Venezuela: el triunfo «anunciado» de Maduro
Pensar que un régimen narcoguerrillero abandonará el poder político en las urnas es pecar de buena fe y un tanto ingenuo. El régimen chavista se instauró en Venezuela desde 1999 y es prácticamente imposible que ceda el gobierno a cualquier grupo opositor que pretenda reemplazarlo en las elecciones.
El voto popular es una de tantas variables que la izquierda no reconoce ni respeta. Las elecciones en un régimen narco comunista suelen ser una mascarada que infunde alguna esperanza a quienes todavía creen que un sistema como el de Nicolás Maduro tenga la decencia de organizar elecciones libres y aceptar los resultados. Lo que está en juego para ellos es demasiado para que accedan a cederlo en el juego democrático que jamás fue un valor respetado por la izquierda, desde que Carlos Marx escribió su Manifiesto Comunista.
Maduro, un ex chofer de autobús que derivó en dictador millonario, escaló al poder desde la oscuridad sindical, hasta convertirse en «hombre de confianza» de Chávez, quien le delegó el poder según el estilo monárquico de las dictaduras comunistas: Castro dejó a su hermano, Lenin a Stalin y en Corea del Norte, el poder se hereda por la vía parental.
Ayer, los venezolanos y gente sin malicia en todo el mundo, esperaban un cambio histórico en Venezuela, sin considerar que el factor decisivo, el Consejo Nacional Electoral (CNE), es una pieza en el aparato de la dictadura. Como ya es moda en todos los países en los que se implementa el fraude, el sistema de transmisión de datos se paralizó un momento.
Minutos después, y en un montaje similar a una ópera bufa, Elvis Amoroso, presidente del CNE, declaró que «luego de solventar una agresión contra el sistema nacional de datos y computado el 80% de votos», la tendencia a favor de Maduro era «contundente e irreversible». Amoroso aprovechó para señalar de narcotraficantes y ligados a genocidios a los ex presidentes que trataron de observar las elecciones en Venezuela.
La «victoria electoral» de Maduro era un triunfo anunciado. Hoy, reelecto para un tercer período que da continuidad al régimen impuesto por Hugo Chávez desde 1999, inicia un nuevo mandato del que difícilmente será desplazado y augura otros seis años de bonanza para la oligarquía burocrática y sus aliados, al tiempo que la crítica situación de la mayoría seguirá siendo el sello permanente en un país que tuvo la clase media más grande y próspera de la región, hasta que el izquierdismo se apoderó del gobierno.
Era prácticamente imposible una transición pacífica en un régimen narcoizquierdista sostenido por un ejército poderoso. Queda «poner las barbas en remojo» a todos los países donde existen gobiernos de izquierda que se instalaron a través de un fraude, tal como es el caso de Guatemala.
La lección que deja el montaje electoral venezolano, con todo y el apagón momentáneo del sistema de conteo, es que una vez en el gobierno, las izquierdas tienden a perpetuarse indefinidamente, mientras drenan los recursos de sus países y destruyen minuciosamente la economía y terminan con las libertades más básicas de la ciudadanía.