El tremendo error de llamar ancestral a organizaciones indígenas
Y bueno, bienvenidos sean todos al siglo XXI, donde cualquiera se puede autodefinir como le dé la gana. Lo hacen los trans cuando asumen que son hombres o mujeres presos en un cuerpo que no es el de ellos (así es como la película de Rob Shneider) o vaya, en 30 categorías de identidad sexual existentes hasta donde sé, pues bien, desde la firma del acuerdo de derechos de los pueblos indígenas que formaba parte del combo de petitorios sin sentido que la guerrilla hizo y que el Estado inepto aceptó, ha trascurrido una interesante transformación de la identidad de estas nuevas organizaciones culturalistas de extrema izquierda y, que a continuación, analizaremos.
Una autoridad ancestral, ¿Ante que autoridad del Estado se legaliza? ¿No necesita legalizar su ancestralidad? ¿No da cuenta de sus acciones ancestrales de sus gastos e ingresos monetarios? Y ya entrados en dudas existenciales, ¿Cuál es su idea de ancestralidad? Digo, para exigir derechos al menos hay que saber en qué creen, porque al parecer sobre esta base imponen “autoridad” a los ciudadanos que la aceptan e incluso a los que no.
Para ser ancestrales, en realidad, no tienen mucho tiempo de existir. Así como lo oyen, volviendo a los acuerdos de paz, donde por cierto la participación indígena fue marginal, con todo y que las organizaciones guerrilleras decían representarlos, el término aceptado y usado era indígena, una herencia de la clasificación liberal de finales del siglo XIX. No pasaron muchos años cuando a los intelectuales indígenas, conscientes de lo que les acabo de decir, no les resultó muy impactante que se les llamase indígenas.
Así es. Como un licenciado, master o doctor en sociología o antropología podría ser un indígena nada más como los campesinos. Además suponían que a las masas de explotados indígenas se les había despojado de la dignidad, entonces se les ocurre revivir la historia grandiosa de los vestigios arqueológicos de tierras bajas de Guatemala, que por cierto poco o incluso nada tienen que ver con los actuales, y el término maya para englobarlos a todos era más preciso, al menos políticamente hablando, porque históricamente era y es una aberración.
Así fue como nació el primer engendro de actor político de la nueva era, uno que se definía no por ideología, sino por una caracterización antropológica eminentemente cultural. El maya es diferente al indígena común y corriente: el primero es altanero o mejor dicho orgulloso y consciente de su ser colectivo y de la invención histórica cimentada en siglos de repetición de la leyenda negra. Si me preguntan, lo maya no pegó mucho más allá de los consabidos espacios de elucubraciones académicas. Para las personas de a pie el término indígena era un recurso de identidad al que no acuden si se vive en comunidades donde hay homogeneidad cultural, y fuera de ella no es peyorativo, al menos no al expresarlo con ciertos decibeles.
En estos momentos no se hablaba de ancestralidad si no era para evocar que sus raíces indígenas trascendían el tiempo, el recurso milenarista o más bien mesiánico, y luego para describir sus diferencias con la llamada cultura occidental, que por cierto también usan muy bien sobre todo en tiempos electorales.
Lo ancestral comienzo a cobrar vigencia cuando las ongs y otra vez los intelectuales, comienzan su lucha contra los proyectos de monocultivos, la minería y algunas represas. En la época de las consultas comunitarias, el concepto político maya era insuficiente, o mejor dicho ambiguo, porque de repente se perdía en el tiempo…ajá, “los mayas, como los de las pirámides”. Y luego de la película de Mel Gibson, “los que hacían sacrificios humanos”, como que no les hizo buena prensa.
La identidad de lo ancestral es a la vez un reclamo de originalidad, por eso es que a veces se les dice pueblos originarios, propios del lugar, pero en las disputas contra la minería esto va aparejado con lo ancestral, algo que de repente tiene connotaciones de sagrado, no puede haber minería en territorio sagrado, lo que por supuesto también es una invención hecha a la medida.
. Es que al reconocer esta identidad obviamos que todo alrededor, sobre todo en las demás comunidades indígenas, la organización política aceptada es el municipio y con ello las corporaciones, que tienen una ley que las vuelve autónomas como sucede en todo el país. Pero además asumimos o mejor dicho, nos ha convencido la narrativa de izquierda, de que estos personajes tienen un liderazgo moral, algo que es una completa sandez.
El error de llamar a estos señores como autoridad ancestral es que precisamente caemos en ese juego, similar al de la mujer trans que exige entrar al baño de mujeres porque su auto delirio así lo dicta. Lo ancestral es una forma de identidad colectiva que no es superior a la de otras figuras organizativas, ejemplo un comité pro mejoramiento, un club deportivo, o incluso una congregación religiosa.
Imaginen ustedes, que una de estas entidades asumiese de pronto que pueden bloquear las vías porque su idea de divinidad así lo manda. Cuando todos los demás le siguen el juego a los que poseen el delirio han ganado ya una batalla: la de ponerse por encima de los demás, asumen que sus derechos son más importantes y que sus características tan especiales que son inalienables.
Cuando estas personas con bastón en mano exigen que se les llame autoridades ancestrales y esto lo anteponen a su calidad de ciudadanos, tanto el Estado como los demás ciudadanos deberíamos exigir que demuestren dichas calidades por las cuales se ponen por encima de la ley, porque si de entrada exigen trato desigual hay de demostrar su asidero conceptual. ¿Qué los hace ancestrales? ¿Qué tipo de personería jurídica posee una autoridad ancestral?
Pondremos un ejemplo: todas las congregaciones religiosas tienen su organización interna, consejo de ancianos, conferencia episcopal y demás, pues bien, siempre y cuando estas organizaciones no intenten imponer su autoridad eclesial fuera de los ámbitos y reconocimientos de sus feligreses, no hay problema. Las llamadas comunidades ancestrales por definición abarcan solo los límites de la misma, pero cuando asumen representaciones político-ciudadanas, entonces es imprescindible exigir las acreditaciones del caso, ¿Dónde están inscritos? ¿Quiénes respaldan sus posiciones? Y, sobre todo, ¿Quiénes les están financiando? Porque lo que es un hecho es que, en estos bloqueos, los gastos no fueron sufragados por los limitados bolsillos de quienes creen que son ancestrales.
Si quisiéramos resumir todo esto en una sola idea, el mayor error de darles legitimidad a estas personas estriba en el hecho de reducir el mundo complejo y diverso de los indígenas a una representación farandulera. Ellos no representan más que las elucubraciones de la izquierda romántica y las pretensiones de políticos locales por reconocimiento que jamás ganaran en una urna.