¡Bienvenidos a la era de los mediocres virales!
Por: Lesther Castellanos Rodas
Antes, en Guatemala, la lucha era acceder a la verdad. Los gobiernos ocultaban información, la corrupción se camuflaba en la burocracia y la justicia era un laberinto para quien no podía pagar un abogado con conexiones. Hoy, con la IA, la información está disponible al instante. Pero hay un problema aún más grande: ¿Quién “entrena” la IA y con qué intención?
Aquí el debate se vuelve peligroso. Si el conocimiento es poder, quien controle la IA, o más bien, quien sepa usarla controlará la percepción de la realidad.
Un ejemplo concreto: cuando Nayib Bukele preguntó a Grok 3 quién era el presidente más popular, la IA respondió que era la presidente de México. Esto plantea una cuestión importante: ¿En qué datos se basó para dar esa respuesta? ¿Fue un análisis imparcial de encuestas y métricas globales o una selección influenciada por sesgos en su programación? Si una IA puede determinar quién es el líder “más popular”, ¿Qué le impide también moldear percepciones sobre la corrupción, la justicia o la democracia según la información con la que ha sido alimentada? Este no es un problema de países o liderazgos específicos, sino de cómo la tecnología puede influir en la opinión pública sin que nadie cuestione sus criterios.
En Guatemala, esto es un pan de cada día. Ciertas cuentas en redes sociales intentan vender la idea de que algunos prófugos de la justicia son mártires, cuando en realidad su gestión estuvo marcada por el abuso de poder y la manipulación de procesos judiciales con fines políticos. ¿Qué fuentes alimentan o “entrenan” la IA cuando se le pregunta por estos personajes? Si la respuesta se basa en medios alineados con la ex CICIG y la USAID, entonces lo que se obtiene no es la verdad, sino una ficción ideológicamente fabricada.
Pero la pregunta más incómoda es otra: ¿Usó algún partido político IA para llegar al poder? Es innegable que algunos actores políticos contaron con un respaldo financiero gigantesco de organismos internacionales, que desde hace años impulsan cambios en Guatemala con el pretexto de la “democracia”. ¿Ese financiamiento incluyó el uso de IA para manipular la opinión pública?
Pensémoslo bien: Si la IA puede analizar redes sociales y diseñar discursos adaptados a la psicología de cada grupo de votantes, ¿Qué impide que una campaña presidencial, parlamentaria y municipal la haya usado para moldear la narrativa perfecta, vender una imagen de “cambio” y explotar emocionalmente el descontento ciudadano?
Las cifras con las que se diseñan las políticas de gobierno, es un problema de datos, pero ¿Quién genera esos datos?
Nos dicen que Guatemala sufre una crisis humanitaria sin precedentes, con indicadores alarmantes sobre pobreza, desnutrición y corrupción. Nadie niega que estos son problemas reales y estructurales. Pero, ¿Son los datos precisos o son manipulados para justificar narrativas y agendas de financiamiento?
Por ejemplo, cuando escuchamos que “el 46% de la niñez en Guatemala sufre de desnutrición crónica”, es válido preguntarnos: ¿Qué significa realmente esta cifra? ¿Implica que 4.6 de cada diez niños en todo el país están en estado de inanición o que hay una crisis generalizada en cada rincón de Guatemala?
La desnutrición es un problema serio y afecta principalmente a comunidades en condiciones de extrema pobreza, donde el acceso a una alimentación adecuada, servicios de salud y educación es limitado. Nadie niega esta realidad. Sin embargo, cuando los datos se presentan de manera alarmista y sin contexto, se corre el riesgo de convertir un problema complejo en un eslogan diseñado para justificar ciertos proyectos políticos y atraer financiamiento internacional.
Esto no significa minimizar la crisis, sino cuestionar cómo se construyen y utilizan estas cifras. ¿Quién controla los datos y con qué intereses? Si la IA se alimenta de estos informes sin un análisis crítico, entonces no está proporcionando una visión objetiva, sino replicando narrativas impulsadas por quienes financian estos estudios. Lo mismo ocurre con los índices de corrupción y los estudios de percepción: ¿Quién define qué es corrupción en Guatemala? ¿Son los mismos actores que promovieron fiscales y jueces alineados con una agenda extranjera?
Si los algoritmos de IA se alimentan de estos datos sin cuestionar su origen, lo que se obtiene no es conocimiento, sino propaganda sofisticada o simplemente narrativas impuestas.
Aquí es donde personajes como Todd Robinson entran en la ecuación. Su paso por Guatemala como embajador de EE.UU. fue nefasto. Su gestión fue clave para instaurar el experimento de “justicia selectiva” que desmanteló el Estado de derecho bajo la bandera de la lucha contra la corrupción.
No es casualidad que, durante su mandato, las estructuras judiciales fueran reconfiguradas para responder a intereses políticos externos, promoviendo la persecución de adversarios incómodos mientras se blindaba a ciertos actores afines a la agenda internacional. Ahora, con la IA, este tipo de estrategias pueden amplificarse. Si antes se necesitaban años de manipulación mediática para instalar una narrativa, hoy basta con un algoritmo bien alimentado para convertir a un corrupto en héroe y a un patriota en criminal.
Max Weber, en El político y el científico, distingue entre la “ética de la convicción” y la “ética de la responsabilidad”. La primera se basa en principios abstractos, sin importar las consecuencias; la segunda, en decisiones pragmáticas que asumen las realidades del poder. La IA está eliminando esta distinción. Hoy, un político no necesita tomar decisiones difíciles si un algoritmo le dice exactamente lo que la gente quiere escuchar.
El problema es que esto convierte la política en un concurso de popularidad basado en emociones y no en liderazgo real.
La IA no es el enemigo, pero tampoco es neutral. El problema no es la tecnología, sino la falta de criterio para usarla.
Si antes el guatemalteco promedio decía: “yo solo leo lo que me llega en redes y medios”, como excusa para justificar su pereza y su ignorancia, ahora, con la IA, esa excusa ya no sirve.
El conocimiento es poder. Pero en la era de la inteligencia artificial, el verdadero poder está en saber quién controla ese conocimiento y cómo se usa.
Así que, si quiere seguir opinando en redes sociales sin parecer un idiota útil, edúquese, cuestione, investigue. Porque en la era de la IA, ser mediocre ya no es una excusa.