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Jesús, el primer libertario

21 de abril de 2025/en 24/7, Voces jóvenes/por edicion.247prensadigital@gmail.com

William Kawaneh

Estimado lector, espero que haya descansado bien esta Semana Santa. Ahora bien, le propongo una idea que vale la pena cuestionar. Acabamos de conmemorar la muerte y resurrección de Jesucristo. Todos sabemos que murió por nuestros pecados. Pero ¿y si celebráramos también algo más? ¿Y si, más allá del sacrificio espiritual, reconocemos que sus enseñanzas fueron también una bomba de tiempo contra la tiranía, el control, y la manipulación política? Jesús no solo vino a salvar almas. También dejó —aunque muchos no quieran verlo— las bases para una sociedad libre. Y no libre por decreto, sino libre de verdad: respeto absoluto a la propiedad ajena, al trabajo del prójimo, y a la libertad de actuar sin coacción.

Jesús fue un defensor absoluto de la libertad. Algunos «intelectuales» —esos que retuercen las Escrituras cuando les conviene— intentan pintarlo como un proto-socialista, un líder colectivista o hasta un agente de redistribución. Nada que ver. Jesús comparte mucho más con un liberal clásico que con cualquier estatista moderno. De hecho, hay una conexión profunda entre sus enseñanzas y las ideas de uno de los economistas más claros que ha dado el siglo XX: Ludwig von Mises.

Uno habló desde un monte y el otro desde la economía, con casi 1,900 años de diferencia. Pero ambos decían lo mismo, cada uno a su manera: la verdadera grandeza no nace del poder, sino de la libertad. Una sociedad solo florece cuando las relaciones humanas son voluntarias. No impuestas. No reguladas. No decretadas desde arriba. Voluntarias. Tanto Jesús como Mises rechazaban la imposición gubernamental, defendían la propiedad privada, reconocían el derecho a trabajar y a intercambiar con libertad.

Y hablando de intercambio, hay un punto que siempre se malinterpreta: la ayuda a los pobres. Mucha gente insiste en que Jesús mandó a redistribuir, a quitarle a unos para darle a otros. Falso. Jesús amaba a los pobres, sí, pero también a los ricos. No por lo que tenían, sino por lo que eran: personas. Habló de ayudar al necesitado, claro, pero no dijo jamás que eso debía hacerse por decreto, con leyes, con impuestos o por obligación. Su enseñanza fue clara y directa: “Que tu limosna sea en secreto… y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mateo 6:4). Ayuda voluntaria. No redistribución impuesta. Caridad, no socialismo. Y eso no lo quieren entender.

Toda la Biblia está llena de ideas que hoy llamamos libertarias. Libertad individual, cooperación entre personas sin coacción, libre intercambio y propiedad privada. Jesús dijo: “Conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Juan 8:32). Y Pablo lo reafirma: “Cristo nos hizo libres. No se sometan de nuevo al yugo de esclavitud” (Gálatas 5:1). ¿De qué esclavitud hablaban? ¿Sólo la espiritual? No. También hablaban de la esclavitud impuesta por los que pretenden dominar al prójimo en nombre de la ley, del César o del Estado.

¿Y qué es “buscar el bien del otro” sino la base del libre mercado? Si yo te ofrezco algo que te sirve, me pagás. Yo te hago un bien, vos me lo devolvés. Así de simple. Eso es cooperación libre, no caridad con látigo.

El trabajo voluntario y el comercio justo están respaldados en la Biblia. “El obrero es digno de su salario” (Lucas 10:7). Y en la parábola de los trabajadores de la viña (Mateo 20), el dueño contrata a quienes quiere, cuando quiere, y les paga lo acordado. No hay sindicatos, no hay decretos, no hay intervención. Hay acuerdos libres. Punto.

La propiedad privada, además, está tan clara en la Biblia que solo el que no quiere verla, no la ve. “No robarás” (Éxodo 20:15), “Maldito el que cambie los linderos de su prójimo” (Deuteronomio 27:17), “¿Acaso no te pertenecía lo que poseías? ¿No tenías derecho a decidir qué hacer con tu dinero?” (Hechos 5:4). Ahí está, escrito y subrayado. La propiedad es del individuo. El derecho a decidir qué hacer con ella es innegociable. Y aún así, hay quienes citan la Biblia para justificar expropiaciones y expoliaciones. Una burla total.

Y mientras eso pasa, Mises ya lo decía con claridad: “La sociedad humana es una asociación de individuos. Su unidad se basa en la paz y la cooperación voluntaria.” Nada que agregar. Jesús desde la fe y Mises desde la razón coincidieron en lo mismo: que la libertad no se impone, se vive. Que nadie mejora a la fuerza. Que el respeto mutuo, el trabajo y el intercambio libre crean sociedades más justas que cualquier decreto de palacio.

Jesús no vino a escribir leyes, vino a cambiar corazones. Y un corazón libre, que no impone ni se impone, es la base más firme de cualquier sociedad que aspire a llamarse justa.

Jesús no vino a fundar un gobierno, vino a liberar. Él mismo dijo que había venido “a proclamar libertad a los cautivos y a poner en libertad a los oprimidos” (Lucas 4:18), y fue claro al afirmar que quien paga impuestos no es libre (Mateo 17:26).

Su mensaje no solo es incompatible con el gobierno, es opuesto a su esencia misma, porque el Reino de Cristo no funciona con coerción ni jerarquía. Como bien dice Redford: “Jesús ha llamado a la libertad, y su mensaje es incompatible con el gobierno. De hecho, los gobiernos han sido la fuerza más demoníaca que ha existido en la Tierra.” Y quizás lo más provocador, pero también más cierto: “Si incluso una décima parte de la población comprendiera esto, los gobiernos caerían como fichas de dominó.”

No digo que Jesús haya sido economista. Pero tampoco podemos seguir tragándonos la idea de que fue un promotor del control estatal, la redistribución forzada o la obediencia ciega al poder. Jesús predicó libertad. Enseñó a actuar por amor, no por imposición. No vino a dictar leyes ni a armar gobiernos; vino a transformar personas. Y una persona libre, que elige hacer el bien sin que nadie se lo imponga, es mucho más peligrosa para el sistema que cualquier político. Hoy, mientras muchos quieren decirte cómo vivir, qué pensar y a quién obedecer, recordá esto: Jesús no vino a controlarte. Vino a liberarte. Y eso —aunque a muchos les incomode— lo convierte en el primer gran defensor de la verdadera libertad.

Y si todavía alguien cree que Jesús era socialista, que lea la parábola de los talentos. No solo no castiga al que tiene más, sino que lo premia por hacer más con lo que recibió. ¿Y al que no hizo nada? Lo llama inútil y lo deja sin nada. Literal: “Al que tiene, se le dará más… y al que no tiene, hasta lo que tiene se le quitará” (Mateo 25:29). Acá no hay reparto, no hay igualdad por decreto, no hay premio por no hacer nada y menos premio por participar. Hay mérito, hay esfuerzo, y hay consecuencias. ¿Redistribución? Ninguna. Jesús fue claro: si no producís, no te lo merecés. Así de simple.

Etiquetas: cristianismo, Libertarios
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