Todos somos adictos
Todos somos adictos. Es una realidad.
La sociedad está organizada de tal forma que, en cualquier momento dado, nos volvemos adictos a algo: a hacer o a consumir cosas a las que nos acostumbramos desde niños; a ciertos alimentos, a una forma de pensar o de comportarnos, a distintas maneras de divertirnos.
En resumen, nos volvemos adictos a cualquier patrón aprendido en casa o desarrollado por medio del entorno a lo largo de nuestras vidas. Todas estas condiciones moldean lo que somos y nuestra vida cotidiana, definiendo una tendencia a adicciones potenciales, incluyendo las mortales.
Si este es el caso, ¿cómo puede una persona liberarse de una dependencia nociva? Porque el cigarrillo, el vape que es sumamente tóxico para los pulmones, o los analgésicos vienen a ser temas que se nos han vuelto normales.
La Escuela de Medicina de Harvard define adicción como una “pérdida del control sobre la indulgencia de una substancia o en la realización de alguna acción o conducta, y el afán continuo de seguir, a pesar de tener consecuencias negativas”. De hecho, esos resultados adversos están afectando a toda una generación. La epidemia de opioides, por ejemplo, aumentó desde 49,860 en 2019 hasta 81,806 en 2022 en Estados Unidos. Aunque dramático y preocupante, es sólo la punta del iceberg. Se estima que alrededor de 40 millones de estadounidenses, a partir de los 12 años, abusan o son adictos a la nicotina, al alcohol o a otra clase de drogas, superando la cantidad de personas con problemas de corazón, diabetes o cáncer.
La dependencia tecnológica también puede impactar la forma en que funcionamos, desarrollando síntomas similares a los del abuso de substancias. La adicción a los videojuegos, por ejemplo, ha sido clasificada como una condición de salud mental por la Organización Mundial de la Salud. Además, el 50% de la gente joven, admite ser adicta al teléfono celular, mientras que los estadounidenses en general dedican un promedio de 5 horas al día a las búsquedas por internet, según estudios recientes.
Independientemente de la fuente de la dependencia, hay expertos que opinan que el denominador común es el deseo de desconexión aunque sea temporal de los problemas, presiones, competencia y de otras influencias negativas de los círculos cercanos a los cuales estamos expuestos: familia, escuela, trabajo y sociedad.
La búsqueda de una realidad alterna es parte de la naturaleza humana. Estamos conformados por un insaciable deseo de disfrutar que constantemente crece y se renueva, que nos deja vacíos cuando no se satisface y que nos lleva a distintas adicciones para llenar el hueco. Conforme esa ansiedad se transforma en hábito, se requiere constantemente de mayores dosis, entrando a un círculo vicioso. Esta es una forma fallida de afrontar los problemas. Y esto sucede porque la plenitud de la saciedad no reside en el exterior sino en el interior de nosotros mismos.
¿Por qué la gente se resiste a reconocer esos ejemplos como adicciones?
Se debe a que están tan inmersos en cierta forma de vida que les parece natural, pero cuando pierden el control de sus vidas intentan salir de la trampa y lo encuentran extremadamente difícil, si no es que imposible. Es en este punto en el que la persona desciende al nivel vegetativo, restringiendo el deseo interno por un propósito más elevado de vida -único en el nivel humano, el más desarrollado en la naturaleza-, en vez de satisfacerlo, y no hemos definido cómo poder alcanzarlo.
A la gente le falta el elixir de la vida, la droga de la alegría. Por lo tanto, no estamos ante un problema de drogas, sino ante un problema de vacío. Nos permitimos acostumbrarnos al ruido, y lo que necesitamos es sonido.
Una cosa es ruido, otra cosa es sonido. El ruido lo produce la murmuración, la crítica, el chisme, la queja, el lamento. En el sonido de tu vida se percibe descanso, paz, sanidad, restauración.
Queremos recibir y se nos olvidó que es dando como recibimos. Si nuestra naturaleza es un deseo de recibir y este deseo no se satisface, se transforma en un mecanismo negativo de escape.
La persona es resultado del entorno. Por consiguiente, es importante verlo como factor primordial para el cambio humano. Dicha transformación es posible aislando al individuo del entorno que detonó la adicción y reemplazándolo por círculos de apoyo positivo que ayuden a la persona a reformar los hábitos previos nocivos en positivos. Equivale a instalar un nuevo programa, necesario para complementar y dar mayor satisfacción a la persona, más que la sensación artificial que obtiene a través del abuso de substancias o de cualquier otra clase de dependencia insana.
Me refiero a un tratamiento integral que requiere apuntar hacia un problema multifacético subyacente. Significa que tenemos que crear nuevas condiciones, de acuerdo a los antecedentes y a las necesidades culturales y sociales de cada persona.
En algunos casos, posiblemente se requiera un plan de rehabilitación médica, pero siempre debería incluir el remedio para todos los problemas, la droga de la vida, que está basada en la conexión positiva entre las personas. Un entorno social positivo nos puede rehabilitar y ayudar a evolucionar hacia un nivel más elevado de existencia. Ese nuevo nivel de conexiones sociales positivas es lo que la evolución nos empuja a alcanzar.
Para realizar dichas conexiones, primero necesitamos educar y promover la idea de que sólo a través de conexiones de apoyo, seguridad y calidez, la sociedad humana puede alcanzar la clase de satisfacción que constantemente anhela.
Entonces seremos conscientes del hecho de que a lo único que tenemos que ser adictos es a conquistar nuestra interdependencia en una forma positiva. Así es como la naturaleza nos creó, esa humanidad como parte de un sistema integral e interrelacionado; que debe trabajar de forma armónica y equilibrada a través del cuidado y la consideración mutuos.
Al realizar e implementar tales relaciones, podremos estar en equilibrio con la naturaleza y descubrir un tipo de satisfacción mucho más grande como resultado de esto.
Pero llevamos siglos, y no hemos aprendido nada. Porque no tenemos la astucia para vivir en paz, pero si el coraje para vivir en guerra.