Bukele, el Ubico posmoderno (y por qué Arévalo jamás podrá hacer un «Bukelazo»)
Jorge Ubico Castañeda, uno de tantos «dictadores de orden y progreso» del siglo XX, que 80 años después de derrocado aún despierta pasiones y cuya infraestructura urbana permanece casi incólume, es una referencia casi obligatoria cuando se piensa en el mandatario salvadoreño, Nayib Bukele, calificado como «el dictador más cool del mundo» por la agencia noticiosa CNN a la que Bukele no vaciló en fustigar con su discurso lleno de mordacidad e ingenio.
Porque Bukele no se «muerde la lengua». Muy lejano a la corrección política, toma decisiones por sí mismo y no sigue dictámenes de organismos internacionales. «Mandó al carajo» a la OEA, la USAID y a los medios de comunicación que según asegura, son patrocinados por George Soros. Al mismo tiempo, se alió con China en una alianza que, hasta el momento, no le ha pasado factura.
Por ende, Bukele mantiene su independencia y pese a sus acciones poco ortodoxas y cuestionadas por atentar más de una vez contra el orden republicano, tiene el aval generalizado de los salvadoreños, que aplauden su gestión como nunca antes habían aplaudido a ningún otro gobierno. Como evidencia, los partidos tradicionales FMLN y Arena están agonizando.
Hoy, El Salvador es el país con el porcentaje más alto de presos en el mundo. El 1.1% de los adultos de ese país está en la cárcel. En 2007, El Salvador era el país con mayor tasa de homicidios mundial: 57,86 por cada cien mil habitantes. En los años posteriores, y hasta la llegada de Bukele, las maras ejercieron un poder implacable, constituyéndose en un Estado paralelo que gobernaba barrios y colonias, sumiendo a los salvadoreños en el terror constante.
Este panorama cambió con la llegada de Nayib Bukele, y pese a que las ONG´s de derechos humanos señalan presuntas violaciones, el ciudadano común salvadoreño aplaude los resultados. Aunque en el exterior la prensa progresista lo llame dictador y tirano, sigue siendo uno de los mandatarios más populares del mundo.
El salvadoreño es el primero en reelegirse desde que la Constitución de 1983 prohibió la reelección inmediata. Sin embargo, con jueces constitucionales subordinados, electos por la Asamblea Legislativa donde Nuevas Ideas es mayoritario, los magistrados hicieron una interpretación constitucional favorable a las pretensiones del mandatario y permitieron su candidatura.
Este punto: un Congreso favorable y la posibilidad de retorcer las leyes a medida del gobernante, es una ilusión para los partidarios del guatemalteco Arévalo. Sin embargo, las probabilidades de que el poco carismático presidente chapín pueda hacer «un bukelazo» son prácticamente nulas.
En primer lugar, a diferencia de Bukele, Arévalo no toma sus propias decisiones. Esto fue evidente en sus constantes viajes de consulta a Estados Unidos poco después de las elecciones. Y más evidente aún, cuando el país norteño mandó a una funcionaria de tercer orden para la toma de posesión, evidenciando la disparidad entre estos «aliados».
Arévalo no se sostiene por la adhesión de un pueblo fiel, sino por el aval de un pequeño sector del Departamento de Estado estadounidense y organismos internacionales como la UE, subordinado a este grupo demócrata. Posiblemente al final de este año el escenario político haya cambiado en Estados Unidos, y sin los funcionarios de tercer y cuarto nivel del Departamento de Estado, el poder de Arévalo será precario.
El aval del Congreso guatemalteco al jefe del Ejecutivo también es discutible. Para empezar, el partido oficialista no tiene una bancada por la suspensión de Semilla, y aunque hayan reservado para ese partido las comisiones de trabajo consideradas «joyas de la Corona» en el Congreso, difícilmente se restituirá la condición de partido a esa bancada independiente.
A diferencia de los diputados de Nuevas Ideas, que sin dudar se lanzarían a un pozo ciego por Bukele, los aliados de Arévalo en el Congreso son circunstanciales y según se dijo, tras de esa alianza corrió dinero e intereses. Esto la hace una alianza tan precaria como el matrimonio entre una teibolera de veinte años y un señorón de setenta, lo que será patente cuando en el Congreso se distribuya el Listado Geográfico de Obras.
En estas primeras semanas de su gestión, Arévalo se evidenció errático y contradictorio. Un detalle tragicómico son varios «tuiteros» que se lamentan porque sus familiares perdieron el trabajo en el gobierno aunque «ellos votaron por Arévalo». De ser cierto, da una idea sobre las motivaciones del votante promedio y las lealtades ciudadanas con las que cuenta el electo en un proceso muy cuestionado. Los despidos masivos para «abrir campo a los aliados» podrían ser un grave error, aunque debe reconocerse que remover a funcionarios como Alejandra Carrillo, reconocidos por presunta corrupción, es más que necesaria.
Como muestras de contradicción y debilidad, Arévalo ofreció bajarse el sueldo, para luego decir que debe analizarlo. Asimismo, ha evitado pedirle la renuncia por escrito a Consuelo Porras, porque sabe que sería ilegal.
Además de la alianza convenenciera con diputados de lo más cuestionados (otrora «pacto de corruptos»), el flamante mandatario guatemalteco emprendió un camino que podría alejarlo de quienes se acercaron a Semilla por la nostalgia de la Revolución de Octubre y guardan en sus corazones la lealtad a la idea de «una revolución proletaria».
Arévalo, lejos de acercarse a estos grupos, emprendió una serie de acercamientos con el Ejército, al que no se agota de halagar; grupos empresariales afines a la Agenda 2030 y por supuesto, está subordinado al Departamento de Estado. Es decir, para los «revolucionarios» de hueso colorado, el hijo de Juan José Arévalo podría convertirse en un anatema.