Cómo el progresismo nos divide – II. Antagonismos
En mi primera entrada de esta pequeña serie de artículos comenté algunas generalidades sobre el discurso y la narrativa progresista, Que, según mi tesis, más que unirnos y fortalecernos como sociedad, nos divide y nos quiere débiles. En esta segunda entrada seguiré desmenuzando los elementos del discurso progresista.
A pesar de la aparente diversidad de actores que conforman el progresismo, todos repiten el mismo patrón de argumentos antagonistas hacia el poder tradicional, y el objetivo es el mismo: desmantelar los valores conservadores que imperan en Guatemala, tanto valores tradicionales “de siempre”, es decir lo que podemos llamar paleoconservador, como los valores tradicionales que la sociedad en su proceso evolutivo natural ha ido adaptando a los nuevos tiempos, es decir lo neoconservador.
El progresismo, a pesar de no ser una estructura sólida y monolítica ha sabido encandilar con su discurso a una serie de actores que generalmente no están integrados en el tejido productivo del país, tenemos por ejemplo a influencers de TikTok, líderes comunitarios que buscan espacios políticos o incluso a amas de casa, todos encandilados con un discurso que promete, en primera instancia, acabar con la corrupción, seguido de lo cual vendrá una especie de paraiso utópico que ellos llaman «la Primavera». Juntos forman una especie de ejercito que, a veces sin saberlo, tiene como objetivo socavar la estructura tradicional de la sociedad guatemalteca.
El discurso progresista es antagónico y hostil con respecto a cualquier estructura social que considere tradicional y por lo tanto «opresora». Basta con detenerse un momento a analizar el discurso de Bernardo Arévalo, Karin Herrera, Samuel Pérez, Elena Motta, Raúl Barrera, etc. para darse cuenta que el discurso es antagónico y hostil con el sistema económico, busca demonizar al CACIF, que representa al sector empresarial “la patronal” del país, incansablemente busca convencer a la población de que los empresarios guatemaltecos «no ha podido solucionar los problemas del país» y por lo tanto es necesario cambiar de sistema, aunque curiosamente aplauden sin cesar a Washington (de donde reciben los libretos y manuales políticos), donde ¡oh sorpresa!, mandan los “globalistas”: una élite de multimillonarios que se hacen más ricos a costa de controlar el sistema económico global antes con un modelo «colonial explotador» y ahora con un sabor “progre”: con colorcitos, banderitas y florecitas, justo como les gusta a esos influencers, lideres comunitarios y amas de casa.
El discurso progresista también es antagónico y hostil con respecto a las estructuras religiosas, concretamente al cristianismo, al que consideran el foco del mal llamado patriarcado. Saben que la iglesia evangélica o católica mantiene cierta influencia en la moral y en la conciencia de la gente y solapadamente buscan minimizar esa capacidad de influencia religiosa.
El material llega sobre todo en los medios progresistas internacionales como Infobae, BBC, CNN, The Guardian, etc. donde publican cualquier cosa que pueda socavar el prestigio del cristianismo: noticias sobre sacerdotes pedófilos, pastores que se enriquecen a costa del diezmo, etc.
El objetivo es socavar todo lo que se pueda al cristianismo como tal. Luego las redes sociales se inundan de comentarios de que los valores cristianos son una farsa y una pantalla, pues los creyentes de todas maneras pecan sin cesar, como queriendo decir que mejor sería no ser cristiano.
El objetivo es el mismo: derribar otra estructura tradicional. Arévalo solapada y calculadamente habla de la necesidad de un «Estado Laico», a pesar de que Guatemala desde hace mucho tiempo es precisamente un Estado Laico, Arévalo sigue repitiendo ese mensaje que en el fondo quiere decir que, en la religión, entiéndase el cristianismo, existe un factor negativo para el país.
Por otro lado, en otro frente anticristiano, tenemos al activismo de género, representado por múltiples grupos de “sexodiversidades” que no son otra cosa que entidades sociopolíticas que buscan reivindicar «derechos» y que, aunque en Guatemala todavía no se ha puesto sobre la mesa, buscan el matrimonio igualitario, en claro antagonismo con el cristianismo.
Para ese propósito tienen medios como Quorum, donde buscan “normalizar” la idea de que la sexodiversidad merece «derechos» a la vez que se mantiene una crítica solapada hacia cualquier tipo de religión. Otro frente solapadamente antagónico hacia el cristianismo y la iglesia es el feminismo radical, que también es movilizado con manuales y libretos desde el extangero y que también conforma a otra identidad sociopolítica, y que tiene otro objetivo claro: promover la legalización del aborto, pero no porque se preocupe por algún caso de violación o de complicaciones del embarazo, sino ganar una batalla por los conceptos religiosos sobre la vida y la familia. ¿Curioso no?
Finalmente comentaré como el discurso progresista también es antagónico y hostil hacia la clase política del país. Una vez más apoyados en el andamiaje progresista internacional que ellos llaman «comunidad internacional» que no es otra cosa más que los países europeos donde gobiernan progresistas, o Canadá donde también gobierna un progresista y hasta hace poco, su caballito de batalla: Estados Unidos, en la época de Obama o Biden. Es antagónico a la clase política pues el discurso progresista repite hasta el hartazgo ciertos argumentos que no necesariamente van acordes a la realidad del país. Promueve temas como el “cambio climático”, que, si bien nos afecta, es muy poco lo que podemos hacer para combatirlo y muy poca la responsabilidad si nos comparamos con los mismos países industriales que nos llevaron a estos cambios en el clima.
También promueven hasta el hartazgo la urgencia de implementar agendas políticas de género, sexodiversidad y de derechos de cualquier tipo de entidad sociopolítica conceptualizada por ellos mismos, es decir un paquete de políticas que es necesario implementar de urgencia, aunque no correspondan a la realidad y a las necesidades urgentes de Guatemala. Lo vimos muy claro con la USAID, que promovía talleres de «nuevas masculinidades» en el Corredor seco del país, donde evidentemente las urgencias de la población son otras.
Es así como las nuevas generaciones de políticos no tienen la libertad de hablar sincera y francamente con la población a la que representan o intentan representar, pues están presionados por esa «comunidad internacional» que supuestamente es poseedora de la corrección política, que como vemos, no necesariamente se corresponde a los valores y necesidades del país.
De esta forma se crea un antagonismo entre un discurso prefabricado que busca promover valores o ideologías extranjeras con respecto a las necesidades reales y a los valores imperantes en los diferentes territorios de Guatemala.
En conclusión, lejos de promover aquel legado cultural que nos dejaron nuestros ancestros, de exaltar las tradiciones y valores que nos dotan de una identidad, lejos de unirnos en una sociedad que busca soluciones concretas a los problemas endémicos del país, que valga decirlo de una vez, de por si es una sociedad profundamente clasista tanto del lado de los “criollos” como del lado de los “indígenas”, el discurso progresista busca dividirnos aún más, quizás con el fin que el país se termine quebrando desde adentro, desde las familias, de su religión, e incluso de sus valores.
Continuará.
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