El Mar Negro, epicentro del poder ruso
Berit Knudsen
En la guerra en Ucrania, la estrategia imperial rusa en el Mar Negro no es improvisada. Es una obsesión histórica: controlar accesos permanentes en aguas cálidas. Una Rusia rodeada por mares helados, el Ártico bloqueado gran parte del año, un Báltico con estrechos controlados por la OTAN; proyecta su poder y comercio hacia el Mediterráneo mirando al Mar Negro. Su dominio asegura puertos libres de hielo, rutas para gas, granos y armamento, puerta que desafía a Occidente. La anexión de Crimea en 2014 consolidó a Rusia como actor dominante en la cuenca. La península, puertos y bases militares, extendieron su línea costera, militarizaron el estrecho de Kerch, con sistemas de misiles sobre la región.
El Mar Negro es visto como su patio interior, pero el tablero es complejo, un mar compartido por seis Estados y la OTAN; todos con roles distintos. Georgia, fracturada con la guerra de 2008, perdió autonomía marítima bajo presión rusa, con Abjasia y Osetia del Sur ocupadas. Moscú exhibe como trofeo el bloqueo al acceso del Mar Negro. La región separatista de Transnistria en Moldavia, base adelantada con tropas rusas, conectaría el litoral ucraniano, aunque sin salida al mar. El sueño ruso sería unir Crimea con Transnistria, corredor terrestre que consolidaría su hegemonía.
Rumania, pieza incómoda para Moscú, es miembro de la OTAN y la UE. Alberga bases militares occidentales, sistemas antimisiles como plataforma de apoyo a Ucrania. El puerto de Constanza es la salida alternativa para grano ucraniano tras bloqueos rusos. Para el Kremlin, amenaza su retaguardia, resultando difícil de neutralizar frente a la OTAN.
Bulgaria muestra una posición ambivalente, miembro de la OTAN, política interna que oscila entre gobiernos proeuropeos y corrientes prorrusas; ambigüedad incoherente para el bloque occidental. Para Moscú, es una entrada político-energética con gasoductos, influencia cultural ortodoxa, puentes blandos y presión militar.
Turquía, guardiana del estrecho del Bósforo y los Dardanelos, conecta el Mar Negro con el Mediterráneo. Como miembro de la OTAN es un árbitro incómodo, pero negocia con Moscú acuerdos energéticos y comerciales, limitando el paso de buques según sus intereses. Rusia no puede desafiar frontalmente a Turquía, perdería salidas al Mediterráneo, mezclando equilibrio, cooperación y rivalidad en su relación.
Kaliningrado, territorio ruso atrapado entre Polonia y Lituania, es un portaaviones militarizado. Su ubicación en el Báltico es estratégica, pero depende de corredores terrestres y marítimos. Moscú explora rutas desde el Báltico hacia el Mar Negro, como arco de poder norte-sur en Europa oriental. Sin rutas geográficas directas, sirve para presionar a la OTAN en el Báltico y expandirse hacia el Mar Negro.
Ello confirma que Rusia no acepta las fronteras fijadas tras la caída de la Unión Soviética. El Mar Negro es un laboratorio de confrontaciones. Rusia combina fuerza militar, presión económica, pasaportes entregados a minorías rusas y propaganda. Una victoria en Ucrania dejaría el litoral bajo su sombra, afectando la seguridad europea y la OTAN en el flanco oriental.
El Mar Negro es epicentro de la disputa imperial rusa. Para Moscú, este mar caliente rompe el encierro de mares helados, vía de acceso a rutas globales y símbolo de que, pese a sanciones y resistencia, el sueño imperial no ha muerto. Para otros actores, recuerda un equilibrio europeo delimitado en el cruce de aguas que conectan al Cáucaso, los Balcanes y el Mediterráneo.
