Tan lejos de Centroamérica, tan cerca de México (II)
Por Julio Valdez
Utilicemos un poco la imaginación. Si eres muy joven o si el recuerdo se olvidó, la perspectiva por el fin del conflicto armado se vivió de dos maneras: primero quienes pensaban que era bueno acabar con el desangramiento de una vez por todas.
Obviamente, la perspectiva que se poseía es que una vez esto sucediera, la paz, como era anunciada, se instalara y todos pudieses vivir bien. La segunda era que, al haber paz, aquellos que estaban luchando se desmovilizaran y prontamente pudiesen concretar, en democracia, todo por lo que había luchado,
O sea, que los revolucionarios ocasionalmente se convirtieran en gobernantes. La utilización del sesgo fue monstruosa. Los guerrilleros se presentaban como los defensores de los pobres e indígenas en países con dictaduras militares. Entonces, para los europeos y norteamericanos era que una vez hubiera paz, estos “defensores del pueblo” obtendrían el apoyo democrático de la población que defendían y luego podrían hacer los cambios necesarios para que ya no hubiera pobreza. Obviamente esto no sucedió.
Los dos modelos a los que hacemos referencia acá son los siguientes:
- Guerrillas armadas se convierten en partidos políticos y acceden al poder por medio de elecciones.
- Guerrilleros desmovilizados acceden al poder del Estado, en forma individual y/o colectiva, por medio de cuotas o bien como tecnócratas.
El primero modelo fue el que se perfiló para El Salvador y les sirvió muy bien, porque en cuestión de un par de periodos presidenciales, donde siguió teniendo el poder el partido de derecha que había suscrito los acuerdos de paz, el FMLN expandió su poder en gran parte de los municipios de aquel país por medio de sus corporaciones municipales. No incluiremos en este modelo a Nicaragua, porque ahí la guerrilla se hace con el poder una vez que el dictador Anastasio Somoza abandona el gobierno, luego de que se hace el traspaso a una junta de gobierno y demás.
Aun así, el FSLN en Nicaragua se constituye como partido político desde el poder y, luego usurpan incluso cuando pierden las elecciones entre 1990 y 2002, y luego se produce lo que vemos en la actualidad.
Ahora bien, ¿Por qué el modelo dos? Este fue utilizado en México según explican Bertrand De la Grange y Maite Rico (De la Grange Bertrand, 1997) donde nos relatan cómo el gobierno mexicano lidió con sus guerrillas, que fueron muchas, y es que, a lo largo de la historia del partido de la revolución institucional o PRI y sus casi 70 años en el poder, se llegó a constituir una política de mazo y zanahoria.
Por un lado, la represión a veces inmisericorde a esos movimientos guerrilleros y luego, la cooptación de sus lideres en el aparato estatal. Hay que recordar que el PRI era un partido de centro, corporativista como afirmaría Wikipedia, pero que se acercaba más a un partido que usaba el clientelismo y el discurso de izquierda no alineada.
Las dimensiones del Estado centralista mexicano eran enormes en comparación con los países centroamericanos, por lo tanto, era factible ceder espacios en algunas suscripciones territoriales a determinados liderazgos de extrema izquierda, sin que esto atentara contra el Estado. Es más, lo reafirmaba en su discurso grandilocuente a favor de los pobres.
Así como se hizo con sindicatos y organizaciones comunitarias y barriales el PRI cooptaba a las bases de la izquierda, esto le aseguró el poder por tantos años. Pues bien, este modelo se implanta en la cabeza de los exiliados guatemaltecos que residían en México, y que permanecían en las estructuras clandestinas o bien habían pasado a formar parte de las innumerables estructuras de ongs que recibieron miles de millones de dólares durante al menos tres décadas de enfrentamiento armado interno.
Estos dos modelos se entremezclaron para el caso de Guatemala, y terminó por configurarse lo que tenemos hoy y que ha tenido varias expresiones políticas en estos ya 28 años de “paz” y 39 de democracia.
Por un lado, se constituyó el partido político de la guerrilla, que no solo no alcanzó el poder nunca, sino que se ubicó en la marginalidad completa. Por otro lado, tenemos a gran parte de la estructura intelectual y diplomática de la guerrilla ocupando puestos en todos los gobiernos desde 1986 hasta la fecha.
Para poner uno de los ejemplos mas emblemáticos, fue el comisionado de la Paz del gobierno de Álvaro Arzú, el negociador senior, Gustavo Porras Castejón quien en menos de un año termino por cerrar las negociaciones con la guerrilla, si bien él mismo había formado parte de las filas insurgentes, obviamente no como combatiente.
Así podemos hablar de secretarios, ministros, asesores, diputados y demás. Para que entendamos lo complejo de esta situación, es preciso mencionar que estos nuevos tecnócratas, que una vez fueron militantes y activistas, dejaron de serlo una vez estaban en el poder, obviamente no abandonaban su ideología (no todos), lo que para los gobiernos de turno no era un problema. Es más, hasta cierto punto, como pasó con los mexicanos, era una ventaja porque les representaba cierto tipo de conexión con sectores “populares”, académicos pero sobre todo los diplomáticos.