Desfile ruso por la paz bajo fuego cruzado
Por Berit Knudsen
Rusia conmemoró el 80 aniversario del “Día de la Victoria” con el tradicional desfile militar en la Plaza Roja, fecha que marca la capitulación oficial de la Alemania nazi ante el Ejército Rojo, entrando en vigor a la medianoche del 9 de mayo de 1945. El “Día de la Victoria en Europa”, celebrado el 8 de mayo en Occidente, ha sido transformado por Rusia en pilar de su identidad nacional. Pero este año el acto se centró menos en el pasado glorioso, proyectando la fortaleza rusa en medio de la guerra en Ucrania.
El desfile fue una puesta en escena del poder ruso que Vladímir Putin aprovechó para consolidar una nueva narrativa histórica: la idea de que la actual guerra en Ucrania es una continuación directa de la lucha soviética contra el nazismo. Exaltó las proezas del Ejército Rojo en su discurso, acusando a Occidente de distorsionar la historia, presentando a Rusia como bastión permanente contra el nazismo, la rusofobia y el antisemitismo.
Su versión de los hechos combina el legado soviético con elementos nacionalistas y religiosos heredados del exilio zarista, justificando la invasión a Ucrania como causa moral necesaria. Desde los desfiles de antaño no solo los discursos han cambiado, sino también la geopolítica del evento.
En 2010, desfilaron por la Plaza Roja tropas de Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Polonia, países que hoy imponen sanciones a Moscú, apoyan a Ucrania y califican el evento como escenificación propagandística de un régimen beligerante. Desde la anexión de Crimea en 2014, los países de la OTAN desaparecieron de la celebración.
Este año desfilaron contingentes de trece países: siete repúblicas postsoviéticas (Azerbaiyán, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán) y seis “amigos” de Rusia: China, Egipto, Myanmar, Mongolia, Vietnam y Laos. En la tribuna, acompañaron a Putin los presidentes de Cuba, Venezuela y Brasil. Este último generó particular polémica, con Lula da Silva luciendo la cinta de San Jorge, símbolo vinculado al expansionismo ruso y prohibido en Ucrania desde 2017, interpretado como respaldo a Moscú.
Xi Jinping, a la derecha de Putin, participó con tropas chinas desfilando en un gesto de cercanía. Pero Pekín mantiene una posición ambigua: estrecha lazos con Moscú, mientras evita comprometer sus relaciones con Europa. Corea del Norte no desfiló, pero confirmó su participación militar en la región de Kursk. Irán, ausente en la ceremonia, figuró como proveedor de misiles, drones y tecnología bélica.
Venezuela y Cuba usaron la tribuna para proyectar resistencia frente al aislamiento, mientras Brasil, que intenta mostrarse como potencia mediadora, terminó involucrado en un evento dominado por autocracias. En lo militar, el desfile exhibió drones Gueran-2 y Lancet, misiles Iskander-M y sistemas antiaéreos S-400 empleados en Ucrania.
Sin innovaciones tecnológicas, el mensaje fue que la maquinaria bélica rusa sigue activa. La escena finalizó con el sobrevuelo de cazabombarderos, mientras Putin saludaba a oficiales norcoreanos.
El Kremlin busca reafirmar una Rusia heroica y asediada. Pero el aislamiento internacional es evidente. Solo un puñado de líderes autoritarios acompañaron a Putin en una jornada que, más que recordar la paz de 1945, proyectó la realidad de una guerra en curso presentada como prolongación natural.
Mientras el mundo recordaba el fin de la Segunda Guerra Mundial y sus víctimas, el Kremlin justificaba sus incursiones en Ucrania. Ello convierte lo que debería ser una fecha de paz y unión, en una muestra de fractura en el tablero global.