La deshumanización del contrario
Por Fredy Abed Alabi
Uno de los entretenimientos más exitosos en la televisión fueron las series llamadas “western”, que mostraban un oeste norteamericano del siglo XIX, donde básicamente se defendían la seguridad, las fronteras, la ley y el orden, y la supervivencia en medio del salvajismo y la violencia de los “indios americanos”. Estos últimos aparecían con el torso desnudo, pintarrajeados, montando sus apalusas y aterrorizando con sus “alaridos de guerra” o “war cries”; o en cuclillas sobre el cadáver de uno de los “buenos”, mientras que con impresionante habilidad le arrancaba la cabellera.
Nada causaba más placer para el televidente que ver caer muerto a uno de esos salvajes. Observar a las mujeres indias, corriendo en sus campamentos, mientras cargaban a sus hijos para salvarles el pellejo en el momento en que el ejército, o unos vaqueros, llegaban a disciplinar a esos miserables, era una escena que no solo no nos conmovía, sino que nos daba la sensación de triunfo y alegría. A nadie le importaban.
En el anterior relato, el efecto se consigue a través de la deshumanización de uno de los bandos, y así, la vida, los hijos, las tierras, la cultura, la Historia, etc., de un bando se logran ver no solo superiores a los del otro, sino, incluso, se llega a la negación de la misma existencia del último.
La deshumanización del contrario es un fenómeno perfectamente estudiado, tanto desde el punto de vista histórico, como político, psicológico, religioso, sociológico o étnico entre otros. Nótese que digo del contrario y no del prójimo, para esquivar la discusión sobre quién es el prójimo. Debate que pese a que parece innecesario es ya de larga data. Fue Jesús, en la parábola del “buen samaritano”, quien para quienes pertenecemos a la cultura greco-latina dejó claro quién es el prójimo. En la parábola, un hombre medio muerto en el camino fue visto con indiferencia por un sacerdote, y luego por un levita y ninguno se apiadó de él; fue un samaritano, miembro de un pueblo despreciado por los demás, quien se detiene, cura sus heridas, le lleva a un lugar seguro y paga por su cuidado, sin importarle la identidad del desafortunado.
En este punto de mi reflexión, es muy interesante el caso mencionado por la antropóloga Margaret Mead y que ella considera como un ejemplo del surgimiento de la Civilización. Es el hallazgo, en un yacimiento arqueológico prehistórico, de un fémur humano fracturado y sanado de forma correcta y funcional. Valga decir que en un mundo animalizado y médicamente hablando, una fractura completa de fémur es una condena a muerte, porque implica dolor extenuante e imposibilidad para movilizarse y buscar alimento y protección. Los signos claros de reparación ósea alineada y funcional solo pueden explicarse mediante la sobrevivencia gracias al cuidado, alimentación y protección por otros. A la connotada antropóloga le pareció esto como un signo de Civilización, antes que otros signos como las herramientas de piedra o el sedentarismo.
Pese a estos hermosos fundamentos de la evolución humana, la deshumanización, desgraciadamente, tiene raíces históricas profundas. Solo algunos ejemplos:
-Los griegos llamaban bárbaros a los no griegos. Incluso no aceptaron el cristianismo de Jerusalén por considerar la circuncisión un acto barbárico, hasta que se redefinió (revisión que ha sucedido y sigue sucediendo en absolutamente todas las religiones que existen hasta hoy) la respuesta a la pregunta ¿quién es un cristiano?
– Hasta hace poco tiempo, y aún ahora, las religiones caracterizaban a “los otros” como infieles, inferiores e impuros.
– Las cruzadas, con la expresión “Deus vult” (Dios lo quiere) combatieron a los diferentes, incluyendo a los cristianos orientales de Constantinopla, asesinando a muchos y saqueando la Ciudad.
-El colonialismo europeo y su expansionismo, con la excusa de que los colonizados eran inferiores, salvajes e incivilizados.
– La esclavitud en general.
– En ese contexto ocurrió la persecución de los judíos con varias excusas basadas en la deshumanización de los mismos.
– Todas las llamadas “fobias sociales”, que no son más que manifestaciones de prejuicios criminales, como la judeofobia, la islamofobia, la xenofobia, diferentes tipos de racismo, etc., et., etc.
Según David Livingstone Smith, estudioso del tema, la capacidad de cometer actos de violencia extrema contra otros seres humanos, pudiendo llegar al exterminio, tiene como clave la deshumanización, “un proceso mental mediante el cual no solo se odia al otro, sino que se lo percibe como no humano”. Este reemplazo en la naturaleza del contrario no es solo retórico; el estado alterado en esta percepción se vuelve de tal fuerza realista, que quien lo experimenta ya no está consciente de que es una construcción, y lo vive como si fuera parte real del mundo externo. Este proceso, según el autor, es la única manera como se logra la eliminación de otros sin el más mínimo recato ni objeción de conciencia. Con una terrible característica: se puede masificar.
Para varios autores este fenómeno, por llamarlo de alguna manera, se basa en: la creación de estereotipos; socialización, ya que se aprende desde temprana edad por influencia de la familia, la educación y por los medios de comunicación; enseñar el “miedo al otro”, como una amenaza (económica, cultural, religiosa o de seguridad); creación de un enemigo inferior para reforzar una identidad; búsqueda de un culpable externo sobre cualquier suceso negativo; invisibilización del otro, mostrándolo sin rostro, sin identidad, sin Historia o cultura e incluso negando sus valores; adjudicar al contrario, de forma generalizada, características repugnantes mientras que quienes promueven esto se atribuyen virtudes heroicas; etc.
Son innumerables las tragedias que han sufrido los diversos pueblos a través de la Historia, y muchas de ellas han ocurrido frente a espectadores indiferentes al dolor ajeno. Sin hablar de la ironía que es leer que hubo dioses que ordenaron masacrar a los contrarios incluyendo ancianos, mujeres y niños. O propugnar castigos colectivos o la idea de que todos son culpables incluyendo los niños recién nacidos. Darle valor a la vida de unos y no a la de otros. ¡Qué obscenidad!
Después del Holocausto se dijo: ¡Nunca más! Nunca más a otro exterminio. Nunca más al odio racial, étnico o religioso. Nunca más guardar silencio ni mirar hacia otro lado frente a la injusticia y la violencia contra poblaciones vulnerables. Nunca más fue una consigna para mantener viva la memoria, prevenir futuros crímenes de lesa humanidad, y responsabilizar a quienes los cometan.
Todo, absolutamente todo lo que la humanidad ha logrado, pierde sentido si no se prioriza la Vida sobre cualquier otra cosa.
Finalmente, si se elige profundizar en el tema, doy a manera de referencia la siguiente literatura: Teoría del aprendizaje social, de Albert Bandura; Teoría del conflicto realista de Muzafer Sherif; Teoría de la identidad social de Tajfel y Turner; Miedo al otro, de Edward Said, muy recomendable de leer; Ideologías autoritarias y prejuicio, de Adorno y Desinformación y propaganda, de Hannah Arendt, muy recomendable.