La vida es solo un escalofrío: poesía y deseo en la poesía de Pier Paolo Pasolini
«Seamos bellos, luego desfigurémonos»
Pier Paolo Pasolini (1922- 1975)
A los 22 años Pasolini publicó sus primeras poesías escritas en idioma fruliano, en su pueblo natal, Bolonia. Su vida entonces transcurrió por una parte como maestro de secundaria y por otra como miembro del partido comunista local, hasta que en el año 1949 aquella rutina de intelectual rural cambió completamente, es acusado de corrupción de menores y actos obscenos en lugares públicos. El escándalo de su homosexualidad hizo que lo expulsaran del partido y lo obligó a trasladarse a Roma acompañado por su madre.
Sobra decir que fue una época muy dura para el poeta, pues vive en carne propia el desempleo, el hambre y el no-futuro que llegó con el fin del gobierno fascista de Mussolini y la intervención aliada.
En pleno auge del Neorrealismo, y con la suerte de coincidir con las mentes más prodigiosas de ese entonces, Visconti, Rosselini, Moravia y, por supuesto, Fellini —quien le daría un espacio como guionista de «Las Noches de Cabiria»—, Pasolini publica en 1954 «Mejor Juventud».
«Mejor Juventud» libro de poesía «civil» concebido desde un planteamiento cultural de resistencia que, sin caer dentro del postulado económico-político de la izquierda ortodoxa ni en el panfleto stalinista, propone a la emancipación del deseo como la única y verdadera génesis revolucionaria, asumiendo las posibilidades libertarias de su propias experiencias.
Esta poética lo llevaría a cuestionar ese llamado «pensamiento revolucionario», un pensamiento que, por su verticalismo, jamás podría ser algo completamente nuevo.
Tres años después, en el 57, publica un poema extenso que busca dar respuestas a sus propias interrogantes, «Las Cenizas de Gramsci», un largo panegírico a Antonio Gramsci, tierno y tremendo, donde hace una radiografía poética del marxismo.
Una visita a la tumba de Antonio Gramsci, un diálogo post-mortem con el teórico visionario que acabó sus días en las cárceles fascistas, le sirve al poeta como herramienta para descodificar ese “futuro” lleno de buenas intenciones, donde el llamado a la democracia y a la tolerancia no es más que otro enmascaramiento del fascismo.
Pasolini invita a todos los marginados políticos a desdoblarse en la imagen de Gramsci, para evitar ser anulados por un laicismo consumista que transforma a los hombres en brutos y estúpidos autómatas adoradores de fetiches. Un ideólogo no es un guardián de símbolos, es, debe ser, un poeta.
Para Pasolini, crear es ir en vía contraria al poder, de cualquier poder que reduzca la vida a un no-significado, es ir en vía contraría del aburguesamiento y del conformismo en general, lo que podría llamarse lo popular verdadero:
Su poética-política es una rectificación de la historia por medio de la cultura —entendida como fuerza, tanto para resistir como para suprimir— opuesta a la concepción burguesa de «Cultura» que usa la excusa del llamado «sentido común» para borrar toda idea original, todo deseo, toda inconformidad con el sistema, dentro de las sociedades oprimidas:
“¿Por qué esa complicidad con el viejo fascismo, y por qué ésa aceptación del fascismo nuevo?
Tanto en la literatura como en el cine su poética es la de imágenes en movimiento, imágenes de carne, dispositivos que buscan eliminar las paredes del sentido y romper con los pequeños conformismos de la razón. Películas como «Accattone», «El evangelio según san Mateo» «Teorema» «Saló o 120 días en Sodoma» son notas al pie que señalan la perversión del poder, siempre buscando suprimir al individuo; en otros filmes tales como El Decamerón, Las Mil y una noches y Los cuentos de Canterbury —partes de la llamada «Trilogía de la Vida»—, propone una visión más íntima de lo popular, lo popular-verdadero que en los márgenes del deseo se convierte en la mejor definición de anarquismo.
Se pueden seguir descubriendo cosas interlíneas en la obra de Pasolini, tan complejas y audaces como su propia vida, vida que terminaría brutalmente un 2 de noviembre de 1975, cuando fue muerto a golpes por delincuentes apañados por la mafia fascista. Él anticiparía días antes ese sombrío acontecimiento, en uno de sus últimos textos periodísticos escribió:
«El mundo me odia, pero no lo sabe».









