El problema contemporáneo de confundir la felicidad con la alegría
Por Franco L. Farías, director del Movimiento Libertario de Guatemala.
No creo que sea correcto achacarnos este problema solo a nosotros, las personas que hemos nacido del 2000 en adelante (generación Z). Pero, si es cierto que somos la generación que más sufre esta confusión, asi como las nocivas consecuencias que puede tener persistir en ella a largo plazo.
La preocupación por confundir lo que es la felicidad con que es la alegría, o usarlas indistintamente, parecería, a primera vista, un problema de lingüistas que a quienes no se dediquen a ese campo poco les interesaría. Pero la verdad es otra; este problema es de esencia filosófica, y por tanto, de interés para la humanidad entera. Aún más, de especial atención, para todas las personas que buscan entender por qué y para qué se vive, y no solamente ser vivido por la vida.
En primer lugar, la visión contemporánea (que, hasta donde entiendo, no es impulsada por un fundamento académico o reflexivo, sino que es reflejo de como se ha ido perfilando el mundo) comparte una conexión con la visión clásica, en cuanto a que se ve la felicidad como el fin último de la vida, o a lo menos, algo deseable. Se distancia profundamente de la visión clásica al dejar de entender la felicidad como una consecuencia y verla como algo que puede generarse por sí mismo; he ahí que se confunde la felicidad con la alegría. Mientras que la primera es un estado, que, a su vez, es el subproducto de una serie de acciones; la segunda es solo una emoción que se presenta como consecuencia directa de un gatillante.
Veamos entonces, que es la felicidad: la felicidad es un estado de plenitud y tranquilidad, de imperturbabilidad, al que no se puede llegar directamente. Me refiero, no puedes hacer cosas para ser feliz, haces cosas y, si esas cosas son buenas, eres feliz. En otras palabras, la felicidad es una consecuencia, pero no una consecuencia directa, sino un subproducto que nace del juicio y el reconocimiento de vivir bien, virtuosamente o, conforme a la naturaleza.
De esta manera, podríamos decir que la felicidad es la conclusión que surge tras el análisis de nuestras acciones; cuando nuestro análisis nos muestra que estas van alineadas a nuestro propósito, la tranquilidad de saber que no hemos desperdiciado nuestro tiempo finito, más la confianza de saber que nos hemos aproximado (aunque sea, marginalmente) a nuestro objetivo final, nos hace estar felices. De ahí que la felicidad no es, por naturaleza, desbordante, o del tipo de emociones que hacen que las personas no caigan en si, por el contrario, la felicidad es caer a la perfección en uno mismo.
La alegría (que desde ya aclaro, no es mala en sí misma), es una emoción. Se presenta como un rayo e imbuye a la persona que la experimente en un gran gozo y júbilo mientras esta dure. A diferencia de la felicidad, la alegría es consecuencia directa de una acción determinada. Es decir, el objetivo de esa acción es provocar la alegría.
Vemos entonces, como acciones que parecen (o son) tediosas, dolorosas, o incomodas, pueden producir felicidad y no alegría; y acciones hedonistas pueden producir alegría y no felicidad. Se empieza a perfilar el problema.
Si tenemos que el fin último de la vida es la felicidad (que, en el pensamiento clásico, estaba insolublemente ligado a ser bueno), y se confunde la felicidad con la alegría; se tiene que el fin ultimo de la vida es provocar tantas emociones como se pueda y tan fuertes como sea posibles, esto lleva a conclusiones equivocadas sobre cómo se alcanza la “felicidad”, pensando que mientras mas cosas se hagan que produzcan alegría, mas feliz se será; sin embargo.
La ingesta excesiva de alcohol, y en general de cualquier droga, NO da felicidad, sino alegría momentánea.
Los actos de promiscuidad y frivolidad afectiva NO dan felicidad, sino alegría momentánea.
El consumo compulsivo (compras, comida, redes sociales) NO da felicidad, sino distracción o alegría momentánea.
El escape constante del dolor o del conflicto emocional y reflexión NO da felicidad, sino una ilusión momentánea.
Por nombrar las mas cotidianas.
No digo con ello, que estas acciones tengan que evitarse necesariamente; digo que no deben confundirse con la causa de la felicidad, pues de esta confusión emerge la conocida angustia existencial que aqueja, fundamentalmente, a las mentes jóvenes.
Si la felicidad no llega a uno, sino que permanentemente se escapa tras el éxtasis de las actividades que la inducen. Entonces somos esclavos de la felicidad, algo asi como Sísifo, que cargaba todos los días una gran roca cuesta arriba, para que al día siguiente la roca amaneciera en el pie de la colina.
Si tenemos que la felicidad es buena, pero permanentemente nos es esquiva, salvo cuando hacemos cosas que me nos la inducen, entonces la felicidad no está hecha para mí, o hay algo en mi que me condena a la infelicidad. Ese es el razonamiento tras una persona con angustia existencial o depresión, que no solo sabe que no es feliz en ese momento, sino que cree que hay algo en él que le impedirá serlo. Esta es la consecuencia de confundir felicidad con alegría.
Las personas con este pensamiento equivocado tienden a aumentar las actividades que les producen alegría, pensando que son los únicos momentos de su vida en los que son felices; e intentan disminuir al máximo todas las actividades que (primeramente) produzcan dolor o incomodidad. No se dan cuenta que caen en un circulo vicioso y autodestructivo en el que creen que cuando no están sintiendo la alegría de las acciones anteriormente mencionadas, son miserables; entonces recurren a las actividades que dan alegría como si fueran a solucionar ese problema, y cuando no lo consiguen caen en un espiral autodestructivo lleno de vicios y miseria.
Esto, que a nivel individual es una tortura existencial tremenda, cuando se generaliza a nivel social, crea una comunidad insostenible en el mediano plazo.
Las consecuencias materiales de esta confusión entre felicidad y alegría son la aversión al trabajo, al ahorro y, en general, al esfuerzo de cualquier tipo. Prefiriendo opciones que pueden parecer buenas al comienzo, pero solo los hundirán en ese espiral decadente, como los subsidios del gobierno, la deuda injustificada, y, en general, la gratificación instantánea.
Vemos entonces, como esta confusión, que inicialmente parecía solo una discusión de lingüística, tiene tremendas y nocivas implicaciones en el plano individual, cultural, y social.
No sé ni me interesa saber si esta confusión ha sido deliberadamente implantada o se ha popularizado por descuido, pero mientras más consciente se esté de ella, menor es la posibilidad de caer en sus consecuencias.
De tal modo que el primer paso para abandonar esa ilusión es encontrar nuestro propósito. Que, sin duda, es más fácil decirlo que hacerlo. Pero quebrarse la cabeza para encontrarlo es mejor que vivir una vida asfixiante.
Nuevamente, no se trata (necesariamente) de eliminar estas actividades que dan placer instantáneo, solo de entender que estas pueden ser (en el mejor de los casos) paradas, y nunca metas, en el precioso sendero de la vida.