Euro digital: ¿innovación o arquitectura de control?
Berit Knudsen
En medio de tensiones geopolíticas, crisis fiscal estructural y transformaciones tecnológicas, la Unión Europea avanza hacia el euro digital. Presentado como herramienta moderna, inclusiva y eficiente, el dinero electrónico diseñado por el Banco Central Europeo (BCE) es una versión digital del efectivo. Detrás de los discursos tecnocráticos, los ciudadanos se preguntan si es una innovación o una arquitectura de control que amenaza la relación entre individuos y Estado.
El euro digital no es una criptomoneda como Bitcoin, tampoco una extensión del sistema de pago digital cotidiano. Es una moneda pública digital, emitida por el BCE, monedero personal administrado con una aplicación oficial. A diferencia de las tarjetas de crédito, no habría bancos intermediarios: cada transacción podría quedar registrada bajo supervisión directa del BCE, según el modelo adoptado. Habilita un nivel de control inédito sobre cada euro circulando en el sistema, planteando serios dilemas.
La propuesta europea presenta similitudes con el yuan digital chino. En China, el dinero digital estatal permite una trazabilidad absoluta de las operaciones, programación del dinero (usarlo en ciertos rubros o establecer plazos), vinculando el comportamiento económico con sistemas de control social. Aunque la UE afirma que su modelo respetará los derechos fundamentales, la arquitectura técnica permitiría, en ciertas circunstancias, funcionalidades similares, con solo el entorno jurídico europeo como límite. Una coyuntura extraordinaria, emergencia prolongada o cambio legislativo permitiría cruzar ese umbral.
¿Por qué la Unión Europea acelera el proceso en este momento? Christine Lagarde, presidenta del BCE, encuentra la respuesta no en la tecnología, sino en la economía y la geopolítica. La guerra en Ucrania ha reconfigurado la estrategia europea de seguridad, con Estados Unidos enviando señales de repliegue. Ello lleva a Bruselas a buscar autonomía estratégica invirtiendo 850 000 millones de euros en defensa, un rearme sin precedentes, el doble de los fondos Next Generation activados tras la pandemia.
El problema es cómo financiarlo. La vieja Europa, con sistemas fiscales fragmentados y una economía estancada, no puede asumir semejante gasto sin nuevos mecanismos. Ahí surge ese euro que digitaliza la economía, permitiendo al BCE y a los Estados miembros acceder a cada rincón del circuito monetario para eliminar la evasión, forzar la trazabilidad y, llegado el caso, dirigir el gasto. Analistas advierten que, de habilitarse la programación del dinero, podría condicionarse su uso o restringir operaciones, algo imposible con efectivo.
Iniciadas las conversaciones de paz en Ucrania, ¿cómo se entiende el avance hacia una “economía de guerra” mientras se buscan soluciones diplomáticas? Las élites europeas creen necesario reconfigurar el modelo de defensa continental, incluso si cesan las hostilidades. Su financiamiento requiere una relación controlada entre el ciudadano y el dinero, dirigida y menos anónima. El euro digital avanza con menor uso de efectivo, especialmente entre jóvenes. El discurso del “pago seguro, ecológico y universal” busca normalizar la idea de actividades económicas rastreables, medibles y condicionadas. Pero el peligro radica en una eficiencia sin límites que pueda convertirse en forma de dominio. Con transacciones plenamente trazables, posibles restricciones al ahorro o usos programados del dinero, no se trataría de un medio de pago: hablaríamos de un instrumento de poder.
¿Europa usará la tecnología para construir un sistema monetario justo, ágil y resistente? ¿O caerá en la tentación de convertir el sistema en instrumento de vigilancia y sometimiento? Aunque el euro digital aún no entra en vigor, la clave está en el marco político que lo rodea. En nombre de la seguridad, transición ecológica o defensa, lo que hoy se presenta como innovación mañana podría convertirse en una herramienta de control económico nunca vista en Europa.