Negociaciones de paz, un craso error (IV)
Por Julio Valdez
En 1988 y 1989 se produjeron dos intentonas de golpe de Estado contra el primer presidente de la llamada era democrática, Vinicio Cerezo, quien luego de asumir el poder con resultados de victoria contundente en las elecciones de 1985 con su partido la Democracia Cristiana Guatemalteca, anuncia que, como parte de la iniciativa de llevar la paz para toda la región, se inician los acercamientos con la guerrilla para negociar la paz.
Esto, obviamente genero molestias en varios sectores de la sociedad y entre algunos oficiales del Ejercito nacional, que habían constatado en campo, la neutralización de la guerrilla como amenaza militar para el Estado:
No contaban con combatientes, no habían liberado zonas geográficas, no contaban con poder de fuego, sus zonas de abastecimiento urbano habían sido neutralizadas, la unidad militar de sus cuatro facciones era inexistente en los frentes guerrilleros y la población estaba rechazándolos.
En fin, había muchos factores a la vista, pero el gobierno tenía una lectura diferente, ellos veían réditos políticos a nivel local e internacional, si encabezaban negociaciones de paz, lo que ocasionalmente iba a fortalecer la figura de la DCG y probablemente les daría oportunidad de una reelección en 1991, lo que no sucedió.
En este momento hay que ver el conflicto armado en su contexto regional. A diferencia de lo que sucedió en El Salvador y Nicaragua, se puede afirmar que la intensidad del enfrentamiento armado fue mucho menor en Guatemala, dicho esto en términos comparativos.
La guerrilla local nunca liberó territorios como mencionamos antes, pero tampoco logró tomar cabeceras departamentales y solo ocasionalmente algunas cabeceras municipales durante un par de horas. O sea, nunca consolidaron posiciones, y menos aún, cuando inicia la década de los noventa, y es que la democracia electoral finalmente se había instaurado, la Constitución era un referente fuerte para todas las leyes posteriores.
Para algunos militares, que finalmente habían entregado el poder en 1985, y que vieron la desbandada guerrillera, no tenía sentido sentarse a negociar. En todo caso podría haberse tomado la decisión de asestar golpes definitivos, lo que hubiera sido muy desgastante y costoso para el nuevo gobierno, que al parecer no tenía la voluntad de invertir más en esfuerzos militares y, si de ampliar su red clientelar por medio del aumento del gasto público.
Cuando Vinicio Cerezo declara su principio de neutralidad activa en el conflicto centroamericano que, estaba desangrando al área, es probable que el creyese que no había hecho lo suficiente por acabar con el conflicto local, aun cuando no fuese ya una amenaza, era poco congruente. Por su parte, alguna parte del ejército, suponía que el hecho de que la DCG en el poder, al acercarse a la guerrilla derrotada militarmente para 1986, en realidad estaba haciendo notoria su alianza política con aquella, era un simple uso de la lógica. No hay que olvidar que, si bien la Democracia Cristiana se constituyó como un partido político de derecha en la década de los sesenta, para la década siguiente era evidente su giro a la izquierda. De ahí la razón por la cual ganaron las elecciones con la nueva Constitución.
En términos militares, no se negocia con un enemigo derrotado. No puede haber concesiones, porque no tienen sentido. En El Salvador las negociaciones se dieron en condiciones donde la guerrilla se había constituido como un ejercito casi formal, una fuerza beligerante. En Nicaragua, aunque no hubo negociaciones con la Contra, el FSLN, al aceptar los resultados de las elecciones de 1990 reconoce que la UNO es el partido que habrá de hacer gobierno y con ello finaliza el conflicto armado interno.
Pero en Guatemala se produce un sin sentido. En realidad, la negociación se llevó a cabo con el cuerpo diplomático de la guerrilla, que había obtenido el respaldo de gran parte de la comunidad internacional, sin presencia en el campo de batalla, sin pueblos liberados, y ya sin argumentos locales para seguir combatiendo después de 1986.
Con democracia plena, con el ejercito replegado a los cuarteles, incluso con la izquierda institucional participando. Hasta espacio para que candidatos de las minorías étnicas y mujeres hubo.
Los exiliados que formaban parte de las estructuras legales de la guerrilla y otras tendencias de la izquierda tan pronto vieron que la DCG punteaba en las encuestas, deciden hacer maletas y regresar, esperando tener puestos de trabajo en el Estado, lo que diligentemente se cumplió. En fin, no había una sola razón asentada en la realidad objetiva para que se negociara con lo que ya en 1986 eran bandas armadas, pero con un buen músculo diplomático.
Es más, si vemos en forma retrospectiva, tanto el golpe de Estado de 1983 que marcó el fin de la participación de miembros activos del ejército en política, la elección de la asamblea constituyente de 1985 y las elecciones generales de 1986 que le da la victoria a la DCG (con todo el desastre de corrupción que produjo), fueron los tres aspectos que terminaron de destruir a la guerrilla, sus objetivos y métodos, pero sobre todo la ideología que decían representar. Esto incluso fue peor que las campañas militares de 1982 y 83, ahora sí, se había quitado el agua al pez, no es que la pobreza y exclusión social hubiesen desaparecido, sino que la vía armada dejo de tener sentido. De ahí en adelante los únicos que sostenían la validez de la lucha eran los intelectuales que estaban refugiados en el extranjero, en ongs o bien en cátedras universitarias.