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La advertencia de don Chepe: la Siguanaba siempre cumple

11 de septiembre de 2025/en 24/7, Relatos/por redaccion247prensadigital@gmail.com

Los bosques son lugares misteriosos, incluso mágicos, pero también solitarios. Quienes viven en sus cercanías han vivido y escuchado infinidad de historias, relatos de aparecidos, susurros entre los árboles y leyendas que se esconden en los senderos.

Silvio Saravia

El Motagua, ahora un río contaminado y oscuro, antes fue un río de aguas claras. Su sonido resonaba en el bosque que había que atravesar para poder verlo. Siempre ha fluido con gran fuerza, y en temporada lluviosa es impensable cruzarlo.

En cambio, durante la temporada seca algunas personas se ven forzadas a hacerlo. Los que lo cruzan recomiendan no hacerlo de noche, pues cuentan que quienes se atreven a desafiarlo en la oscuridad amanecen ahogados en la orilla.

Era una noche fría y lluviosa. La lluvia golpeaba los techos de lámina del pueblo mientras el río Motagua corría con fuerza y los árboles silbaban con el viento. La gente que vivía cerca del río era precavida durante la noche, sobre todo por los relatos que habían escuchado desde niños. Aun así, algunos preferían arriesgarse y acudir a la cantina del pueblo.

Esa noche, un joven que trabajaba cuidando ganado al otro lado del Motagua había cruzado el río para beber. Ya había tomado unos tragos y se había hecho amigo del cantinero. Le contó que estaba comprometido con una muchacha de su misma edad. Luego, entre risas y copas, dijo:

—Sabes algo—dijo el muchacho con voz pastosa—, creo que voy a engañar a mi prometida.

El cantinero arqueó las cejas, sorprendido.
— ¿Y eso por qué? Según me contaste, es guapa—

—Supongo que me aburre estar con una sola persona. Además, no es para tanto, será solo una vez —rio el joven, agitando el vaso.

En ese momento cayó un rayo no muy lejos, las puertas de la cantina se abrieron de golpe y una figura esquelética apareció afuera. Llevaba una camisa de cuadros, pantalón de lona, botas y sombrero. Estaba empapado más de lo normal; cuando entró al lugar, escurría agua como si sudara, aunque era solo agua. Su rostro era arrugado, esquelético, con los ojos hundidos.

—Don Chepe, ¿por qué se ha dejado venir con tal aguacero? ¿Cómo cruzó el río? — dijo sorprendido el cantinero.

El anciano no contestó. Caminó hacia la barra, donde estaban el joven, y sin levantar la vista pidió una cerveza. El joven siguió hablando, ignorando su presencia, pero entonces Don Chepe gritó:
—Idiota —gritó con voz quebrada—, ¿cómo se te ocurre hacer tal cosa?

El joven, enojado, se levantó:

—¿Quién se cree usted para insultarme? —

Don Chepe lo miró fijamente y murmuró con gravedad:
—No soy más que tú, pero te advierto: si engañas a tu prometida, algo malo te va a pasar —dijo mirándolo con los ojos tan abiertos como podía.

—Cállese, viejo, no gaste el poco aliento que le queda —respondió el joven, intentando sonar desafiante.

El anciano bajó la cabeza y, tras un silencio, colocó un objeto sobre la mesa.

—Tú me vas a escuchar, porque no es sensato ignorar mi advertencia —dijo.

El joven quiso retarlo, pero al cruzar su mirada con los ojos hundidos del viejo se le heló la sangre y se volvió a sentar.

Entonces Don Chepe empezó su relato. Hablaba entre pausas, como si cada palabra le costara:
—Yo siempre trabajé al otro lado del Motagua, cultivaba la tierra, cuidaba ganado. Conocí a Dolores, una mujer hermosa a la que cortejé mucho tiempo. Pero también cortejaba a otras: Rosa, Fernanda y Bianca—suspiró—.
—Cuando menos lo pensé me casé con Dolores, pero seguía viendo a las demás, y nunca tomé en serio a mi esposa. Ella lo descubrió y, aunque me perdonó, comenzó a mostrar desinterés por la casa y por mí.

Dolores había dejado su hogar para vivir conmigo, y ahora estaba sola, al otro lado del río Motagua. Cada día se la veía más triste, aunque mantenía el rostro endurecido, con una mezcla de desinterés y rabia contenida.

—Los días eran pesados; casi no me hablaba y solo dirigía palabras hacia mí al salir de la casa: “Vas a ver que la Siguanaba te llevará al lado de la muerte”. Cada noche caminaba hasta la orilla del río para pedirle a la Siguanaba que me arrebatara la vida.

—Era una creencia supersticiosa, tonta tal vez, y no creo que realmente lo creyera. Lo hacía para desahogarse, para liberar su rabia. Estoy convencido de que, si no hubiera tenido esa manía, quizá me hubiera matado. Hasta que un día amaneció muerta en su cama, con una sonrisa dibujada en el rostro, tal vez porque sabía que ya no me volvería a ver.

El anciano apretó los dientes y continúo su relato:
—No sentí culpa por haberla engañado, sino por haber sido descubierto, si tan solo ella no se hubiera enterado hubiera sido más feliz y no se hubiera amargado la vida.

Empecé a beber y a frecuentar esta misma cantina. Siempre cruzaba el río de noche. Pero un día vi a una mujer bañándose en la orilla, con vestido transparente, su pelo le cubría el rostro y la espalda y tenía un peine de oro en la mano.

Varias veces me acerqué, pero siempre me arrepentía y me daba la vuelta. Hasta que una noche decidí acercarme. Le dije: “No es prudente bañarte bajo la lluvia”. Ella no respondió, así que la tomé del hombro. Cuando se volteó, vi su rostro: era la cabeza de un caballo. Relinchó, y con ambas manos hundió mi cabeza en el río.

La voz de don Chepe se quebró:
—Mientras me ahogaba, escuchaba su risa resonando en el agua. Entonces comprendí que era la Siguanaba, la que se llevaba a los hombres infieles. Había tardado años, pero finalmente lo hizo: en serio me llevó con la muerte. Por eso debo advertirte… no cometas los mismos errores que yo.

—¿En serio cree que voy a tragarme la historia de que está muerto? —lo interrumpió el joven.

Don Chepe extendió el brazo y, al cerrar el puño, su piel se desvaneció hasta quedar solo los huesos. Su rostro se transformó en un cráneo, y en sus ojos vacíos el joven vio reflejada toda la historia que acababa de escuchar. Cayó del banco, mientras el cantinero murmuraba con una risa nerviosa:

—Yo conozco la leyenda de Juan Machete. No me espanta la Siguanaba.

Don Chepe caminó lentamente hacia la salida. Afuera seguía lloviendo. Un relámpago iluminó la noche y dejó ver a la Muerte, que había venido a llevarse su espíritu.

—Pronto te veré, si sigues el mismo camino —dijo la Muerte, envolviendo a Chepe con su manto antes de desaparecer.

El joven se casó con su prometida y se mantuvo fiel durante muchos años. Pero un día volvió a engañarla. Cuando la Siguanaba se le apareció, recordó la advertencia: si mordías una cruz podías salvarte. Cuando la Siguanaba se le apareció, recordó lo que le habían dicho: que si mordías una cruz podías salvarte. Así logró librarse de su fatal destino. Murió de viejo, rodeado de su familia, convencido de haber burlado a la muerte.

Pero los que conocieron la historia siempre decían que aquella cruz no lo salvó… solo lo retrasó. Porque al final, nadie engaña a la Siguanaba.

Etiquetas: La siguanaba, leyendas
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