Un buen gobierno ¿Para cuándo y a cargo de quién?
Lo mediático
A pesar de que tenemos un nuevo gobierno, con tan solo seis meses a cargo de la administración pública, se percibe el mismo desencanto de la población, como si el doctor Bernardo Arévalo estuviera a un año de entregar la presidencia. Es decir, ya no manda. Aunque, hay quienes vaticinan, que de repente se queda igual que Nicolás Maduro, Daniel Ortega o Nayib Bukele. Personalmente, considero poco probable que esto suceda; como también creo que hay que esperar un año para juzgar los resultados. Sin dejar de señalar aquellos vacíos cuya discusión pública ayude a mostrar interés por el rumbo del país.
El planteamiento
Mucho se ha escrito acerca de la esperanza de contar con un buen gobierno, que se califique como tal, no solo por la paz, libertad y seguridad absoluta, construidas con base en las buenas relaciones entre gobernados y gobernante y el cumplimiento de los compromisos hechos durante la campaña.
Coloquialmente, se dice que un buen gobierno se caracteriza por la legalidad y legitimidad en su elección, lo cual le otorga representatividad y espacio público para articularse con la sociedad, creando de facto una buena gobernanza y en consecuencia un alto nivel de gobernabilidad, con lo cual se aseguran resultados efectivos y sostenibles. Es decir, no dependen de la ideología, sino del liderazgo y eficiencia de la gestión pública.
Suárez-Iñiguez, Enrique, en su artículo “EL BUEN GOBIERNO[1]”, expresa que: “La función de los políticos -y por tanto del buen gobierno- es detectar y solucionar los graves problemas sociales y aceptar, en vez de ocultar, sus errores, para así poder corregirlos. No hay que buscar ideales utópicos, sino ayudar a los desvalidos y necesitados construyendo instituciones para ese fin”.
También opina que “… podríamos con justicia decir, que debe aplicar el método de la ingeniería gradual, que consiste en pequeños ajustes progresivos para ir mejorando nuestra sociedad en vez de pretender el «borrón y cuenta nueva».
Rawls John (citado por Suárez-Iñiguez ) recomienda realizar cuatro funciones: “… la de asignación, que debe mantener los precios competitivos y evitar un mercado irracional; la estabilizadora, que intenta lograr el pleno empleo entendido como el logro de un trabajo para quien realmente lo quiera; la de transferencia, que busca el mínimo social aceptable, y la de distribución que intenta, como el nombre lo indica, distribuir riqueza o, para decirlo en palabras de Rawls, «preservar la justicia de las porciones distributivas mediante la tributación y los reajustes necesarios sobre los derechos de propiedad»[2].
Deutsch, Karl W “POLÍTICA Y GOBIERNO” (1998[3]), desarrolla un tema interesante titulado: “Lo que esta en juego en la política: Lo que se puede obtener y lo que se puede hacer”, en el que comenta acerca de el poder, intereses y valores principales, como: respeto, rectitud, riqueza, salud, ilustración, habilidad y, otros valores entre los que incluye a la seguridad, como un interés determinante para el disfrute de los valores mencionados: “Uno de los principales intereses de la política es la forma en que se pueden disfrutar los valores” e indica que cualquier valor debe disfrutarse con “… seguridad”, para apuntalar su continuo disfrute.
Derecha, centro e izquierdas
Desde el retorno a la democracia hasta nuestros días, hemos escuchado hablar de partidos con orientación ideológica de IZQUIERDA, CENTRO O DERECHA, pero en la para}áctica no han actuado de acuerdo con la autodenominación de cualquiera de las ideologías mencionadas.
Navas García, Alejandro (2014) en su artículo Izquierda y Derecha: ¿una tipología válida para un mundo globalizado?, cita a Peter Glotz (1992), quién contrapone dos posiciones sobre la interrogante planteada, para él: “La izquierda adopta un pensamiento racional y deductivo, habla de derechos humanos y de Estado de derecho, defiende normas universalistas y constituciones, es cosmopolita. La derecha, por el contrario, adopta un pensamiento vitalista, habla de instituciones llamadas a dar cobijo al hombre, defiende el espacio vital y el territorio nacional, opta por la polis”.
La pregunta, que nos corresponde resolver a los guatemaltecos preocupados por el futuro del país, es: ¿Alguno de los partidos responde al perfil anterior?. Personalmente, considero que no. Ambas corrientes de pensamiento han desencantado a los guatemaltecos y, el centro es tan amplio -centro, centro derecha y centro izquierda-, como nebuloso y por tanto difícil de precisar, si ha tomado algunas características de la izquierda o la derecha”.
La caída del muro de Berlin (1989), caracterizó el fin del comunismo y también marcó el fin de las ideologías políticas y si no es así, lo cierto es que ninguna de estas ideologías genera expectativas que estimulen su seguimiento, como ocurría en el pasado en que ambas ofrecían democracia.
De lo que no cabe duda alguna, es del desencanto de los guatemaltecos con la democracia, independientemente del partido que llegue al poder. Según la medición realizada por Latinobarómetro el 38% está satisfecho con la democracia. Entretanto, un buen porcentaje justifica un golpe de Estado, debido a la delincuencia (48%) y la violencia (43%), resultados obtenido durante el pasado año electoral.
Reflexiones
La verdad, es que a los guatemaltecos nos les importa la filiación ideológica de quien gobierne, siempre que resuelva los problemas mas sentidos que sufren día a día. Por ello no es una sorpresa, que algunos piensen, que un golpe de Estado resolvería la problemática generada por el crimen organizado, la falta de certeza jurídica y la incertidumbre de vivir regidos por un frágil y confuso Estado de Derecho. Así, como los efectos nocivos resultantes de la agria y contestaria convivencia política entre los organismos estatales, en desmedro de los fines para los cuales fueron electos o elegidos.
También, es cierto el malestar de la ciudadanía por la constante intervención de países extranjeros y organismos internacionales, en asuntos que solamente compete resolver a los guatemaltecos, sobre todo cuando no han sido invitados a mediar por los órganos en conflicto. No se trata de soberanía, ni de una especie de xenofobia colectiva, sino de dignidad nacional.
Para bien de la democracia, no existe posibilidad alguna de pensar en golpes de Estado, para resolver problemas creados por los políticos sin compromiso con la democracia. También, hay que reconocer que el ejército aprendió de las lecciones acumuladas durante los últimos cuarenta y dos años (1944 a1986), como terminará de aprender el ejército de Bolivia.
[1] file:///Users/Mariomerida/Downloads/maria_marcela,+EP-01-n26-1129%20(1).pdf
[2] La filosofia moral y política de John Rawl, Estudios Políticos, Cuarta Epoca, núm. 11, abril-junio 1996, pp. 47-72.
[3] Deutsch, Karl W “POLÍTICA Y GOBIERNO” (1998). Pag. 40 a 54. Fondo de Cultura Económica