¿Y será que es normal nuestra forma de vivir?
Hay acciones en el mundo que se han llevado a cabo por hombres que tomaron la decisión de vivir de acuerdo a sus creencias, en contraposición con el viraje global que en valores y maneras de vida ha tenido la humanidad: acomodándose a la normalidad de vivir en un relativismo moral donde cada principio ha quedado reducido a una preferencia personal.
En esta época llegó el momento de exponer la necesidad de no estancarse en la experiencia personal de dar pasos agigantados para influenciar a nuestras generaciones en la ética y la integridad. No podemos menoscabar la responsabilidad de formar en ellos los principios que una vez disfrutamos, cuando las mismas Universidades ya soslayan darle a los jóvenes la libertad de congraciarse con el conocimiento, que una vez conquistó vidas y corazones para definir creencias que fueran productoras de bienestar material y espiritual.
Y es que las personas han logrado un grado increíble de éxito extremo, pero han terminado luchando con su ansia interior, con una profunda necesidad de congruencia y efectividad personal y de relaciones sanas con otras personas.
Y cuando vemos personas exitosas con familias desmoronadas, donde no fluye la comunicación y pareciera que viven juntas pero ya no se comunican, nos confirma que hemos avanzado durante los últimos 70 años hacia un éxito superficial. Obsesionados por la imagen, con exceso de botox desde edades tempranas, donde el mismo alcohol que ven tomar en casa ha hecho un hábito en nuestro jóvenes acomodado a la normalidad vigente. Antes nos manejábamos con la ética del carácter, hoy prevalece la ética de la personalidad.
Para cambiar este panorama debemos tener una verdad, porque del otro lado tendrán ideas y verdades que defender, y las defenderán muy bien. La tarea es difícil, pero la humanidad está en un punto donde el caos social se les volvió incontrolable, y deberíamos estar capacitados, de conocer las visiones del mundo opuestas y de por qué la gente cree en ellas, para poder presentar en un lenguaje entendible, la verdad de las cosas y para quitar la idea que no se trata de imponer nuestros puntos de vista ni restringir la libertad de otros. Pero estar informado. Y poder dialogar con nuestros hijos, porque los temas ya están sobre la mesa.
Por ejemplo poder debatir ¿Qué es la ideologia de género, te lo van a preguntar un día? Voy a esperar que un maestro globalista se los explique en clase, o voy a volver a tomar el hábito de la lectura para entender el origen y el propósito de toda esta basura que quiere ser enseñada en los colegios.
Hacer esto es traducir la revelación de Dios al idioma del mundo, es hablarle al científico en el idioma de la ciencia, al artista en el idioma de las artes, al político en el idioma de la política, anulando la dicotomía entre lo secular y lo religioso, dándole a cada ser humano la solución por medio de Cristo de esa profunda y constante búsqueda de significado y trascendencia, sin aparecer como toscos fanáticos de la Biblia, reaccionarios e ignorantes, que no sabemos nada de la ciencia.
Debemos exponer los horrores que fluyen de una filosofía utópica, aparentemente idealista de bondad humana innata; concepto este heredado de la tesis de Rousseau que el hombre es bueno por naturaleza, y que no es responsable de sus malos comportamientos, sino que son respuestas que pueden ser desaprendidas a fin de vivir en armonía en una sociedad utópica, donde los ciudadanos estén libres y con derechos, para que sean completamente independientes de todos los otros hombres, y absolutamente dependientes del estado. Incongruencia más grande.
Los resultados al día de hoy son pobreza, drogas guerras y delincuencia, como producto de una sociedad que redefinió males morales como problemas técnicos que podrían ser resueltos por burócratas, agotando de esta manera en los ciudadanos la responsabilidad, la iniciativa económica y la prudencia personal.
Ni el enfoque liberal, que se presenta como algo comprensivo, solícito y compasivo, que pone al ser humano como una víctima disfuncional de las circunstancias; ni el enfoque tradicional deshumanizante de castigos severos y sentencias largas, puede sustituir y negar el pecado y la maldad, o tratar las acciones malas de los hombres como compulsiones humanas universales.
La obediencia es una respuesta interna a Dios a través de una relación personal, relación entre Dios y seres con capacidad de elegir. La Biblia enseña que la ley de Dios constituye un estándar universalmente válido de lo que está bien y de lo que está mal. Las elecciones que nosotros hacemos no afectan este estándar; lo que elegimos simplemente determina si aceptamos ese estándar o si lo rechazamos y sufrimos las consecuencias. Por lo que liberar a la gente de reglas y tradiciones no la convierte en buena y generosa. El cristianismo es un sistema que nos lleva a ser responsables de nuestros propios actos.
Placer, Libertad, felicidad, prosperidad: ninguna de estas cosas nos hace sentir realizados porque ninguna de estas cosas puede responder a la interrogante interior de mi propósito personal. ¿Cuál es el propósito de la vida humana? Cuando conocemos esta respuesta hemos encontrado lo único que realmente produce descanso al agitado corazón humano. Cuando entendemos que lo que hacemos aquí tiene repercusión eterna, la dimensión de lo que significan nuestras decisiones se ve afectado y anhelamos con todo el alma conocer la razón por la que fuimos creados.
Antes de esto, vivimos preocupándonos únicamente de nosotros mismos y pendientes de alcanzar objetivos materiales y éxitos de índole personal. Sin una certeza del propósito de nuestra vida considero difícil resistir al bombardeo de mensajes de entretenimiento, placeres y gratificación que recibimos a diario, considerados normales para mucha población, pero que nos desvía de ese sendero trazado por la sabia voluntad de Dios.
Encontrar a Dios es poner fin a esta búsqueda incansable que no encuentra manera de saciar nuestro espíritu, a no ser por el intensidad de paz que produce su presencia. Podemos decir sin temor a equivocarnos que: “El VERDADERO problema en este mundo no es la deformidad del cuerpo; es la deformidad del alma.”
En una palabra, es el pecado. Todos los que anidan un impulso idealista de mejorar la raza humana, no deben considerar la eugenesia sino las maneras de curar el corazón lleno de pecado. No obstante, el concepto mismo de pecado es repugnante para el mundo moderno.
Como resultado, muchos de los pensadores occidentales más brillantes han erigido un gran mito para evitar enfrentarse a la verdad sobre el pecado y la culpa. Irónicamente, este mito, más que cualquier cosa, ha producido estragos y aflicción inimaginables en este siglo”.
Tales pensadores han propuesto la idea utópica que afirma que el hombre es intrínsecamente bueno, y a la idea del pecado se le llamó oscurantismo. Ellos pensaron que la gente ya no iba a vivir bajo la sombra de la culpa y el juicio moral, ya no estaría oprimida y restringida por reglas morales impuestas por una deidad arbitraria y tiránica”. Sin embargo, lo que en realidad sucedió fue que el ser humano se perdió de su propósito y cayó en una vacíez que lo ha llevado al suicidio y a la insatisfacción.
Desde Platón, Aristóteles, los padres de la Iglesia, la época medieval y la moderna el hombre se debate en querer profundizar si existe Dios o no. Los grandes pensadores como Kant no pudieron explicarlo ni tampoco negarlo. El día de hoy hemos endurecido el corazón, para con Dios y para nuestra gente. Queremos tener hijos muy bien preparados, pero nos parece secundario conocer sus batallas internas.
En la mayoria de las interacciones humanas breves, se puede utilizar la ética de la personalidad, para salir del paso y producir impresiosnes favorables mediante el encanto y la habilidad (fingiendo). Pero en el alma del hombre está depositado un poder invisible, inconsciente, que es una emanación constante de lo que el hombre es en realidad, no de lo que finge ser.
Nos toca avanzar con denuedo hacia la formación de una cultura cristiana a través de producir consecuencias por medio de las ideas de Cristo, fluyendo ellas como parte de nuestra vida diaria, ganando las mentes y los corazones de las personas, con el propósito de que sea Cristo quien defina nuestras decisiones, con la debida certeza, que las decisiones que hacemos en esta tierra tienen consecuencias eternas.