Empoderamiento capitalista
Por Franco L. Farías, director del Movimiento Libertario de Guatemala y Coordinador Nacional de Students for Liberty
He advertido un fenómeno tan curioso como insólito. Pareciera ser más común de lo que uno cree el caso de personas «hechas a sí mismas», es decir, que han conseguido mejorar y crecer por cuenta propia, sin apellidos ni privilegios; que, sin embargo, detestan el sistema que las vio e hizo crecer.
Esta contradicción se hace presente en pequeños emprendedores y dueños de Pymes, profesionales universitarios que pagaron sus estudios o, en general, personas que han mejorado su condición material de una manera no tradicional.
Sin embargo, estas personas capaces y exitosas no se ven —en muchas ocasiones— como beneficiarios del capitalismo, sino como «sobrevivientes» del mismo. Es como si tuvieran una disonancia entre el hecho de que lograron mejorar sus condiciones materiales con herramientas capitalistas (trabajo, ahorro, inversión) y su opinión sobre las consecuencias de esas herramientas (acumulación de capital y riqueza).
A pesar de que estas personas son conscientes de que usaron medios capitalistas para mejorar su nivel de vida, cuando se les pregunta el porqué de su desdén hacia los procesos que las hicieron estar donde están, sus respuestas suelen comenzar con frases como: «no me quedó de otra», «me vi orillado», «era eso o pasar hambre», entre otras similares. Cabe resaltar que entregan estas respuestas casi con vergüenza, como si hubieran hecho algo malo, de manera autocomplaciente.
Ese es el problema. Es un problema cultural y de percepción errada de la sociedad.
Estas personas se tratan como «víctimas» del capitalismo y son autocomplacientes consigo mismas porque creen que hay una relación entre su condición de origen y cómo la sociedad debería tratarlas. Me explico: el razonamiento va de la siguiente manera —he nacido en una condición desfavorable (pobreza, discapacidad), esto es injusto; a su vez, hay personas que han nacido o tienen condiciones más favorables que yo. Por tanto, estas personas o «la sociedad» deben ayudarme o darme un trato especial para que yo pueda llegar a donde están ellos. Si no lo hacen, son malas e injustas.
Cuando la sociedad no pone en una situación de privilegio a esta persona desfavorecida, «no le queda de otra» que mejorar su condición por su propia cuenta. Es por eso que emprenden, emplean e invierten con recelo, como haciendo algo que, en realidad, no deberían estar haciendo, y lo hacen porque la sociedad les ha fallado.
El número de estos casos es tan significativo que he visto de provecho escribir sobre ellos, pero no para criticarlos por sus pretensiones de deuda social, sino para enfocar esta misma historia desde otra mirada.
Sobre la condición en la que se nace, no hay ni justicia ni injusticia, pues es prerrequisito necesario para catalogar algo como justo o injusto que haya sido hecho por un agente libre y racional (podría darse la excepción del niño que es abandonado por sus padres en un orfanato, pero, aun así, la injusticia sería de los padres hacia el hijo, y no de la sociedad hacia el hijo). Además, dado que no depende de quien va a nacer si decide hacerlo o no, tampoco dependen de él las condiciones en las que lo hace.
Luego, si entendemos que este razonamiento es correcto para nosotros, debe serlo también para el resto del género humano. Por lo que, de la misma manera que no son ni justas ni injustas las condiciones en las que yo nazco, las otras personas tampoco son culpables de las condiciones en las que nacen. Así que no es injusto que alguien nazca en condiciones más favorables, ni justo o injusto que otro lo haga en condiciones más adversas.
Si se logra entender esto, se desprende del mismo razonamiento que nacer en una posición desafortunada no hace que la sociedad te deba algo; del mismo modo que nacer en una posición afortunada no te hace deberle nada a la sociedad.
Cuando se entiende esto, la historia de la persona que «se vio obligada» a hacerse a sí misma se ve desde una perspectiva sumamente diferente: esta persona, que aun naciendo en una posición adversa —y sin duda no preferible— ha conseguido, por medio de su incansable esfuerzo y su indomable ingenio, mejorarse a sí misma y a sus condiciones materiales. Ha luchado por tener condiciones más favorables en su vida, aun cuando esa lucha se viera como perdida, y, a pesar de todo, ha salido victoriosa. Esta persona no es víctima de una sociedad que la haya dejado de lado, sino que es un gallardo ejemplo para cualquiera que busque superarse; ha sabido usar sabiamente las herramientas del trabajo, el ahorro y la inversión para salir de un escenario complicado del que hoy ya no forma parte. Esta persona no debe sentirse avergonzada ni hastiada del arduo camino que la sacó de la pobreza: debería sentirse orgullosa de sí misma y realizada.
Ese es el empoderamiento capitalista, pues es el único sistema que ofrece las circunstancias e instituciones para que el fenómeno del hombre «hecho a sí mismo» pueda darse.
He visto que no hay que hacer más que plantear estas dos premisas: nadie elige dónde o cómo nacer, y deberías sentirte engrandecido por salir de la pobreza por medio del trabajo y el ingenio. Son suficientes para transformar a un socialista resentido con la sociedad y la vida, en un capitalista orgulloso y radiante.
Insto, por ello, a que todos los lectores usen esta estrategia cuando se topen con este tipo de personas: con capitalistas acomplejados.
Es por ello que, cuando se le preguntó a un conocido cientista político gallego sobre cómo salir de la pobreza, exclamó:
«¡Capitalismo, ahorro y trabajo duro! ¡No hay otra cosa!»