El hombre moderno
El hombre moderno está enajenado de sí mismo, de lo que está viviendo: y de sus congéneres. No nos gustamos ni nos gustan los demás, tememos a Dios y al mundo y percibimos la vida como una carga constante.
Este hombre moderno se ha transformado en un artículo, experimenta sus fuerzas vitales como una inversión que debe producirle el máximo de beneficios posible en las condiciones imperantes en el mercado.
Las relaciones humanas son esencialmente las de autómatas enajenados, en los que cada uno basa su seguridad en mantenerse cerca del rebaño y en tener cuidado que su pensamiento, sus acciones y sus sentimientos sean aceptados; aunque no congruentes. De ahí la absurda constante de tratar de quedar bien con los demás. Como comprando una posición en la vida, aunque sea a riesgo de perder nuestra autenticidad y usando una máscara que nos obliga a aparentar lo que no somos.
Esto produce tanto dolor emocional que es la primera causante de infinidad de enfermedades físicas y emocionales.
De la misma forma que todos tratan de estar tan cerca de los demás como sea posible, todos permanecen tremendamente solos, invadidos por el profundo sentimiento de inseguridad, de angustia y de culpa que surge siempre que es imposible acatar las exigencias superficiales y materiales de nuestra sociedad post-modernista.
Tu valor ya no lo define la ética, ni el talento, ni la inteligencia; muchas veces ni tu calidad humana. Los valores se cambiaron y ni nos dimos cuenta.
Miles de millones de personas se encuentran viviendo sus vidas inconscientes, como pequeñas embarcaciones en medio de las aguas turbulentas, dejándose llevar por cualquier viento de doctrina, que responden a sus impulsos emocionales y anhelos materiales; queriendo conquistar un mundo exterior y un culto a la personalidad que no logra satisfacer su necesidad interior.
Y es que ningún logro artificial de la grandeza humana de este mundo, será suficiente para sustituir la paz mental que sobrepasa a todo entendimiento que únicamente proviene, no de la acumulación de posesiones, sino de nuestra relación personal con Dios.
Y para sumarle a la mediocridad espiritual del post-modernismo y el exceso de Ego en que vivimos, hay además un cataclismo social en el que vivimos en donde no encontramos la respuesta de cómo vamos a enfrentar un futuro, con tanta nueva información, en la cual pareciera que los principios y valores no tienen cabida en esta nueva Agenda que encierra una disonancia cognitiva permeada por atroces desafíos devastadores.
Un extraño concepto por terminar con la familia. Nuevos sexos y nuevas sensibilidades por una ideología de género que no es plausible. El conflicto del aborto en contraste con la certeza de la vida desde la concepción, y las ideas de los que se hacen llamar progresistas que nos quieren convencer que un mundo sin reglas es lo que más nos conviene.
Nuestras barcas deberán ser empujadas por las velas donde nuestra cultura siga aferrada a los principios y valores que sustenten la estructura de la familia, y no dejarnos azotar por una fuerza cada vez más destructora, donde los vientos soplan en todas direcciones.
Pero no está siendo fácil. Es tiempo de colocarnos en posición de fuertes muros que puedan defender nuestras amadas generaciones, porque si seguimos queriendo ignorar esta terrible realidad, seguramente las habremos perdido.
Es tiempo de dialogar con nuestros hijos de lo que está sucediendo, antes que alguien más se los presente como una opción.