Un altar teotihuacano en Tikal reconfigura la historia del vínculo entre dos grandes civilizaciones
Un hallazgo arqueológico en el corazón de Tikal, Petén, está revolucionando la manera en que entendemos las relaciones entre las civilizaciones mesoamericanas. Se trata de un altar pintado con estilo teotihuacano, datado en el siglo V de nuestra era, cuya forma, decoración y contexto ritual sugieren no solo influencias artísticas, sino también la posible presencia física de élites procedentes de Teotihuacán en la ciudad maya.
Redacción
La investigación, liderada por Edwin Román, director del Proyecto Arqueológico del Sur de Tikal (PAST), fue presentada este lunes 7 de abril en el Palacio Nacional de la Cultura. El estudio será publicado oficialmente mañana, 8 de abril, por la revista Antiquity de la Universidad de Cambridge, bajo el título “Un altar de Teotihuacán en Tikal, Guatemala: ritual del centro de México e interacción de la élite en las tierras bajas mayas”.
El altar —encontrado en el grupo 6D-XV— se caracteriza por su estructura talud-tablero, su plataforma quemada, sus pinturas murales policromas y depósitos rituales que incluyen entierros de niños, lo que encuentra claros paralelos con rituales domésticos de Teotihuacán. La iconografía y la técnica pictórica revelan la ejecución por artistas altamente capacitados en el estilo metropolitano del centro de México, lo que implica una conexión directa, no solo simbólica, entre ambas civilizaciones.



Una nueva narrativa
Las excavaciones, iniciadas en 2019 gracias al uso de tecnología Lidar con apoyo de la Fundación Pacunam y Hitz Foundation, revelaron una estructura rectangular de poco más de un metro de altura, alineada con precisión y decorada con elementos visuales propios de Teotihuacán: orejeras dobles, tocados de plumas, escudos y la icónica “boca del dios de la tormenta”. El altar se encuentra a 125 metros de la pirámide 6D-105, sobre una plataforma natural nivelada que formó parte de una zona residencial de élite.
Cada uno de sus cuatro paneles muestra personajes frontales con rasgos divinos y posibles vínculos cosmológicos, acompañados de símbolos como chalchihuites (jade) y penachos que evocan el poder ritual y político de la época. La mezcla de técnicas mayas y mexicanas, como el uso de contorno rojo y negro o la composición por capas, refuerza la hipótesis de que artistas teotihuacanos o formados bajo su tradición trabajaron directamente en Tikal.
Además, se encontraron incensarios fragmentados, entierros rituales con características teotihuacanas —como la posición sentada de los cuerpos—, y ofrendas asociadas a fases reconocidas como Tlamimilolpa (250–350 d.C.) y Xolalpán (350–450 d.C.), propias de Teotihuacán.

¿Migración o diplomacia ritual?
Para Edwin Román, aún hay preguntas abiertas, especialmente sobre si las personas enterradas bajo y junto al altar estaban emparentadas. Estudios de ADN antiguo, actualmente en proceso, podrían ofrecer respuestas para mayo o junio, según comentó el arqueólogo a Prensa Libre.
No obstante, el altar constituye hasta ahora la evidencia más sólida de que personas de Teotihuacán no solo llegaron a Tikal, sino que lograron expresar sus convicciones religiosas en un espacio maya de alta jerarquía.

El diseño, el simbolismo y la ubicación del altar lo vinculan con espacios domésticos rituales en complejos residenciales de Teotihuacán, los cuales fueron abandonados tras su uso ceremonial. Este patrón, replicado en Tikal, abre nuevas rutas de análisis sobre movilidad, diplomacia y coexistencia en la antigua Mesoamérica.
Más allá del intercambio comercial y simbólico, el hallazgo apunta a una interacción más íntima y sostenida, quizás incluso a migraciones planificadas o alianzas políticas selladas con fuego, piedra y pintura