Las dictaduras: peligroso engendro del hartazgo ciudadano
Es difícil saber las intenciones de los dictadores cuando estos rompen con la democracia para imponerse indefinidamente, como sucedió en abril de 1959 en la Habana, Cuba, cuando Fidel Castro proclamó: “Revolución primero, elecciones después”.
A este anuncio de que comenzaba la dictadura más larga en la historia del continente, los cubanos, hechizados por el líder, respondieron manifestando con pancartas que decían: “No queremos elecciones, queremos a Fidel”.
Lo que siguió fueron 66 años de represión brutal contra cualquier idea disidente y una escasez permanente de los productos más básicos. Actualmente, Cuba se encuentra prácticamente en ruinas y sus habitantes sufren cortes de energía eléctrica casi permanentes.
Castro y su revolución inspiraron a varios dictadores y aspirantes a imponer regímenes dictatoriales en sus respectivos países. De estas dictaduras inspiradas en la “isla-cárcel”, persisten la bolivariana que inició el venezolano Hugo Chávez en 1999 y la de Daniel Ortega en Nicaragua.
Ambos súbditos ideológicos de Castro y sus sucesores, actualmente son “figuras prominentes” en el Foro de Sao Paulo. Chávez y Ortega lograron el gobierno vitalicio gracias a que cambiaron las leyes de sus países y consiguieron la reelección indefinida.
Chávez se garantizó la sucesión con Nicolás Maduro, quien lleva 12 años gobernando al país que otrora fuera uno de los más prósperos de América Latina (tal como lo fue Cuba hasta 1959), y actualmente, es conocido por la violencia, miseria y migraciones masivas de gente que huye del hambre.
Recientemente, el salvadoreño Nayib Bukele cambió la ley de su país para alargar el periodo presidencial hasta seis años e imponer la reelección. En El Salvador, el Congreso es un feudo del partido gobernante e inmediatamente después de asumir, los congresistas destituyeron a jueces y fiscales, para garantizar el poder absoluto del Ejecutivo.
En 2024 hubo un escándalo sobre más de 400 asesores legislativos que cumplían funciones de “activismo en redes sociales”. Entre los señalados había modelos e influencers. El mandatario enfrentó un cargo por esta situación, que poco después fue desestimada por una sala de Apelaciones.
Sin estudios formales (un breve tiempo estudió Derecho), Bukele fue alcalde de Nuevo Cuscatlán a los 21 años (2012-15) y de San Salvador (2015-18), representando al izquierdista FMLN, partido que se define socialdemócrata, pero nació de la guerrilla comunista.
Expulsado del FMLN en 2017, Bukele fundó su partido Nuevas Ideas con el eslogan: “sacar de donde están a los partidos tradicionales y cambiar el sistema político, del cual ya todos estamos hartos”.
Precisamente el hartazgo, saciedad o hastío de los salvadoreños ante la sucesión de gobiernos corruptos, fueran ARENA o FMLN, así como décadas de vivir bajo el terror de las maras, convirtieron a Bukele en el gobernante ideal que sedujo a sus votantes, primero con un discurso basado en el hartazgo que todos sentían, luego con medidas draconianas que son aplaudidas por la derecha de todo el mundo.
Bukele logró una espectacular reducción de los homicidios y aparentemente, terminó con las temidas maras en El Salvador. Que lo haya logrado con la instalación de “míseros gulags donde en tres años han estado más de 81.000 personas, donde la tortura es habitual y muere un detenido cada cuatro días”, según El País (mayo 2025), no significa un argumento de peso para los salvadoreños de a pie, quienes, por el momento, respiran aliviados por el aparente fin de la violencia extrema, viviendo lo que parecen ser los primeros años de una dictadura.
Con la venia de Donald Trump, a quien poco le importa el orden constitucional de El Salvador, siempre que tenga un alfil obediente, el fenómeno Bukele exhibe todos los indicios para calificarlo como dictadura.
¿De izquierdas o derechas? Evidentemente, los dictadores están mucho más allá de cualquier definición ideológica. Castro citaba a Hitler, a Roosevelt y a José Antonio Primo de Rivera. Todos los argumentos, frases y discursos que sirvan para cautivar a una masa harta, ya sea de la violencia, la crisis económica o la corrupción, sirven a los fines de los dictadores en ciernes, mientras se garantizan, como ya lo está haciendo Bukele, el poder absoluto.
Histriónico y prepotente, Bukele se reeligió con un triunfo electoral «aplastante» y para la toma de posesión, lució un uniforme pintoresco, versión de los trajes militares decimonónicos y que, según las crónicas periodísticas «recuerda el estilo militar francés de Simón Bolívar o Napoleón Bonaparte».
No hace mucho, Bukele dijo: “hay que tomar lo mejor de Cuba”, aludiendo a los mitos sobre los sistemas de salud y educación primermundistas que la isla le vende al turismo de izquierdas.
Su admiración por aquella dictadura no impide que también tenga lazos variopintos. Entre otros, con Xi Jinping, quien en 2024 lo felicitó por su reelección, al igual que Vladimir Putin. Como ya se mencionó, también es un obsecuente operador de Trump y presume su intercambio de halagos con Elon Musk, quien lo calificó de “líder increíble” y “una de las grandes mentes de nuestro tiempo”.
Lograr la adhesión, admiración y simpatía de su país y el mundo, es una cualidad común a los dictadores, a los que nadie puede negar que suelen ser «líderes increíbles y mentes privilegiadas».
Por algo consiguen seducir a multitudes, hacer pactos y finalmente, someter a los pueblos que gobiernan y alguna vez, hartos de administraciones corruptas, erráticas y saqueadoras, eligieron a. histriones liberticidas.