Poder y liderazgo, a propósito de la cotidianidad
El título podría ser liderazgo y poder, pero el debate no se centra en la ubicación de las palabras, sino en el ejercicio práctico y consiente del usufructo temporal de la autoridad y poder, que se reconoce para alcanzar una visión o un resultado prospectivo, que en el ámbito político es el beneficio colectivo.
El liderazgo es más que influir en las creencias, valores y motivaciones de las personas. Este se asume por elección, es la aceptación de guiar un conglomerado
-desconocido- de personas hacia el logro del bien común, la libertad, la paz; en un ambiente seguro.
Para varios autores, liderazgo y poder están intrínsecamente relacionados entre sí. Por ejemplo, “La Teoría del Liderazgo Situacional”, asocia la madurez del seguidor -la ciudadanía-, como un factor determinante para el ejercicio del poder (Hersey, Blanchard). Desde el punto de vista de Hobbes el ejercicio del poder, es de carácter dominante, pero a ello se contrapone la libertad del individuo. Esta condición, es reiterada por Foucault, para quien si no existe la posibilidad de resistencia, no puede haber relaciones de poder.
Si se acepta, que el liderazgo es el proceso de influir en el comportamiento de otros, para lograr metas lícitas y que: el poder, es la capacidad de tomar decisiones en beneficio de quienes reconocen ese liderazgo; también se debería de coincidir que estas condicionantes, deberían estar respaldadas por el conocimiento de aquellos que asumen la responsabilidad de dirigir. Es decir, no conviene otorgar el liderazgo y el poder en una persona ignorante y peor si también es carente de ética.
Ante, lo dificil de encontrar personas con un perfil trinitario cercano a la carcterización anterior, nos lleva a conformarmos con la idea de que uno de ello, como es el conocimiento se puede alcanzar mediante la observación de determinadas acciones y sus resultados – ensayo y el error-, privilegio que no se puede dar a quienes tienen la responsabilidad de tomar decisiones en beneficio de un colectivo.
Para finalizar, es oportuno plantear y responder la siguiente interrogante: ¿Es el conocimiento necesario para desempeñar un cargo público? La respuesta es afirmativa. Antes de confiar la dirección de la cosa pública a alguien, debemos valorar el conocimiento y todo lo que representa, incluyendo la ética y la experiencia.
Algunas veces -no siempre- los electos, nombrados o aspirantes a servidores públicos, tienen la sapiencia para desempeñarlos. Pero, carecen de experiencia administrativa para obtener resultados; obviar esto al momento de aceptar un cargo u o aspirar a uno; es corrupción, que se explica en la siguiente frase anónima: “El primer acto de corrupción de un funcionario público, es aceptar un cargo para el que no tiene las competencias profesionales para desempeñarlo”.
Sylvie Kauffmann, aporta una reflexión que completa la frase anterior: “Cuando los ciudadanos se comportan como más sabiduría que los hombres y mujeres que compiten por representarlos, ha llegado la hora de dirigir una fuerte mirada al estado de nuestros sistemas políticos…” (The New York Times. 31/julio/2016).