Desenmascarando al Progresismo en Guatemala, Parte IV – Minorías y derechos Woke
Por Salomé
En esta cuarta entrada de mi análisis, intento seguir comentando y exponiendo algunos elementos ocultos del progresismo, es decir aquello que generalmente se plantea como algo bueno, pero que en el fondo no es más que un instrumento político. Me llama la atención como el señor Bernardo Arévalo en su campaña política prometía hacer una «mayoría de minorías», este discurso encaja perfectamente en la estrategia progresista, sobre todo en la vertiente que ahora se conoce como Cultura Woke, o wokismo. Veamos.
Divide y vencerás
El objetivo de todo sistema político es eternizarse en el poder y el progresismo no es ninguna excepción. Para lograr este objetivo cada vertiente política tiene sus estrategias, en el caso de alguna corriente liberal, la estrategia podría ser simplemente hacer las cosas bien de una forma eficiente, sin gastar tantos recursos y sin entrometerse en la vida de los ciudadanos, empresas, organizaciones religiosas, etc. Sin embargo, para el progresismo es todo lo contrario, buscan involucrarse en la vida del ciudadano, se inmiscuye en cada aspecto de su vida, en su religión, incluso en su sexualidad… pero ¿por qué?
El progresismo para poder eternizarse en el poder necesita control, control sobre los ciudadanos, sobre sus decisiones (sobre su cerebro). El progresismo hereda las ideologías obsoletas de la izquierda y las adapta a las condiciones del siglo XXI. Ya los marxistas de hace cien años sabían que no podrían llegar al poder y menos retenerlo simplemente a base de un discurso, necesitaban debilitar a la población y para ello optaron por dividir.
Al inicio promovieron la división de la sociedad entre proletarios y burgueses, pero luego de todo un siglo de fracasos, se dieron cuenta que la división debería ser todavía más profunda, de ahí que surja la idea de «dividir» a la sociedad en «minorías», para abordar a cada una de estas minorías por separado. ¿Cómo aborda el progresismo a estas minorías? pues haciéndoles creer que necesitan más derechos.
Al hablar de derechos podemos comenzar diciendo que el ser humano es un ser indeterminado, ambiguo, moldeable, cambiante. El progresismo ha sabido aprovecharse de esa indeterminación antropológica para promover la arbitrariedad a la vez que deja a un lado cualquier objetividad científica, natural o tradicional (de esto hablaré en otra columna).
De aquí que uno de los principales caballos de batalla del progresismo es el llamado a la «autodeterminación», donde cualquiera tiene derecho a autodeterminarse o autopercibirse, eso lo vemos en el caso de los pueblos ancestrales, en el caso de las diversidades sexuales, etc. Lo que importa aquí es que esa autodeterminación automáticamente se traduce en un derecho a algo y como el progresismo se ha empeñado en que cualquier cosa se puede volver en algo político, esa autodeterminación se traduce en algo político que automáticamente trabaja en función de la clase política, en este caso progresista, quienes buscan capitalizar los beneficios que les pueda traer cada nueva autodeterminación.
En Guatemala esto lo estamos viendo con los diputados oficialistas, como Raúl Barrera, Elena Motta y Andrea Villagrán, quienes ya han promovido iniciativas de ley que se venden como derechos para ciertos grupos, como la iniciativa de ley de la «Menstruación digna» que se enfoca en mujeres indígenas, quienes serían las beneficiarias y por lo tanto votantes potenciales en el futuro. Sigamos.
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El progresismo por definición es hostil a todo lo tradicional, entiéndase religión, familia, costumbres, moral, valores, comportamientos e incluso sexualidad. Esto se debe a que en una sociedad como la guatemalteca donde impera un status quo donde se mantienen y promueven activamente tradiciones, valores, comportamientos, religiosidad, etc. los políticos progresistas difícilmente encuentran votos y si los encuentran les es difícil mantenerse en el poder. Esto se debe a que el objetivo principal del progresismo es una idea abstracta de cambio que necesariamente significa romper con el statu quo.
Por eso hemos visto durante todo el siglo XX como el progresismo ha promovido un relato del opresor y el oprimido. En este relato el opresor por definición es aquel que representa al status quo, es decir, aquello a lo que hay que derribar, destruir, borrar, y el oprimido es ese «beneficiario político» que es identificado como víctima a la que el político progresista debe liberar (de aquí que el político progresista se venda como una suerte de héroe cuya misión es la de liberar a los oprimidos de este sistema).
La estrategia progresista podría verse así: primero desarrolla un relato de opresor y de oprimido, por ejemplo, en el caso de hombres y mujeres han desarrollado la idea de que existe un sistema llamado patriarcado, donde el opresor es el hombre y la mujer la víctima oprimida; en segundo lugar aparece el político progresista como una especie de mesías salvador que promete acabar con ese sistema nefasto y dañino ¿y como pretende acabarlo? pues ofreciéndole derechos a las pobres mujeres oprimidas.
Lo mismo podría repetirse hablando de los pueblos indígenas, o de cuanto daño ha hecho la religión a la sociedad, o de las fechorías del capitalismo depredador y por todos lados aparecerían víctimas que necesariamente serían minorías a las que hay que salvar.
En Guatemala fuimos testigos, por ejemplo, de cómo el progresismo eligió a una persona llamada Rigoberta Menchú, le desarrolló un relato victimista (que hoy sabemos que fue tergiversado), luego una escritora le escribió un libro y convenientemente le concedieron un premio, para poder darle relevancia internacional, lo cual era necesario para promover el relato (toda una estrategia ad hoc para promover un relato). Pueblos indígenas: son víctimas oprimidas por los colonizadores, saqueadores, capitalistas, etc. Así podemos seguir con otros grupos, como los de la «diversidad sexual», quienes son oprimidos por un «heteropatriarcado normativo», etc.
A todos ellos hay que salvarlos de su opresión y para eso están los políticos progresistas, listos para llegar con derechos específicos para cada «minoría». En el caso de Guatemala tenemos al Movimiento Semilla, un ahora inexistente partido político apoyado por el Progresismo Internacional y el Grupo de Puebla, que promovió al ahora presidente Bernardo Arévalo. El mensaje de Arévalo en campaña era claro: «una mayoría de minorías», con esto puso en evidencia su estrategia.
Pero no basta con dividir la población entre hombres y mujeres, o entre pueblos originarios y ladinos, o entre heterosexuales y homosexuales, ya que la sociedad a lo largo de los siglos se las ha arreglado para generar un ambiente de convivencia donde lo que se busca es lo que nos hace similares y no lo que nos hace diferentes, este axioma no es funcional al progresismo. Para el progresismo entre más divisiones existan mejor, es decir, entre más minorías logre segregar y hacer que entren en conflicto con el statu quo (sus propias familias, sus tradiciones, su religión, sus valores, etc.) más debilita al status quo desde adentro a la vez que obtiene más clientes políticos para ofrecer más derechos.
Para ello el progresismo inventó el concepto de la interseccionalidad, una herramienta política que consiste en multiplicar las diferencias entre los ciudadanos: separar a la ciudadanía por raza, género, características especiales, como podría ser desempleo, enfermedad, discapacidad, etc. Multiplicando cada factor podríamos tener un número indefinido de minorías. Por ejemplo: mujer indígena, con discapacidad, lesbiana, con cáncer y con determinada postura respecto al cambio climático, aquí el político progresista estaría listo para elaborar derechos especiales a la medida ya que esta cliente política estaría oprimida tanto por el heteropatriarcado, como por otras mujeres blancas, como por personas que no tienen discapacidad y por las que al parecer contaminan el planeta y producen el cambio climático.
Otro ejemplo: hombre moreno bisexual en situación de desempleo, oprimido por el sistema hetero-capitalista racista, aquí podría aparecer un político progresista del tipo de Raúl Barrera o Elena Motta, quienes no dudarían en ofrecer iniciativas de ley para apoyar a esta pobre víctima del capitalismo opresor, claro está, con el único fin de obtener el voto.
Hasta aquí podemos ver que ofrecer derechos es una forma de clientelismo y proteccionismo. Se entiende que para que alguien tenga derechos, otro debe tener obligaciones, en este caso las obligaciones deben ser adquiridas por el Estado ya que, para cumplir esos derechos, necesariamente se debe tener recursos, por ejemplo, oficinas especiales para atención de esas víctimas, personal especializado con enfoque de género capacitado en políticas climáticas y claro, también se debe de disponer de ayuda material. Todo este recurso sale de los impuestos o de deuda (que también se paga con impuestos).
Esto es justamente lo que está haciendo Bernardo Arévalo: aumentando el presupuesto del Estado, haciendo que el estado crezca, está sentando precedentes que servirán de pretexto para comenzar a inmiscuirse en la vida de los ciudadanos y luego poder decirles que son víctimas porque pertenecen a una minoría. Ya lo insinuó Raúl Barrera, quién en una entrevista dijo que al llegar a las comunidades el diputado necesita ofrecer algo tangible, pero ahora el progresismo ha cambiado esas láminas, esas bolsas solidarias por derechos. El proyecto progresista no va tan rápido porque Guatemala es un país conservador y ese status quo le va poniendo trabas. Pero su objetivo está claro.
Wokismo o Cultura Woke
El wokismo es una palabra para designar una cultura producto de las políticas progresistas aplicadas en países donde llevan años de gobiernos progresistas, entiéndase Estados Unidos, Europa, Argentina, Chile, Canadá, etc. Esta Cultura Woke en los últimos años ha comenzado a entrar en Guatemala vía redes sociales, el cine, podcasts etc. La cultura Woke es en esencia la cultura de la victimización, donde se le ha hecho creer al ciudadano que es débil y que está oprimido por todas partes ya sea por su condición de mujer, de indígena, de homosexual, de desempleado, de joven, o de adulto mayor, o de adulto en crisis de los 30… por la religión cristiana, por el color de su piel, por los terratenientes, o incluso por los políticos de otros partidos que no son progreistas, etc. Y esa condición de débil y de víctima presupone que debe existir un Estado proteccionista que constantemente debe librar una lucha para liberar a los oprimidos de sus opresores otorgándoles más derechos.
Aquí podemos mencionar a uno de los axiomas del progresismo que es el DEI: Diversidad, Equidad e Inclusión. Esto se traduce como: una diversidad que no es nada más que la cantidad de divisiones que el progresismo ha logrado hacer en la sociedad, ya sea por religión, por raza, por sexualidad, etc. La equidad significa que debido a ser una minoría debes tener derechos que te equiparen con el resto. Por ejemplo, se ha promovido la idea de que una mujer por si misma no puede equipararse con un hombre y que necesita de derechos especiales para poder encontrar trabajo o poder escalar puestos en una empresa, sea en el sector privado o en el Estado, lo mismo para otras «minorías». Inclusión: sería la obligación que tienen las empresas de contratar a alguien por el simple hecho de pertenecer a una minoría.
A la persona Woke le han hecho creer que goza de una superioridad moral por el simple hecho de haberse dado cuenta que es una víctima de «x» o «y» opresor (llámese iglesia, patriarcado, capitalismo, etc.) lo que deriva en el culto al odio hacia lo tradicional: el odio hacia el legado de su pueblo, de su familia, el odio hacia las tradiciones, el rechazo hacia la religión, hacia la conducta sexual tradicional.
El objetivo final del progresismo es borrar cualquier indicio de tradición, de valor, de principios en una persona y literalmente resetearla, para que se convierta en un ciudadano débil, sin sentido de pertenencia, necesitado de cada vez más derechos, de un Estado cada vez más grande, más protector (paternalista) y ahí estarán los políticos progresistas listos para ofrecerle los derechos, esos si, a cambio de que constantemente les voten en cada elección y en caso de que no les quieran votar, siempre tienen el recurso para asustar con que «perderán derechos adquiridos». Este modus operandi es lo que se llama ingeniería social, que como dije al inicio, es la estrategia final del progresismo.
Este tema da para mucho más análisis que considero que es de suma importancia para los guatemaltecos, que estamos entrando a esta realidad política, pero que desde ya nos estamos viendo afectados por este fenómeno. La ventaja que tenemos es que ya están los precedentes en países donde los progresistas han estado por más de un período en el poder, generalmente han seguido el mismo libreto y por lo que se ha visto hasta ahora, Arévalo y su bancada van exactamente por el mismo camino.
En mis futuras columnas seguiré desarrollando este tema con ejemplos claros de las políticas implementadas por Arévalo y sus diputados oficialistas. Por ahora les dejo a su criterio que analicen, que saquen sus propias conclusiones y si piensan que estoy exagerando, los invito a ver lo que ha pasado en países como la Argentina de los Kirchner, la España de Pedro Sánchez, y ahora México de Claudia Sheinbaum o Colombia de Gustavo Petro, por citar algunos ejemplos en Hispanoamérica. Continuará.
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