“El carretón de la muerte”: El día en que la muerte le hizo creer en ella a don Paco
Por Silvio Saravia
Cuando las casas antiguas estaban en sus años dorados, en una época donde el viento contaba relatos a los curiosos, y cuando las leyendas eran rumores que la gente se contaba, ya fuera para espantarse o para entretenerse, también existían dos tipos de personas: las que creían que el relato era cierto y las incrédulas que rechazaban la existencia de cosas que van más allá de nuestra comprensión.
Tal vez las leyendas que nos contamos sí existan y nos negamos a comprenderlas del todo, porque si una leyenda es real, significa que hay algo más que comparte el mundo con nosotros, y viviríamos con miedo.
Esta es la historia de don Paco. Él era un hombre de costumbres: tomaba café por la mañana, los domingos muy temprano iba a misa y leía el periódico. Nunca apostaba ni jugaba a las cartas. Y acompañaba a su esposa Doña Silvia al mercado. Él decía que iba para ayudarla a cargar —eso era verdad—, pero no aceptaba que le gustaba escuchar los rumores que se escuchaban por ahí.
Él obtenía información de lo que escuchaba en conversaciones de su esposa con la gente del barrio, y a veces, si prestaba mucha atención, podía oír conversaciones ajenas, y nunca lo descubrían, pues era muy discreto. Pero lo único que le molestaba oír eran los relatos de personajes ficticios: la Llorona, el Sombrerón y el Cadejo. Para él, esas historias ni daban miedo ni eran reales. “Qué chiste tenía la gente en hablar de algo que no es real”, se decía a sí mismo.

Un sábado que acompañó a su esposa al mercado, en uno de los puestos, el hijo del vendedor estaba atendiendo. Doña Silvia preguntó:
—¿Qué le pasó a don Julio?
Julio era el nombre del padre del joven.
—Se ha puesto grave —dijo el joven, agachando la cabeza.
—¿Qué le ha dado? —preguntó Doña Silvia.
—Se encuentra decaído y débil, con la cara más arrugada que de costumbre, y los ojos como los de un gato, bien abiertos —dijo el joven.
—¿Eso será resfriado? —preguntó don Paco.
—Una noche lo encontré en la ventana y, cuando le pregunté, me respondió: “Yo vi al carretón de la muerte”, con los ojos casi por salirse y con una voz de moribundo… ¡que ni le cuento! Dicen que si uno ve al carretón de la muerte y no te lleva, es porque te viene a traer en tres noches —dijo el joven algo decaído.
—¡Eso se le llama farsa! —dijo don Paco.
—¿Farsa? ¿No escuchas lo que nos cuenta el muchacho? —dijo doña Silvia con un nudo en la garganta.
—Es tan solo don Julio haciéndose el listo. ¡No quiere ir a trabajar, entiéndanlo! Se tomó sus vacaciones y con pretexto —dijo, haciéndoles un ademán de que eran tontos.
—Don Paco, yo mismo oí al carretón de la muerte pasar —dijo el joven.
—Eso es otro cuento… Es un bromista que consiguió una carreta y una mula, y anda viendo quién es el tonto que cae en sus embustes. ¡Y yo probaré que es falso! —dijo don Paco.
—¿Qué planes exactamente? —dijo doña Silvia.
—Yo esperaré al carretón de la muerte esta noche y traeré ante ustedes al bromista —dijo Don Paco, sonriente.

Así, la mañana se fue, y luego la tarde, y en la noche don Paco sacó una silla y se sentó a media calle. Don Paco se empezaba a aburrir, pues ya eran las tres de la madrugada y nada pasaba. En eso se escuchó el sonido de una carreta que se acercaba cada vez más, hasta que el sonido se volvió tan fuerte que a Don Paco le dolía la cabeza, pero no se veía nada. Después de un rato se volvió a escuchar, pero esta vez más lejos. Se escuchaba como rodeaba la calle. En ese momento, doña Silvia, que se había asomado por la ventana, cerró la persiana.
Entonces, el sonido se detuvo, y al final de la cuadra se asomó una carreta con un caballo negro.
“¿Cuánto habrá pagado para que le pinten el caballo?”, pensó don Paco.
Pero la carreta giró hacia él, y así don Paco logró ver que el caballo no era un caballo normal. Parecía una sombra; de su nariz salía humo negro, y sus ojos eran rojos como el fuego del infierno. Sus pezuñas sonaban contra el suelo y su relinchar era como el de un toro enojado. Sujetando las riendas de la carreta se encontraba una figura vestida de negro, con una capucha que le cubría el rostro.
Cuando la figura se destapó la cabeza, se pudo ver el cráneo de un humano: era un esqueleto viviente. Era la muerte. Y con su mano esquelética señaló a don Paco.
Don Paco quería correr, pero algo no lo dejaba moverse. Estaba congelado de miedo. El carretón avanzaba lentamente hacia él. Entonces, se oyó un disparo: era Doña Silvia, que se había ido a buscar la escopeta. Aún en el pórtico de la casa, disparó a la pata del caballo.
—¡La próxima será a tu calva cabeza! —dijo doña Silvia. Su cara estaba seria, no tenía miedo alguno y no tenía intenciones de soltar la escopeta.
La muerte, por tal acto de valentía y determinación para enfrentarse a ella, decidió marcharse y no aparecer por tres días.
Don Paco no volvió a dudar de los relatos que se contaban. Y en cuanto a don Julio, el carretón de la muerte le perdonó la vida y mejoró de golpe la mañana siguiente. El hijo del tendero siempre le daba todo gratis a doña Silvia, por haberle salvado la vida a su padre.

La leyenda de “El carretón de la muerte”
El carretón de la muerte es una de esas leyendas de Guatemala que han echado raíces profundas en el imaginario popular. Se dice que nació en los callejones empedrados de barrios antiguos como La Parroquia, Gerona o La Recolección, donde el eco de una carreta en la madrugada hacía estremecer hasta al más valiente. Con el paso del tiempo, el relato pasó de boca en boca, hasta volverse parte del folclore que da identidad a nuestras calles al caer la noche.

Se dice que viene a traer a aquellos que ya han vivido lo que tenían que vivir. Pero eso no quiere decir que solo se lleve a gente de avanzada edad, sino también a jóvenes que ya cumplieron su propósito en la tierra. También se lleva las almas de los pecadores.
Dicen que, cuando viene a traer a alguien, da tres vueltas alrededor de la casa. Si la persona está dormida, como si se tratara de un trance, se levanta y sale a la calle. También se dice que, si algún curioso se asoma a la ventana para ver al carretón de la muerte, este reclamará su alma y morirá en tres días.
Esta es la leyenda del carretón de la muerte.