Hans-Hermann Hoppe y la monarquía hereditaria no constitucional como un (mal) sistema preferible a la democracia
Martín Cabrera
Vale la pena empezar con una aclaración importante: Hans-Hermann Hoppe no es monarquista, sino anarquista. Sin embargo, su análisis plantea una valoración favorable de la monarquía frente a la democracia, reconociendo que, si bien la monarquía sigue siendo un sistema defectuoso, resulta preferible a la democracia, a pesar de estar lejos de ser un buen sistema, como lo sería una sociedad de ley privada o anarquista.
Hoppe expone diversos argumentos en favor de la monarquía frente a la democracia, siendo el primero de ellos el cortoplacismo inherente al sistema democrático. La democracia fomenta una visión cortoplacista o «miopía» gubernamental debido a la limitada duración de los mandatos políticos. En contraste, un monarca gobierna durante toda su vida y transfiere su posición a su descendencia, lo que lo lleva a considerar el territorio bajo su mandato como una suerte de propiedad privada. Este enfoque incentiva al monarca a preservar el capital y a evitar decisiones cuyas consecuencias a largo plazo puedan ser perjudiciales o destructivas, dado que él mismo o su heredero serán responsables de enfrentar dichas consecuencias. El monarca tiene una baja preferencia temporal. Por otro lado, el gobernante democrático, con horizontes políticos limitados, está incentivado a priorizar beneficios inmediatos, es decir, saquear todo lo posible, a expensas del bienestar futuro. Ejemplos de este fenómeno son las políticas keynesianas implementadas en diversos países. Por poner un ejemplo preciso, y contemporáneo, Japón. Estas políticas de estímulo y expansión crediticia tienden a estimular la economía a corto plazo, pero generan crisis económicas en el largo plazo, como la Gran Depresión de 1929, resultado de las políticas de estímulo y la expansión crediticia en los años 20, o la Gran Recesión de 2008, resultado de esas mismas políticas durante los años 2000. Los gobernantes democráticos tienen una alta preferencia temporal.
El segundo argumento se centra en la inestabilidad política propia de la democracia. En sistemas democráticos, los cambios de gobierno frecuentes generan incertidumbre en cuanto a leyes, regulaciones e impuestos futuros. Esta incertidumbre desincentiva la acumulación de capital y fomenta el consumo inmediato, lo que obstaculiza el progreso económico. En contraste, los periodos de gobierno más prolongados en una monarquía tienden a reducir esta incertidumbre, creando condiciones más favorables para el ahorro, la acumulación de capital y la inversión.
El tercer punto abordado por Hoppe es la legitimidad percibida y la responsabilidad gubernamental. En una monarquía, el gobernante es percibido como un individuo con privilegios claros y exclusivos, lo que lo hace menos legítimo ante los ojos del pueblo. Por el contrario, en una democracia, el gobernante es considerado legítimo porque ha sido elegido por la mayoría. Esta legitimidad percibida hace que la ciudadanía tolere de manera más pasiva los abusos de poder y la supresión de las libertades individuales. Además, en una monarquía, el monarca es el responsable evidente de las decisiones políticas, lo que facilita que los ciudadanos exijan rendición de cuentas. En una democracia, la responsabilidad se diluye en el colectivo, ya que se percibe que el pueblo mismo ha elegido al gobernante. Esta percepción fomenta la tolerancia ante políticas perjudiciales y el pisoteo de las libertades individuales, y dificulta que se cree una voluntad de resistencia en los individuos.
La percepción democrática también tiene implicaciones en el ámbito de la guerra. Antes de la Revolución Francesa, los conflictos bélicos se limitaban principalmente a la aristocracia. Los conflictos eran percibidos por el pueblo como ajenos a ellos. Los aristócratas luchaban entre ellos con ejércitos de mercenarios, soldados de profesión, y existía una regla no escrita de respeto a la propiedad privada de los ciudadanos. Existía incluso comercio entre pueblos cuyos gobernantes estaban en guerra. Con la democratización del poder político surge la idea de que «el Estado somos todos», y consecuentemente, todos tienen el deber de defender al Estado, porque defenderlo es defenderse a sí mismo. Así nace el servicio militar obligatorio. Durante el siglo XVIII, Francia sufrió múltiples humillaciones militares. Sin embargo, Napoleón conquistó media Europa. Esto se debe a que mientras que Francia reclutaba obligatoriamente a sus ciudadanos, los oponentes seguían luchando “a la antigua”, con ejércitos de mercenarios. Este cambio marcó el inicio de conflictos mucho más destructivos, como las guerras mundiales del siglo XX. La guerra total moderna es una consecuencia más de los principios democráticos. Finalmente, Hoppe critica la competencia por el poder inherente a la democracia. Mientras que en el mercado existe la competencia cataláctica, competencia para producir, en la política se traduce en una competencia por el saqueo. La democracia prácticamente garantiza que las personas más inescrupulosas, demagogas y oportunistas serán quienes accedan al poder, dado que son estas características las que maximizan el éxito en un sistema electoral. Por el contrario, aunque en una monarquía no hay garantías de que el gobernante sea virtuoso, tampoco hay certeza de que sea corrupto o inepto.
En conclusión, aunque Hoppe no aboga por la monarquía como un sistema ideal, argumenta que, comparada con la democracia, la monarquía presenta incentivos más alineados con la preservación del capital, la estabilidad política y la resistencia al poder gubernamental. Sin embargo, ambos sistemas quedan muy por debajo del ideal de una sociedad de ley privada. Expreso también mi total acuerdo con los argumentos de Hoppe.
Bibliografía
Hoppe, Hans-Hermann (2001). Democracy: The God That Failed
Hoppe, Hans-Hermann (2015). A Short History of Man — Progress and Decline.
Kuehnelt-Leddihn, Erik Ritter von (1952). Liberty or Equality.
Kuehnelt-Leddihn, Erik Ritter von (1990). Leftism Revisited.