrow Wilson y, que paradójicamente, nunca se unió al cuerpo internacional. Fue un gran fracaso como era de esperar: no evitó la invasión japonesa a Manchuria; la invasión italiana de Etiopía; la Guerra Civil Española; y sobre todo la tragedia mundial que causó el Nazismo.

Se dio paso a otro intento: La Organización de las Naciones Unidas. Una entidad que incluye a todos los países del mundo, pero en donde los asuntos relacionados con la Paz y la Seguridad solo pueden ser vinculantes si se debaten en el Consejo de Seguridad. Las decisiones se toman por mayoría simple; aunque, cosa importante, en el Consejo hay cinco miembros permanentes que tienen el privilegio de vetar cualquier resolución. Pese a esta arbitrariedad, desde el inicio, los estados miembros han ido gestando una Jurisprudencia Internacional, un Derecho Internacional, un Derecho Internacional Humanitario, un Derecho Penal Internacional, Tribunales Internacionales (como lo fue el tribunal de Nuremberg en su momento), acuerdos, protocolos, prácticas constantes que se convierten en Costumbre Internacional, etc., etc., etc.

Súbitamente hay un manotazo en el tablero que hace volar en pedazos todo este “orden mundial”. Nuevamente el más fuerte ejerce su poder, y todo el sistema basado en reglas para todos se vuelve basura. Campea la mentira, el engaño, la impredecibilidad, la injusticia, se desechan los valores y principios, se justifica todo hasta lo más repugnante de la barbarie, se vuelve a calificar de “moral” cualquier crimen, la vida humana deja de ser objeto de salvaguardia, en fin, una crisis caótica en todo su esplendor. Con paradojas tan increíbles, como ver a profesionales del Derecho agregando combustible a este cuelmo ardiente,

Uno de los principios fundamentales de una Sociedad libre, es el cumplimiento de los contratos. Estos no se rompen. Se cumplen. Son susceptibles de cambio, se pueden rescindir, se pueden renovar incluso con nuevos términos. Pero se necesitan nuevos contratos. Lo que no se puede es decir que se acatan y no hacerlo, o peor aún hacer de caso que no existen.

Aún no hemos cosechado la Paz como fruto de la Civilización, y no parece que exista manera de aplicar acuerdos al más fuerte. El más fuerte continuará usando la violencia y no los acuerdos cuando éstos no le favorezcan.

Creo que es poco lo que podemos hacer los mortales comunes y corrientes, excepto mantener vivo nuestro pensamiento crítico y, al menos, nuestra libertad intelectual.

Etiquetas: historia, reflexiones, valores
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