Del camarada revolucionario al honorable democrático: La deformación en el lenguaje
Por Franco L. Farías, Director del Movimiento Libertario de Guatemala y coordinador senior de Students For Liberty.
Cuando los totalitarismos del siglo pasado querían “librarse” de alguien que “hace mucho revuelo”, incluso si la persona en cuestión no incuria en ninguna actitud contraria a las leyes, los tiranos y autócratas siempre tenían una carta bajo la manga: las actitudes antirrevolucionarias.
Hoy en día, que la revolución ha pasado un poco de moda (y la gente que se considera revolucionaria actualmente, le revolvería el estomago a los revolucionarios del siglo pasado, pues entienden al acto revolucionario como desnudarse en una manifestación, defecar en publico u otras aberraciones), los revolucionarios antiguos han cambiado de traje, mas no de intención, pasaron del traje militar al saco y la corbata. Transmutaron sus ideas e intentaron vestirlas de una manera más comercial para nuestros días, pero como dice el conocido refrán: “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”.
Quiero decir con esto que muchos de los hoy llamados “demócratas”, son solo contingentes a su tiempo, que han adoptado esa careta porque es la que mas le parece razonable hoy en día, y si la gente mañana viera como sensato que nos gobernaran los sacerdotes, ellos serian los primeros en proclamarse como los sacerdotes de la igualdad, los vicarios de la redistribución en la tierra.
Pero, a pesar de que vistan, se vean, e incluso huelan diferente -pues han pasado del olor a pólvora a las mas finas fragancias francesas-; muchas veces, siguen usando las mismas técnicas.
Como mencionaba anteriormente, la trampa favorita de los regímenes liberticidas del pasado, ha sido la de acusar a sus detractores de antirrevolucionarios o contrarrevolucionarios, esta costumbre se ha mantenido impoluta, prácticamente, desde Robespierre hasta la dinastía de los Castro. Hoy en día, sin embargo, si los revolucionarios están disfrazados, disfrazan también su técnica y ahora llaman a los que les molestan como “antidemocráticos”.
No quiero decir con esto, que en la sociedad no existan grupos que quieran acabar la democracia y reemplazarla por otra forma de administrar el poder, me refiero a que -y el lector seguramente estará pensando en un ejemplo ahora mismo- a veces parece que cualquier cosa que se contraponga contra lo que es “comúnmente” aceptado, pasa a ser antidemocrático. Esto a veces llega a tal nivel que nos recuerda la fabula de Pedrito y el lobo, donde Pedrito le miente tantas veces a los pastores sobre que “viene el lobo”, que cuando el lobo realmente viene, estos lo ignoran y el lobo devora a todas ovejas.
Realmente, llega a parecer sospechoso como ciertos sectores políticos llaman a sus adversarios como antidemocráticos, a la vez que asocian la democracia con el bien. Luego parece que mas que una contienda política es una cosa del bien contra el mal. No tengo ninguna duda de que muchos de los que hoy son llamados antidemocráticos, hace cien años serían los antirrevolucionarios, simplemente son los que incomodan a determinados grupos.
De lo que digo, hoy hay ejemplos por montones, prefiero no dar ninguno en particular porque me parece que lo que denuncio es tan universal que, si ejemplifico, acoto. Estoy seguro que el lector ha recordado algunos ejemplos mientras se sumerge en el artículo.
La acusación de antidemocracia va sumada a la censura, al ostracismo, y aquí es donde está el problema, mientras las personas que se valen de esta artimaña solo vociferen en las plazas y en las redes sociales, no hay mucho problema; otro asunto es cuando estos vociferadores llegan al poder, pues usan la coacción contra los que difieren en ideas. Ahí pueden darse el lujo de sacarse la máscara democrática.