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Javier Payeras

Javier Payeras

La importancia de llamarse real

27 de junio de 2025/en Opinión/por Javier Payeras

Javier Payeras

Nada más difícil de hallar como la coherencia, nada es más complicado. Una persona coherente es una suerte de peso muerto que las sociedades se cansan deben llevar; un espejo del que todos huimos porque nos insulta y nos muerde. Son la minoría absoluta, y lo admito, duele en la raíz del alma sentir que cada minuto avanza hacia su obsolescencia programada. Los coherentes se apagan como las luces que se van quemando, apenas titilan… ni siquiera anuncian que se mueren, solamente se apagan.

Aceptémoslo, a esta altura del siglo somos incapaces de sobrellevar la realidad y en la medida que los años pasan esta se ha vuelto insoportable. Estamos prácticamente conectados todo el día y es algo ruinoso, la comunicación que fue un milagro tecnológico anticipa hoy un desastre humano. Un rebaño inconsciente que opina todo el tiempo acerca de todas las cosas, un tribunal mediocre capacitado para sentir a través de la transparencia de la mass media. Es imposible que no suceda algo íntimo que no quiera hacerse público; una neolengua de solitarios capaces de irse a la cárcel, no por sus principios (eso es algo boomer como diría nuestra pixeleada descendencia), sino por alcanzar un clickbait. La cumbre de la guerra moral es colocar un par de buenas publicaciones en alguna red social que tenga la suficiente reproducción como para botarle el café encima a los siempre ensañados malignos enemigos del buen vivir. Sin embargo, la ponzoña del insulto o de la funa no pasan de la viscosa exposición de una imagen pública expuesta ante el tribunal inquisidor que cada mañana se levanta con los dos pies izquierdos puestos en la vida, listos para  cazar cualquier cosa que les indigne en ese momento,  colocándose desde muy temprano la mitra en la cabeza y tomando solemnemente su teléfono con las dos manos para rastrear esas declaraciones misóginas, racistas, homófobas, pro-vida o antivegetarianas que haya esgrimido el exhibido del día, y que luego de zampar muy explícitamente su no necesariamente bien redactada opinión del asunto, deja correr el agua del inodoro donde ese noble gesto fue parido con la dificultad propia de sus necesidades corporales. Pero no sucede nada en realidad, las personas señaladas pueden comprender que quitar el agua al pez es algo tan simple como alejarse de la Internet y darse de baja del mundo digital. Pienso que lo realmente maravilloso que tiene esta Edad Massmedia es, que, a diferencia de las otras, hoy podemos desconectarnos de la realidad virtual y entrar a la vida real, ustedes disculpen el mal chiste de una rima aguda.

En el frágil territorio de lo real y de lo irreal existe siempre una superstición, utilizamos el desencanto como un amuleto. Si anticipamos nuestro fracaso quizá convoquemos a las grandes fuerzas del éxito para que nos ayuden a “vibrar alto”. Le debemos grandes avances a la ignorancia, es por su constante y permanente presencia en cada aspecto de la vida contemporánea que hoy más que nunca, se hace más fácil elegir y opinar; todo está a la mano, así que podemos dejar el sentido común como principio rector y esa enorme responsabilidad de ensamblar la suma de todas las partes para buscar una verdad, pues, ¿pa qué…?, si metemos la pata nos declaramos ignoramus y listo, que otros se hagan cargo de apagar la hoguera que descuidamos y que terminó incendiando la montaña. Nuestra incoherente conducta ante la vida nos hace atrincherarnos en unas cuantas tribus de emoticones que al igual que nosotros no soportan otra luz que no sea la inmaculada bombilla blanca de nuestra habitación.

Así es como llegamos a este punto en el que este breve ensayo se convierte en un petitorio mínimo: VEAMOS. Sí… veamos… No es fácil vivir con los ojos abiertos, porque es muy difícil mantenerse despierto. El poeta latino Horacio menciona en su Arte poética que a la poesía se llega vencido. Tras esta declaración podemos comprobar que nada es nuevo, que nada ha cambiado, que, aunque existen mutaciones en las formas de representar la realidad, ésta siempre será la misma cosa. Sólo despiertos nos acercamos a la imagen poética, esa que no es ni un panfleto ni un ojalá ni un debería… Simplemente es un acto, eso tan parecido al silencio de las formas o de los crucigramas, eso que no busca interpretar nada ni obedecer nada, esa manera subversiva de existir sin dar explicaciones. Tal cosa es exponer, no dar explicaciones. Tal cosa es la coherencia, esa distancia que existe entre la apariencia y lo real. Tal cosa es la forma, la suma de todos los fragmentos dispersos que recomponen un espejo.

Etiquetas: cultura, literatura
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