Los últimos minutos de aliento
Los últimos minutos de aliento
El haber servido sin retribución económica en acciones humanitarias desde 1,982 a muchas instituciones de emergencia en Guatemala, nos ha permitido a muchos voluntarios vivir experiencias que pocas veces podrán ser experimentadas por un ciudadano promedio. Estos momentos han sido quizás entre muchos otros los más difíciles de nuestra carrera, especialmente para aquellas personas que se han visto expuestas a la última batalla con la enfermedad terminal, accidentes, y hechos de violencia. Esos últimos minutos en los que nos hemos convertido en mudos testigos del fin de la existencia humana; y que, pese a nuestros mejores esfuerzos, unos en salas de urgencias médicas, otros en condiciones inimaginables, no hemos logrado revertir. Estas experiencias se viven en el día a día por profesionales de la salud, personal de primera respuesta, personal de enfermería e incluso por algunos sacerdotes en calles, avenidas, carreteras y a un costado de la cama de un paciente en su domicilio o un hospital.
Los que decidimos servir desde muy temprana edad a las instituciones de emergencia, aprendemos que estas instituciones son el medio por el cual uno puede asistir a otras personas, las academias y los estudios de la salud nos obsequian los lineamientos de asistencia, pero la vida nos enseña otras dimensiones del servicio en las cuales la inteligencia emocional de cada persona se construye con cada evento en cual hemos procedido a brindar asistencia a un paciente terminal.
En varios pacientes terminales que pude acompañar en sus últimos minutos de vida, cuando tenían la capacidad de comunicarse con sus familiares siempre llamó mi atención escuchar relatos y conversaciones con familiares ya fallecidos, incluso compartir a sus familiares al costado de cama que les habían visitado con antelación otros ya fallecidos. Algunos familiares que acompañaban al paciente le indicaban que sus ancestros ya estaban fallecidos, ellos con mucha lucidez y paz narraban que estas personas les habían visitado y conscientes del tiempo presente insistían que sus padres, hermanos, hijos u otros ya fallecidos les habían visitado. En algunos casos el desconocimiento suele molestar algunos mientras que otros se quiebran al escuchar estos relatos.
En el año 2,021, posterior a la pandemia del 2,019, pude tener acceso a uno del informe del Doctor Christopher Kerr, médico y neurocientífico, una de las autoridades mundiales en el estudio de las experiencias del final de la vida. En su publicación «Los sueños de los moribundos: El encuentro con el sentido y la esperanza al final de la vida». Quien narra con profunda delicadeza ese proceso en el cual nos lleva a todos a un punto de reflexión donde los pacientes en sus últimas horas o minutos de existencia tienden a conectarse con las personas que más importaron en su vida.
Aunque muchos profesionales de la salud están conscientes de que el deterioro corporal de un paciente y su alteración de consciencia puede verse relacionada con las neurotoxinas y el PH en el proceso terminal, coinciden en algo que pude incluso evidenciar en las últimas horas que acompañé a mi padre, mi suegra y tantas otras personas que he querido y visto partir al sueño eterno. Por alguna extraña razón las personas que tienen la oportunidad de llegar conscientes a sus últimos minutos de vida y con la capacidad de comunicarse con nosotros nos compartirán la visita de aquellas personas que amaron y han perdido.
Por muy complejos que sean los tiempos y difícil que parezca la pérdida de un ser amado, siempre si nos detenemos a pensar veremos como esas noches de tormenta y obscuridad se transforman en pequeños rayos de sol, en el cual los recuerdos de los bellos momentos compartidos nos roban entre lágrimas y la quietud del silencio una sonrisa de gratitud al que emprendió el último viaje.
A la memoria de aquellos que acompañamos en sus últimos minutos de aliento.