Las emociones vienen de un pensamiento distorsionado
Todas aquellas enfermedades crónicas que parecen no querer mejorar, tienen atrás un pensamiento distorsionado acerca de sus dolencias. Sus mismas identidades parecen nubladas por emociones tóxicas que surgen de un sistema de creencias, retorcido y quebrado. Y se pueden fácilmente identificar con esas frases que nos subyugan de por vida: “Es que yo no puedo abrazar”. “No soy bueno para expresar mis sentimientos”, “Me cuesta mucho expresarme”, “Yo si te quiero, pero no puedo decírtelo” etc etc. Y lo único que sucede, es que están atados a una experiencia previa, donde la única forma de no volver a sufrir es no exponiéndose al calor maravilloso del amor. El rechazo que experimenté de niño, el dolor de un divorcio, o la dureza de pasar por un aborto en mi juventud, me hizo creer que ya no tengo el derecho a seguir siendo yo misma, y a disfrutar como ser humano de los logros increíbles que me había trazado en mi pasado cercano.
Y de repente me doy cuenta que tengo muchos enemigos que confrontar, pero al tener que ir venciendo los argumentos de un pensamiento distorsionado, no había conocido al más grande enemigo de todos, el cual somos nosotros. Tristemente, a menudo somos nuestros peores enemigos cuando integramos en nuestro ser las ideas y creencias que nos vuelcan a la timidez, la inseguridad y la búsqueda de la aprobación de los demás.
Lo complicado es que la dolencia se hace crónica dentro del paciente porque lo justifica en su debilidad, se siente protegido o esa singularidad le funciona para lograr formar su personalidad alrededor de ella. Como que fuera una coraza o un manto que lo protege y le permite expresar abiertamente sus conductas disonantes porque su niñez no fue tan buena como la de los demás. Y estas enfermedades se convierten en los empleos que odian, en el tedio de las tareas de casa, y en las relaciones aburridas sin amor. Pero nadie tiene la culpa, ni siquiera la enfermedad. La responsabilidad es tuya. Cuando te decidas a atacar el pensamiento distorsionado que tienes atrás de la enfermedad, entonces podrás lidiar con la cólera que mantienes perfectamente oculta y con la poca capacidad para digerir ese enojo y convertirlo en una experiencia, pero nada más.
Y de esa manera llegan a convertir su pasatiempo en hablar de enfermedades y llegan a considerar en cierto momento que su condición les permite dejar de trabajar o exigir un derecho que les resta vivir como seres normales a plenitud. Y si logran tener amor extra, dinero extra, excitación o estima extra a partir de sus dolencias rara vez tendrán un fuerte deseo o compromiso por sanar.
Y puede ser una alergia, un mal humor constante, un patrón de enojo, insomnio frecuente, fibromalgia, diabetes, etc o cualquier otra dolencia crónica que no significa una cuestión de muerte.
La persona mentalmente sana, racional y potencialmente positiva es la que reconoce que a nadie le va bien todo el tiempo. Que todos tenemos defectos, debilidades y puntos débiles. La percepción sana es la de saber que a veces habrá gente que no nos tratará bien y que en ocasiones el mundo no será fácil.
El gran secreto está en cambiar la percepción del pensamiento distorsionado que nos mantiene cercanos del pasado. De digerir sin favoritismo la culpa y la vergüenza, la poca capacidad para sentirnos realizados, para aceptarnos con nuestros desajustes, para entender que no todos los días nos vemos bonitas ni tan guapos, pero que la vida es tan acaloradamente apasionada y lo poquito o lo mucho que tenemos solamente se disfruta cuando por dentro hay un fuego que se resiste a creer en el fracaso, ni en los obstáculos, ni en la pérdida, ni en esa infinidad de enfermedades que podrían superarse, si superamos nuestra manera de pensar.
Es increíble cuando nos damos cuenta que tenemos la capacidad de elegir cómo pensar, podemos elegir cómo reaccionar, nos podemos dar el inmenso gusto de perdonar al que nos ofende, de no vengarnos; de devolver bien por mal y de hacer las paces más pronto de lo que nuestro orgullo lo permite.
Todo niño tiene la necesidad básica de ser amado incondicionalmente, de ser amado simplemente porque existe, simplemente porque es una creación que Dios le confió a esta humanidad. Los niños que son abrazados, besados y alzados en brazos regularmente son mucho mas sanos que los que no reciben estas demostraciones de afecto. El hambre de la piel grita en silencio por un abrazo, por un toque de locura; a veces con darnos la mano ya encontramos la porción necesaria para seguir de pie.
El corazón es más que una bomba biológica. Estas células nerviosas nos dan la capacidad de pensar y sentir. No crea usted que es el cerebro que siempre decide. El cerebro y el corazón mantienen un diálogo inteligente, pero el corazón afecta la conducta de una persona. Usted sabe que los comportamientos de un enamorado son de tal manera que resultan inexplicables. Pero los sentimientos del enamorado satisfacen las carencias del cerebro. El cerebro puede entender lo inexplicable y el corazón puede discernir el tiempo y lo imposible. Nuestro verdadero ser se compone de lo que nuestro corazón le dice a nuestro cerebro, y de lo que el cerebro le dice a nuestro corazón y de lo que nuestra voluntad decide creer, decir, y hacer.
Cuando el ser humano decidió pensarlo dos veces antes de volverse a enamorar, sus neuronas se volvieron grises y perezosas. Declinaron de la fuerza que mantenían y dejaron de producir mielina porque consintieron en darle brillo al Ego para hacerse importantes y famosos, pero al final entendieron que en toda la fama que buscaban nadie les daba amor. Y a pesar de ser mucha la gente que les daba la mano, ninguna les podía calmar el hambre de la piel.
Hasta que terminamos de nuevo llorando a través de la piel. Desahogándonos con infecciones, erupciones dolorosas, alergias y desastres internos; donde nuestro organismo regresó al pensamiento mentiroso que lo había esclavizado siempre.