Supervivencia y lucha por el poder
Berit Knudsen
La lucha por las esferas de influencia entre potencias es el motor tras los conflictos mundiales. Estados Unidos, China y Rusia compiten para asegurar su posición, no por altruismo o ideales, luchan por la supervivencia en un sistema internacional anárquico, sin árbitros que garanticen su seguridad. Según el realismo ofensivo de John Mearsheimer, la prosperidad es importante, pero solo puede alcanzarse sobreviviendo, dependiendo de la acumulación de poder y capacidad para disuadir o derrotar al adversario.
Cada potencia busca dominar su región evitando interferencias. Estados Unidos controla su hemisferio, vigilando a Europa y Asia para mantener su hegemonía. China persigue el «rejuvenecimiento de la nación», busca recuperar Taiwán, controlar el Indo Pacífico, proyectar poder en Asia Oriental y desplazar a Estados Unidos. Rusia, potencia económica menor, juega un rol clave con armas nucleares, capacidad militar y una red de alianzas como disruptor global. Al apoyar a Corea del Norte, vender armas a Irán o mantener la guerra en Ucrania, Moscú amplía su influencia impidiendo que Occidente concentre recursos en Asia.
En el juego por el poder cada intento por contener a una potencia rival puede ser percibido como amenaza, elevando el riesgo de guerra, no siempre deseada, fácil de empezar, pero difícil de detener. En Ucrania, Oriente Medio, África y Asia un solo incidente, un error de cálculo, un malentendido, puede desencadenar conflictos mayores.
La guerra en Ucrania consume recursos y atención estadounidense, beneficiando el avance de China en su estrategia para presionar a Japón, Filipinas, Corea del Sur y Australia. Con la retórica de «Asia para los asiáticos», Xi Jinping impulsa una narrativa de paz y desarrollo mientras sus barcos acosan pesqueros filipinos, hackers atacan infraestructura en Taiwán y Japón, con submarinos patrullando aguas estratégicas.
Japón se rearma duplicando su presupuesto militar, desarrollando capacidades de contraataque y alianzas con Estados Unidos, Australia y Filipinas. Corea del Sur evalúa la opción nuclear ante temores de que Estados Unidos, con su doctrina de «America First», reduzca compromisos. Filipinas, socio clave, enfrenta a la guardia costera china. Australia, antes socio económico de China, enfrenta el hostigamiento militar en aguas del Pacífico. La región se rearma porque saben que las palabras de Xi Jinping no detendrán a sus barcos o misiles.
Estados Unidos enfrenta una disyuntiva estratégica. Para mantener el equilibrio global, debe cerrar frentes negociando un alto al fuego en Ucrania, encontrar soluciones políticas en Oriente Medio y gestionar conflictos en África. Solo así podrá concentrar su atención y recursos en el Indo-Pacífico, definiendo el orden mundial. Reducir su presencia en estas regiones propicia el avance de China y Rusia, con consecuencias imprevisibles para la estabilidad internacional.
Muchos pensaron que el comercio evitaría la guerra, pero no fue así. La rivalidad entre China y Estados Unidos, a pesar de sus economías interdependientes, sigue creciendo. El realismo ofensivo explica que la supervivencia prima sobre la prosperidad. El poder militar como base de la disuasión y seguridad, hace de la hegemonía regional el premio más codiciado: Estados Unidos en Occidente, China en Asia y Rusia intentando sostenerse en Eurasia.
La tragedia del sistema internacional hace necesario entender que cada Estado debe asegurar su supervivencia acumulando poder, porque en un mundo anárquico, nadie lo hará por él. Una guerra no se detiene con palabras y las negociaciones de paz tampoco garantizan estabilidad.
El equilibrio global se sostiene con una disuasión creíble. El desafío no es evitar el juego de poder, sino jugarlo asegurando alianzas sólidas, controlando las esferas de influencia, evitando errores de cálculo que desencadenen guerras difíciles de detener.