¿Ha gobernado la izquierda en Guatemala? Claro que sí (2a parte)
Por Julio Abdel Aziz Valdez
En 1978 gana las elecciones el general Fernando Romeo Lucas García con una alianza de partidos que pretendía arrebatarle el poder a la extrema derecha identificada en el Movimiento de Liberación Nacional (MLN), que por única vez había logrado la reelección.
La coalición Partido Institucional Democrático (PID), Partido Revolucionario (PR) y Central Aranista Organizada (CAO) llega al poder, los revolucionarios logran colocar al vicepresidente, al doctor Francisco Villagrán Kramer y a varios funcionarios.
Este período presidencial es prontamente superado por la creciente ola de violencia política promovida por la guerrilla, que para ese entonces tenía cooptada completamente a la Universidad de San Carlos de Guatemala (USAC), y a decenas de sindicatos. Es en este período cuando se impone la narrativa de que la izquierda institucional es traidora en esencia.
Esto se confirma con la muerte del ex alcalde capitalino Manuel Colom Argueta. Como fue un hecho inédito, tanto los medios de la guerrilla y la militancia culpabilizan al gobernante y a los responsables del aparato de seguridad.
No analizaremos acá si fue el Estado el responsable o no por la muerte del político, pero haremos acotación de que se marcó una brecha considerable entre los que seguían creyendo que la democracia era la vía para los cambios y los que apostaban a la lucha armada, sobre todo porque a un año de que Fernando Romeo Lucas García asumiera la presidencia, Nicaragua cae en manos del Frente Sandinista de Liberación Nacional y Somoza sale al exilio.
Este hecho define en la narrativa revolucionaria el calificar a todos los gobernantes militares de dictadores “la dictadura militar” (como hoy sucede con el llamado “pacto de corruptos”) era el enemigo a vencer. Sin importar qué partidos los apoyaran ni la cantidad de votos que sacaran, la izquierda legal se desvanecía en discursos llenos de odio y rencor por sus cuadros asesinados.
Viendo en retrospectiva, no sería de extrañar que algunos de esos cuadros de izquierda legal hubieran sido asesinados por la misma guerrilla, que luego culpase al Estado.
En 1982 se producen de nuevo las elecciones. La gran diferencia de estas es que la mayoría de los partidos en contienda ya no proponen a un candidato militar, excepto a los designados desde el gobierno. A pesar de que para este año la violencia estaba en pleno apogeo, y que en la región se estaban llevando a cabo enfrentamientos armados brutales, en Guatemala los partidos políticos incluyendo los de derecha proponían a civiles.
Los resultados de aquellas elecciones fueron defenestrados, y fue la gota que rebalsó el vaso. Lo que sucedería a continuación sería lo más cercano a un movimiento de revolución controlada. Se produce un golpe de Estado protagonizado por oficiales jóvenes contra el gobernante militar que pretendía la reelección con otro militar, de repente el grado de descomposición democrática estaban derruyendo al Ejército y nos acercaba más a la debacle en manos de la izquierda armada, la cual poseía grandes apoyos en la sociedad.
La izquierda partidaria legal no aparece sino hasta que finalmente se oficializa que se había conformado un triunvirato de generales con Efraín Ríos Montt a la cabeza. Sí, el mismo que había encabezado el Frente Nacional de Oposición de izquierda en 1974 (apenas siete años antes), pero ojo, la motivación de este movimiento militar que luego fue apoyado por otras fuerzas políticas, fue inicialmente nacionalista y contradictoriamente, con la idea de despolitizar partidariamente al ejército. Todo esto para hacer efectiva la lucha a muerte que se llevaba contra la guerrilla que avanzaba en todos los frentes.
En efecto, el gobierno de facto que finalmente fue ocupado solo por Ríos Montt, comenzó su gestión decretando amnistías para la guerrilla y aprovechando su amistad con antiguos dirigentes del Partido Socialista Democrático (PSD9, les permite regresar de su exilio, e incluso extiende dicho ofrecimiento a los miembros del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT), que además de poseer un ala armada tenían una estructura partidaria. Ríos Montt ofrece legalizarlos, algo que rechazaron y luego declararon que esta era una operación de maquillaje de la “dictadura”. En la narrativa de la actual izquierda es mejor presentar este periodo histórico como de efervescencia genocida y no como el inicio del fin del conflicto armado, que llegará a su culmen con la nueva Constitución de 1985 y la llegada al poder del partido de izquierda socialcristiana Democracia Cristiana Guatemalteca en 1986.
El error de cálculo de los partidos de izquierda legales en 1982, es que la guerrilla ya contaba con su propia estructura externa, por lo que en foro internacional ellos tenían mucha más audiencia. Prontamente se constituyeron en la voz de la izquierda nacional la “verdadera y única” y claro, junto con ello, impusieron la narrativa de que no solo no había alternativa real y legal sino que los militares, quienes los combatían, y los empresarios organizados eran todos “la derecha malvada”.
En el análisis llevado a cabo por el Dr. Carlos Sabino sobre la década de los setenta en Guatemala ha surgido una disyuntiva paradójica, y es que desde el coronel Ydigoras Fuentes hasta el General Fernando Romeo Lucas, los gobiernos encabezados por militares elevaron significativamente la inversión social. Con esto no afirmamos que no hubo corrupción. Al contrario, el punto no es ese, sino que aquellos gobiernos poco o nada tenían de derecha, o no al menos como la teoría así lo hace ver.
El asociar derecha a los militares fue una entelequia impuesta por la narrativa de la izquierda intelectual, por una asociación de ideas: siendo ellos la izquierda revolucionaria, solo podían ser combatidos por la derecha y como el Estado en esta década e inicios de los ochenta estaba siendo dirigido por miembros del Ejército y este como institución los combatía, por lógica eran la derecha.