Incertidumbre y un Orden Global en Pausa
Berit Knudsen
El escenario internacional atraviesa una de las etapas más volátiles de las últimas décadas. Mientras la guerra en Ucrania sigue sin una solución visible, el conflicto en Gaza entra en una fase crítica, con una crisis humanitaria agravada y negociaciones estancadas. Las tensiones entre India y Pakistán han rozado niveles alarmantes, y la escalada militar de China en torno a Taiwán convierte al estrecho en un potencial epicentro de confrontación global. En África, las guerras civiles en Sudán y el Sahel profundizan el colapso institucional en vastas regiones del continente.
Aunque los focos de atención suelen centrarse en estos puntos calientes, existen otros conflictos de menor visibilidad pero igualmente desestabilizadores, que se extienden desde el Mar Rojo hasta los Balcanes, y del Cáucaso a América Latina.
Paralelamente, el sistema económico global enfrenta una fase de reconfiguración. Las cadenas de suministro se fragmentan, la confianza entre potencias comerciales se erosiona, y los aranceles resurgen como herramientas de presión geopolítica. El ascenso del proteccionismo, liderado por Estados Unidos y replicado por otras economías, obliga a los países a rediseñar sus estrategias industriales, diversificar socios y proteger sectores clave. La globalización, en su forma tradicional, parece estar en pausa.
En este contexto inestable, el papel de Estados Unidos es determinante, pero contradictorio. Donald Trump ha desplegado una intensa actividad diplomática en múltiples frentes: treguas en Asia del Sur, contactos indirectos entre Ucrania y Rusia, negociaciones con Irán, reinicio de relaciones con Siria y una ofensiva comercial contra China. Si bien ha reactivado canales diplomáticos, su estrategia genera más movimiento que soluciones, con una diplomacia de alto impacto que cataliza procesos sin concluirlos.
En Gaza, Estados Unidos apoyó el plan Witkoff para liberar rehenes y alcanzar un alto el fuego, pero el proceso permanece estancado. En Ucrania, los encuentros no generan avances concretos. China, por su parte, interpreta la ambigüedad estadounidense como una oportunidad para intensificar su presión sobre Taiwán. En el ámbito económico, Trump impone aranceles como herramienta de negociación sin ofrecer un marco alternativo coherente. La medida conocida como el “Día de la Liberación”, que impuso tarifas del 145 % a productos chinos, sacudió los mercados globales, aunque fue atenuada temporalmente por un periodo de gracia de 90 días. Sin embargo, esto no resuelve los problemas estructurales de fondo.
La sensación dominante a nivel global es de incertidumbre sostenida. Gobiernos, empresas e inversores navegan entre escenarios alternativos y estrategias de contención. Trump no actúa como árbitro, sino como un actor imprevisible que oscila entre la intervención y la indiferencia según sus intereses inmediatos. Su política exterior privilegia el impacto mediático sobre la diplomacia estructural, debilitando alianzas tradicionales y fomentando el ascenso de potencias intermedias como Turquía, Brasil o Arabia Saudita.
El orden global transita hacia una multipolaridad frágil, sin hegemonías claras y con una multilateralidad en declive. Más que resolver conflictos, la administración estadounidense parece administrar la incertidumbre, convirtiéndola en el nuevo rasgo estructural del sistema internacional contemporáneo.