Desafíos geopolíticos mundiales
Berit Knudsen
Vivimos una tormenta geopolítica donde la paz y la guerra se confunden en una zona gris de conflicto permanente, competencia por el poder en un sistema sin árbitros. La herramienta central de la política internacional es la disuasión, capacidades económicas, militares y tamaño de la población que condicionan la supervivencia de los Estados. Durante la Guerra Fría la estructura internacional se organizó en dos bloques: la OTAN y el Pacto de Varsovia. Tras la caída de la Unión Soviética, Estados Unidos consolidó un orden unipolar, el mundo experimentó cierta bonanza y más de 1,500 millones de personas salieron de la pobreza. Pero surgieron nuevos conflictos, coaliciones y los valores que brindaron bienestar fueron trastocados.
Lo que vemos hoy es una multipolaridad flexible compitiendo en ámbitos militares, económicos, tecnológicos, políticos e ideológicos, pero también el posible retorno a un esquema bipolar dominado por Estados Unidos y China. Estados Unidos mantiene su peso hegemónico con una estrategia transaccional y negociaciones bilaterales, marcando distancia de aliados históricos como Europa, Japón o incluso India. China aprovecha este espacio con un discurso conciliador en foros internacionales como la ONU, mientras expande su influencia a través del poder blando y la trampa de la deuda en el sur global.
Este panorama político anticipa una preocupante realidad: el autoritarismo, en sus versiones híbridas o plenas, pasó del 55 % en 2023 al 58 % en 2024. Este ascenso refleja un patrón de gobiernos que concentran poder, haciendo retroceder los valores democráticos. Narrativas como la “Civilización Global” promovida por China, relativizan los derechos humanos, debilitando su carácter universal con gobiernos que erosionan el Estado de derecho. Consolidan sistemas donde la libertad individual queda subordinada al control estatal.
El desafío multipolar es estratégico, en distintos niveles. Estados Unidos y China compiten como superpotencias. Washington es la principal potencia militar y financiera, pero su giro transaccional y bilateral reduce las relaciones con países aliados en Europa, Japón e incluso India. Pekín se proyecta como potencia pacificadora en foros internacionales promoviendo la “Iniciativa de Civilización Global”, amplía su influencia formando coaliciones en Asia, África y Latinoamérica, con conflictos en el Indo-Pacífico. Potencias globales como la Unión Europea, Reino Unido, Francia o India apuestan por el multialineamiento en busca de equilibrio y autonomía estratégica según la coyuntura. Países como Japón, Alemania, Canadá o en América Latina, se subordinan a agendas externas en seguridad, inversión o tecnología. Finalmente, la neutralidad, representada por Suiza, Austria o Irlanda, resulta difícil de sostener en contextos de creciente polarización.
Pero el conflicto permanente tiene efectos en la sociedad. Más allá de las guerras, la criminalidad y terrorismo son fenómenos reales, promovidos por movimientos y organizaciones que instrumentalizan la violencia. Los medios y redes sociales amplifican los efectos del miedo y la ciudadanía exige seguridad. El Estado responde imponiendo normas y medidas de vigilancia con el uso legítimo de la fuerza. Así, la aparente garantía de seguridad, en la práctica se convierte en subordinación, control y menos libertades.
La reflexión es doble. A nivel internacional, los países deben mover sus fichas con estrategia para no quedar atrapados en dinámicas impuestas por otros. A nivel individual, las personas enfrentan un dilema: aceptar sistemas de subordinación y control, o defender los principios de libertad y derechos individuales que fundamentan la democracia. En un mundo donde el conflicto está en aumento, la pregunta es: ¿cuánta libertad estamos dispuestos a ceder a cambio de nuestra seguridad?