Marchas fúnebres: el legado musical de Jesús de Candelaria
Cada Jueves Santo, las marchas fúnebres resuenan como plegarias convertidas en melodía. Entre ellas, las dedicadas a Jesús Nazareno de Candelaria y a la Santísima Virgen de Dolores se han convertido en un patrimonio espiritual de los guatemaltecos.
Redacción
Desde finales del siglo XIX, músicos, poetas y devotos han hallado en la imagen morena del Cristo Rey una fuente inagotable de inspiración. Las partituras escritas para Él —y para su Madre Dolorosa— son testimonio vivo de una tradición profundamente guatemalteca, donde la música sacra no solo acompaña al cortejo, sino que honra milagros, consagraciones y sentimientos que no caben en palabras.
La primera marcha documentada dedicada a Jesús de Candelaria data de 1893. Se titula «Jesús de Candelaria» y fue compuesta por el maestro Rafael Álvarez Ovalle, autor del Himno Nacional de Guatemala. Desde entonces, han surgido más de 40 piezas musicales creadas especialmente para la imagen, lo que convierte a esta advocación en una de las más inspiradoras del repertorio sacro nacional.

Las marchas fúnebres dedicadas a la Santísima Virgen de Dolores de Candelaria también tienen su espacio dentro de esta tradición, siendo «Virgen de Dolores» de Joaquín Orellana la primera que se conoce con esta dedicatoria específica, estrenada en 1949.
Muchos de los compositores han declarado que sus obras nacen como promesas, agradecimientos o exvotos por favores recibidos. Por ello, cada marcha lleva consigo una historia personal, una intención íntima, un momento de fe transformado en arte. Otras piezas han sido estrenadas en fechas especiales, como aniversarios de consagración, declaratorias de Patrimonio Cultural o celebraciones jubilares.
Nombres como Manuel Antonio Ramírez, Marco Tulio Ramírez, Rubén Milián, Enrique Córdova, Edgar Gálvez y más recientemente Rudy Cazali, Alexander Chacón y Elder Lemus figuran en el listado de compositores que han aportado al repertorio. La evolución musical abarca desde las formas clásicas con tintes románticos hasta influencias más contemporáneas, sin perder nunca la esencia sacra.

Un legado vivo
Las bandas procesionales, muchas de ellas conformadas por generaciones enteras de músicos, son las guardianas de este repertorio. Ensayan durante semanas, cuidan cada tempo, cada acento, cada silencio.
La interpretación de estas marchas no es solo una ejecución técnica, sino una forma de oración colectiva que resuena en las avenidas, en los corazones y en la memoria de un pueblo que vive su fe a flor de piel.