El problema de la humanidad
La auto-estima está catalogada por los Psicólogos como la “Más profunda necesidad de cada Persona”.
El mundo tiene hambre de auto-estima, de su propia valía y de dignidad personal. Pero lo que verdaderamente está en juego, es la Gloria de Dios y no la dignidad del hombre. Sin embargo existe un deseo legítimo que Dios puso en las personas por encontrar el propósito y el significado de su existencia. El error es buscar en el éxito del “YO” el sentido de la vida. La teoría de la auto-estima es humanista y es una promoción del “YO”. No hay un solo héroe de la fe que alcanzó esa auto-estima que hoy nos exige el mundo. Sin embargo, la desvalorización que existe tampoco es buena.
Pablo se designó como el primero de los pecadores, miserable de mí decía, soy el más pequeño de los santos. Les dijo a los Filipenses que pensaran con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo. Advirtió a los creyentes en Roma que nadie tuviera más alto concepto de sí mismo que el que debería tener.
El ser humano tiene un problema distinto y no es la falta de auto-estima. Tiene demasiado orgullo y está demasiado herido por las carencias que considera que tiene y porque el gran obstáculo es que no se acepta a sí mismo.. “Contentos con lo que tenemos hoy», dice Hebreos, «porque no te dejaré ni te abandonaré».
Cuando nos olvidamos de nosotros mismos y nos interesamos por los problemas de los demás, la situación mejora. Entonces surge la libertad de la esclavitud del “Ensimismamiento del Yo”. Esta es verdaderamente una esclavitud el Ensimismamiento del Yo, donde surge la envidia, los celos, la competencia desleal y la increible bonzanza de la codicia.
Al retirarnos de esta esclavitud, caminamos en la libertad de contemplarse uno a sí mismo con regocijo, aceptándose como es y aceptando que hay un plan de Dios diseñado de forma individual. El mandamiento de Jesús es negarse a sí mismo, y la tendencia actual es que nos amemos y nos demos gusto en todo.
Hemos llegado a conocer en estos tiempos modernos la dictadura de la soberbia, esto sucede cuando el hombre con esfuerzo propio alcanza grandes méritos personales y aún logra vencer vicios que lo aprisionan. Pero sus corazones están dolidos, anhelando el Dios en el que ya no creen, al cual sustituyeron con el ídolo del “YO”.
Muchos cónyuges han encontrado que su pareja ya no es atractiva, y han ardido de pasión por otra persona, convencidos en el calor de su EGO, que la felicidad a la cual tienen derecho no podía encontrarse de otra manera, más que librándose de la primera pareja para tener la segunda. Y no es verdad. No sucede.
En esta misma seducción cayó Adán. Lo que no entienden es que los egoístas deseos carnales nos privan de la felicidad que tanto buscamos. La pasión de hacer nuestra propia voluntad nos ciega al hecho de que la verdadera dicha se encuentra únicamente en hacer la voluntad de Dios. Estos son los deseos engañosos, las codicias necias y dañosas porque nos seducen con placeres breves.
Pero hay un gozo en agradar a Dios, que muchas veces el hombre todavía no ha descubierto, que está más allá de todo placer de este mundo donde la tentación pierde todo poder. Hoy pareciera que rescatar la dignidad humana sólo se logra poniendo al hombre en el centro.
Negarse a uno mismo no significa el rechazo de lo que usted vale como persona, pero implica quedar lleno de Cristo, y para que esto suceda ocurre algo sobrenatural: el ser humano queda vaciado del yo egoísta.
Cuando eso sucede, el único símbolo de superioridad que es válido es la bondad.
Aquí termina la competencia, pero nace la competencia sana.
“ La competencia más sana se produce cuando las personas comunes triunfan gracias a un esfuerzo fuera de lo común.”