«Madre es la que ama»: Inés Ayau, madre de muchos hijos
Igumeni del Monasterio de la Santísima Trinidad Lavra Mambré, la madre Inés Ayau acogió a centenares de niños de diferentes edades durante varios años. Actualmente, reside en el monasterio con un grupo de monjas y algunos de sus hijos adoptivos que ya son adultos productivos y responsables. 10 de mayo, día que conmemora a las madres, es una fecha idónea para contar la historia de esta guatemalteca destacada.
Roxana Orantes Córdova
Mucho se repite que «madre no es la que engendra sino la que cuida, la que guía, se sacrifica y ama». Este es el caso de mujeres que, sin engendrar, dedicaron su vida al bienestar de niños que por muchas razones crecieron sin la cercanía de su madre biológica.
Una de ellas es Inés Ayau, quien desde muy joven sintió la vocación religiosa y de monja católica romana, se convirtió a la Iglesia Ortodoxa, en un largo trayecto que incluyó dudas, estudios y sobre todo, la labor para que sus padres comprendieran su decisión.
A los 19 fue misionera en Cabricán, donde trabajó en la alfabetización a través de la radio, con la Federación Guatemalteca de Escuelas Radiofónicas (FGER). Como monja católica romana de la Asunción, estudió teología en México, Francia y Bélgica.
«Estudiando las Escrituras ocho hora al día, encontré la ortodoxia», comenta y recuerda su estancia de quince meses en Jerusalén, donde también conoció detalles de la educación a distancia.
Guatemala: entre la academia y el cuidado de los niños
De vuelta en Guatemala, su padre, Manuel Ayau Cordón, uno de los principales fundadores de la Universidad Francisco Marroquín, le propone encargarse de IDEA, un proyecto de educación a distancia del que finalmente se separó para fundar la Universidad Olga y Manuel Ayau Cordón (UOMAC), centro de estudios en línea con una amplia oferta académica y una biblioteca virtual muy completa. Algunos de los textos se pueden descargar de forma gratuita.
En 1996, el gobierno le dio en usufructo la casa de acogida para huérfanos, fundada en 1856 por un antepasado de la monja, y nacionalizado en los años 50 por el gobierno. A cargo de Bienestar Social, el lugar terminó abandonado, vandalizado y en ruina. Fue escenario de muchas tragedias y finalmente, el Estado, incapaz de hacerse cargo, lo concedió en usufructo a Inés Ayau, a quien el gobernante Álvaro Arzú le solicitó que cumpliera esta tarea.
En diez años, atendieron a más de mil niños, y con una correcta gestión de recursos y una inteligente política de donaciones, pronto el hogar fue un lugar ejemplar, donde los menores gozaron de abrigo, alimentos y educación. Durante esos años, alrededor de 240 niños fueron adoptados y 900 se graduaron del programa escolar.
Cuando el Estado prohibió las adopciones privadas, Ayau tuvo que entregar los niños a instituciones del gobierno. «Hasta me amenazaron con cárcel», recuerda. Pero no se dejó vencer y pronto encontró utilidad para la enorme Casa de Misericordia que quedó vacía. En el lugar, funcionan la Escuela Oficial de Educación Especial Número Uno; El Centro de Estudios Mayas Yuri Knororosov, un colectivo de artistas y la Escuela Taller de la Municipalidad Capitalina.
El grupo de monjas ortodoxas y los trabajadores que compartían el cuidado de los niños, tuvo que despedirse de ellos con mucho dolor, sabiendo que los menores institucionalizados por el Estado no estarían en las mejores manos, como lo demostró la espantosa tragedia del Hogar Seguro, en 2017.
Varios de los 115 niños que pasaron de Casa de Misericordia a instituciones del gobierno, no fueron adoptados y llegaron a los 18 años en orfanatos. Por lo menos uno de ellos permanece en un orfanato estatal, próximo a cumplir 18 años e Inés Ayau asegura: «cuando salga, me lo llevaré a Amatitlán para que siga estudiando».
Amatitlán y el monasterio en un lugar paradisíaco
Desde 1987, Ayau comenzó a establecerse en Amatitlán, en terrenos donados por Federico Bauer. En el lugar, edificó un templo ortodoxo construido según todos los cánones de su rito. La capilla está decorada con lujosas pinturas, realizadas por dos iconografistas rusos.
Se trata de un templo impresionante y la madre es muy abierta para explicar todos los detalles del culto, básicamente católico si bien no bajo el patriarcado de Roma, regido por el Papa. En los murales y la campana que se encuentra en la entrada, puede verse al Hermano Pedro, entre otros santos.
Las monjas que habitan en el monasterio, son personas «fuera de serie». Una de ellas es química bióloga y realiza estudios con hongos medicinales y alucinógenos. Otra de ellas es arquitecta y todas, trabajan incansablemente para sostener el lugar, un sitio hermoso y lleno de flores, a la orilla del lago.
Inicialmente, Inés Ayau pretendía llevar hacia este lugar a sus niños. A unas cuadras del monasterio están los edificios que construyó para albergarlos: cocinas, dormitorios y otras dependencias, por el momento vacías pero a los que seguramente, la madre les encontrará alguna utilidad.
En el lugar, además del monasterio y los edificios, también hay un mausoleo donde descansan los padres de Inés Ayau: Manuel Ayau y Olga García. Frente a sus tumbas están las de dos niños que fallecieron en diferentes épocas, ya como adultos jóvenes. Ayau los recuerda con cariño y narra sus breves biografías con mucha nostalgia.
Rectora de la UOMAC; educadora y constructora de mil proyectos, Inés Ayau es una de las guatemaltecas que tiene muy merecido el título de «madre».