Emociones que enferman
Creo que es posible creerle a los expertos, cuando dicen que lo que sentimos emocionalmente suele convertirse en cómo nos sentimos físicamente. Y es que la falta de paz del corazón humano puede tener consecuencias devastadoras. Manifiesta la falta de armonía en el alma y desajusta completamente la forma de pensar; y por consiguiente le permite a nuestra mente crear un mundo falso de angustia y ansiedad, y una plenitud de trastornos psicosomáticos que deterioran el desempeño de una vida cargada de plenitud.
Y es fácil, sin darnos cuenta, empezar con ponerle atención a ciertas dudas que nos acosan, a recuerdos dolorosos, al estrés que nos lástima, el ruido interior de la falta de perdón hacia los demás y un exceso de amargura que ya la logramos disimular bastante, pero que ha tenido manifestaciones orgánicas y una factura difícil de pagar. Literalmente, hay millones de personas en el mundo hoy que sufren de falta de paz y el cuerpo ha tenido que pagar las consecuencias.
No todas las enfermedades tienen su causa en la falta de paz, y es que a algunas personas les cuesta aceptar la realidad de la conexión mente-cuerpo. Es difícil recibir un diagnóstico donde no es un virus o una bacteria o la predisposición genética, sino la responsabilidad personal y el desafío individual a elegir pensar y sentir de forma diferente, a elegir perdonar, decidir amar y aceptar ciertas situaciones que con un poco de comprensión, le podemos encontrar la solución que requiere.
Cómo es posible que le permitimos a ciertas facetas de nuestras vidas a estar atrapadas en un círculo de emociones tóxicas: resentimiento y amargura, ansiedad y miedo debido a experiencias pasadas, pena, tristeza y desesperanza y una disonancia con el enfoque de un futuro que pueda ser construido con un espíritu de alegría y motivación personal ante los sueños que cada ser humano debería de tener al ser poseedor de la vida misma.
Si miramos las estadísticas de Estados Unidos, el país donde los sueños se cumplen, hay que resaltar que consumimos 12 mil millones de tranquilizantes, 8 mil millones de barbitúricos, 6 mil millones de anfetaminas y 24 mil toneladas de aspirinas, por año. Y eso es apena la punta del iceberg en cuanto a medicamentos Y respecto a sustancias como el alcohol, la nicotina y diversos otros estimulantes que tomamos cada año en un intento por soportar y enfrentar las emociones tóxicas y el estrés resultante. 19.7 millones de adultos (12 años o más) lucharon contra el uso de sustancias en el 2017, y casi 220 personas mueren cada día por sobredosis. El país pierde 740 millones de dólares anuales en la productividad laboral.
Lamentablemente estas medicaciones y tratamientos no parecen contener la marea. Hay estudios que demuestran cada vez más la relación entre enfermedades modernas y una epidemia de emociones fatales en nuestra cultura. Hemos avanzado muy poco en nuestro caminar por llegar a conocer la verdadera causa de esa fragmentación emocional actual y poder llegar al corazón de la enfermedad o cómo prevenirla.
Leyendo sobre el tema, encontré una conversación con uno de los estudiantes universitarios, que sorprende aún más: “ Siempre estoy de una de dos manera dijo uno de ellos. Con muy buenas notas y una mención honorífica. O estoy cansado, o estresado o excitado. Solamente tengo dos velocidades, alta y baja, y creo que mi capacidad de reaccionar se estropeó. Lo que más me preocupa es que ya nada me parece maravilloso. Nunca me excito o entristezco demasiado. Apenas logro reírme a carcajadas, o llorar hasta no dar más. Paso por todas las emociones y movimientos, pero pareciera no sentir nada con intensidad. He estado en el parque de Disneyland. He podido ir a esquiar, he experimentado ski-jet, tírame de paracaídas, tener sexo salvaje, me he emborrachado hasta perder el sentido y me he drogado. No hay nada que logre apagarme o encenderme. Tengo 19 años y me siento como si estuviera en una crisis profunda de mi vida”.
Los comentarios de uno de los maestros dice: “que llegan a clase con un aspecto cansado, tosiendo, estornudando y con todo tipo de infecciones, desde resfriados crónicos hasta mononucleosis. Cuando esta gente llega a la adultez ha sido testigo de mas de setenta mil asesinatos simulados en la televisión, y todos conocemos esa sensación que tenemos cuando vemos una película de éstas. El cuerpo pasa por una respuesta de adrenalina momentánea. Y así somos testigos pasivos de momentos de placer, de estrés y de excitación creada, lo cual nos lleva a saturarnos y luego buscar afuera cosas nuevas e innovadoras o que apelan a los sentidos. La persona comienza a considerar que la sobre estimulación es lo normal y que todo lo que sea menos que una ponencia exagerada de hormonas se convierte en algo aburrido.
Hasta que terminamos llorando a través de la piel. Desahogándonos con infecciones, erupciones dolorosas, alergias y desastres internos por tener acceso a divorcios complicados y suficientes desánimos por no tener un asidero fuerte a las más mínimas creencias sólidas que puedan fortalecernos cuando ese flujo de adrenalina nos termina poniendo a prueba.
Continuará….