De qué se trata esta vida
La vida no se mide por el número de amigos que tienes, ni por cómo te aceptan los otros.
No se mide según los planes que tienes para el fin de semana o por si te quedas en casa solo. No se mide según con quién sales, con quién solías salir, ni por el número de personas con quienes has salido.
No se mide por las personas que has conocido. No se mide por la fama de tu familia, por el dinero que tienes, por la marca de carro que manejas, ni por el lugar donde estudias o trabajas.
Tampoco se mide por tu aspecto físico, por la marca de ropa que llevas, ni por los zapatos, ni por el tipo de música que te gusta.
La vida se mide según a quién amas, y según a quien dañas. Se mide según la felicidad o la tristeza que proporcionas a otros. Se mide por los compromisos que cumples y las confianzas que traicionas.
Se trata de la amistad, la cual puede usarse como algo sagrado o como un arma. Se trata de lo que se dice y lo que se hace y lo que se quiere decir o hacer, sea dañino o benéfico.
Se trata de los juicios que formulas, por qué los formulas y a quién o contra quién los comentas. Se trata de a quién no le haces caso o ignoras adrede. Se trata de los celos, del miedo, de la ignorancia y de la venganza.
Se trata del amor, el respeto o el odio que llevas dentro de ti, de cómo lo cultivas y de cómo lo riegas. O como lo combates.
Pero lo más importante se trata de si usas la vida para alimentar el corazón de otros.
Tú y solo tú escoges la manera en que vas a afectar a otros y de eso se trata la vida.
Porque existe una gran dificultad en nosotros, y es no distinguir entre lo auténtico y lo falso a causa de la fascinación del poder y la fama. El fraude y el engaño no son nuevos: han existido siempre. Pero no ha habido otra época en que tuviese tanta importancia mantenerse en el candelero. Y en esa carrera por satisfacer nuestro Ego, es donde no logra nuestro ser interior darse cuenta que no existe meta más grande y más importante que saciar la necesidad de otro, o al menos no hacerle daño; porque el que saciare dice la Bilbia, él tambien será saciado. ¿Cómo podría ser de otro modo?
La gente está confusa e insegura, busca respuestas que le proporcionen la alegría, la tranquilidad, el auto-conocimiento y el sentido de la vida, pero quieren además que sean fáciles de aprender, que exijan poco esfuerzo o ninguno y que den rápidos resultados.
Ha habido muchos movimientos para encontrar un fácil atajo para la libertad personal y una vida con propósito. Y empezó también a formarse un mercado a gran escala. Y todo el mundo sigue y encuentra lo que quiere, cuando se le pide poco esfuerzo.
Pero lo que prometen es franca o tácitamente una transformación profunda de la personalidad, y lo que se da es una mejora transitoria de los síntomas o, a lo sumo, una estimulación motivadora y un poco de relajación para sentirse mejor, sin tener que variar mucho el carácter y la habilidad para estar saciado.
Lo que se alcanza es un carácter deshumanizador de nuestra cultura, la comercialización de todos los valores, el espíritu de la falsedad publicitaria, el deseo de conseguirlo todo sin esfuerzo y la corrupción de todos los valores tradicionales; como el conocimiento de sí mismo, el gozo y el bienestar, todo muy bien envuelto. La consecuencia es que la mente se confunde y se inunda con más engaños aún de los que tenía y trataba de expulsar.
No hace falta agregar que todos estos movimientos no encierran más ideas que la de una vulgar estrategia de venta. A pesar que hay falsedades y engaños intrínsecos, como anunciar que pueden lograrse magníficos resultados sin esfuerzo, o que el ansia de fama puede correr paralela al desinterés de ese Ego que ha crecido tanto que es incapaz de descender.
En efecto, ni Buda, ni los profetas, ni Jesús, Eckhart, ni Spinoza, eran blandos. Al contrario eran tercos realistas y, en su mayoría, no fueron perseguidos y calumniados por predicar la virtud, sino por decir la verdad. No respetaron el poder, los títulos, ni la fama, y sabían que el Rey iba desnudo, y que era Dios; y sabían que los poderosos son capaces de matar a los profetas.
Pero ese Dios sí cambiaba a la gente. Y lo sigue haciendo. Los hacía nuevas criaturas, porque la preocupación primordial del hombre no es gozar del placer, o evitar el dolor, sino buscarle un sentido a la vida.