Agenda woke: la última degeneración del marxismo cultural
Por: Lesther Castellanos Rodas
Las ideologías totalitarias tienen una capacidad asombrosa para reinventarse. A pesar de sus fracasos estrepitosos y las ruinas que dejan a su paso, siempre encuentran nuevas formas de disfrazarse, adaptarse y regresar con más fuerza. En el siglo XX, el marxismo original de Karl Marx fracasó, mostrando su verdadera cara a través de desastres económicos y sociales. Pero, como si fuera una mutación, el marxismo se reinventó en lo que hoy conocemos como marxismo cultural, que no sólo es más peligroso, sino mucho más sutil en sus métodos. En pleno siglo XXI, la agenda woke se presenta como su versión más degenerada: un mecanismo de control social que busca fragmentar sociedades, destruir la meritocracia y someter a los individuos a una ideología uniforme que aplasta el pensamiento crítico.
El marxismo de Karl Marx planteaba una lucha de clases entre la burguesía y el proletariado. Sin embargo, como la revolución no se dio en las sociedades industrializadas como Marx esperaba, los pensadores marxistas fueron obligados a adaptar su enfoque. Esta adaptación dio lugar al marxismo cultural, impulsado principalmente por pensadores como Antonio Gramsci. Gramsci, uno de los pilares del marxismo cultural, entendió que el verdadero poder no se encontraba en la economía, sino en las instituciones culturales.
Para Gramsci, la revolución no vendría de una lucha directa en el campo económico, sino de una guerra subterránea en el ámbito cultural, infiltrando las instituciones clave de la sociedad como la educación, los medios de comunicación y el sistema judicial. El objetivo no era solo transformar la economía, sino dominar las ideas que gobiernan una sociedad. La agenda woke es la última mutación de esta guerra cultural. Ya no se trata solo de la lucha entre clases, sino de crear un panorama donde haya siempre un “opresor” y un “oprimido”, y donde todos deban alinearse con una ideología homogénea.
En teoría, la agenda woke se presenta como un movimiento que busca la justicia social y la inclusión. Sin embargo, como bien apuntan filósofos contemporáneos como Agustín Laje y Axel Kaiser, este tipo de ideologías no buscan la igualdad de oportunidades, sino la igualdad de resultados, sin importar el mérito. La verdadera intención es desmantelar todo lo que ha permitido el progreso social, eliminando la meritocracia y promoviendo un ambiente donde los mediocres son protegidos y los que trabajan, luchan y se esfuerzan son demonizados.
El wokeísmo no es más que una máscara de la cultura de la cancelación, que se impone bajo el chantaje emocional y financiero. Axel Kaiser, en su libro “La tiranía de la igualdad”, explica cómo este movimiento ha sido utilizado para callar cualquier voz que se atreva a cuestionar el dogma progresista. El ataque constante a aquellos que se resisten a la agenda, llamados “fascistas”, “retrógrados”, “neoliberales” o incluso “misóginos”, no es más que una táctica para silenciar el debate y establecer un pensamiento único.
Uno de los mitos más absurdos es la idea de que el fascismo es de derecha. En realidad, el fascismo nació de un movimiento de izquierda. Benito Mussolini, antes de abrazar el fascismo, era un socialista convencido. Su régimen promovió el control estatal de la economía, el pensamiento único y la eliminación de cualquier disidencia, principios que hoy están siendo revividos bajo el manto de la agenda woke. Lo que los proponentes de esta ideología no entienden es que el wokeísmo y el fascismo tienen mucho en común, si nos detenemos a analizar los principios filosóficos detrás de ambos movimientos:
- Control del Lenguaje: Si no hablas de la manera correcta (con “todEs”, “compañerEs” y el absurdo del lenguaje inclusivo), eres un enemigo de la ideología dominante. Y, si te atreves a llamar la cosa por su nombre, como lo haríamos en lenguaje común, te califican de “pendejE” por ser políticamente incorrecto.
- Supresión de la Disonancia: Si piensas diferente, eres inmediatamente un “enemigo peligroso” y el objetivo será cancelarte, de manera que tu voz quede silenciada.
- Imposición de una Moral Única: Si no celebras cada capricho de la agenda, eres un intolerante y, por lo tanto, un enemigo de la sociedad.
- Eliminación de la Meritocracia: Lo importante ya no es lo que logras, sino si cumples con la “identidad correcta” o “si te siente bien, si no es mucho esfuerzo para ti”. Esto está directamente en contra del principio de mérito, que debería ser la base de una sociedad justa.
Por lo tanto, cuando un woke te llama “facho”, lo que realmente está diciendo es: “No te sometes a mi ideología totalitaria, así que debes ser eliminado”. Es una forma moderna de fascismo que no tiene lugar en una sociedad libre.
En lugares como Nueva York y California, el wokeismo ha llegado al punto de eliminar los exámenes de admisión en escuelas de alto rendimiento porque los resultados no eran “inclusivos”. ¿La solución? No mejorar la educación, sino bajarla de nivel para que todos “se sientan bien”. Es un ejemplo claro de cómo la mediocridad se institucionaliza bajo el pretexto de la justicia social.
En Guatemala, aunque aún no hemos llegado a los extremos de países como Estados Unidos o España, la infiltración del wokeismo ya se está notando en algunos sectores. Los colegios que promueven una educación exigente son acusados de “elitistas”, y cualquier intento de los docentes por imponer disciplina es visto como un acto de opresión. Las madres, en lugar de aceptar que sus hijos no se esfuerzan y que tienen mala actitud, prefieren culpar al sistema, a los maestros y, por supuesto, al “capitalismo”.
En Argentina, Javier Milei se ha levantado como una figura que desafía la agenda woke y las políticas de subsidios. Con su mensaje claro de reducir el tamaño del Estado y restaurar el principio de la meritocracia, Milei está luchando contra una cultura que premia la mediocridad y fomenta la dependencia en lugar del esfuerzo. Su postura de rechazar el populismo y el progresismo radical refleja una postura filosófica en la que la verdadera justicia no se basa en “igualar a todos por abajo”, sino en dar a cada individuo la oportunidad de sobresalir según su mérito.
Nayib Bukele, presidente de El Salvador, ha rechazado el modelo de “justicia social” promovido por la agenda woke. Su gobierno ha buscado crear un entorno de seguridad, legalidad y trabajo duro, lo que ha permitido a El Salvador avanzar en varios aspectos. Al contrario de otros países de la región, Bukele ha apostado por la responsabilidad personal y la autosuperación, evitando que el Estado se convierta en el benefactor omnipresente que mina la iniciativa privada.
Giorgia Meloni, la primera ministra de Italia, ha sido clara en su rechazo a la agenda woke. Meloni defiende los valores tradicionales de la familia, el trabajo y la ley, y se opone al relativismo cultural promovido por las fuerzas progresistas. En su gobierno, la familia tradicional es vista como un pilar fundamental de la sociedad, y las políticas se centran en la autodependencia y la autosuperación, no en la dependencia estatal o en una falsa igualdad de resultados.
En Estados Unidos, Donald Trump ha sido un firme defensor de los principios contrarios a la agenda woke. Su administración, aunque polémica, se centró en la restauración de valores tradicionales, en la reducción de impuestos, y en la creación de un entorno económico que favorezca a los trabajadores y empresarios. Trump, con su retórica directa y sin concesiones, desafió el movimiento woke a cada paso, acusando a la izquierda de destruir el país a través de políticas que favorecen a la mediocridad y a la dependencia.
La lucha contra la agenda woke es, al final, una lucha filosófica, ética y moral. En Guatemala, debemos aprender de los ejemplos de resistencia de países como Argentina, El Salvador, Italia y Estados Unidos. Si queremos un futuro de prosperidad, debemos rechazar la mediocridad, la victimización y la cultura de la cancelación.
Al final de cuentas, las mujeres no lloran, facturan. Y los hombres no se quejan, resuelven. Es hora de que Guatemala recupere la meritocracia, el esfuerzo y la responsabilidad individual, como pilar fundamental de su sociedad.