China: poder con un eje euroasiático
Cita cumbre en Tianjin reunió a más de veinte jefes de Estado
La reunión de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) en Tianjin fue la vitrina elegida por China para mostrar que el mundo no gira en torno a Washington, sino en un eje euroasiático que busca liderar con pragmatismo transaccional, préstamos millonarios y una narrativa de estabilidad frente al desorden global. Nacida en 2001 para gestionar fronteras y combatir el extremismo, la OCS congrega a diez naciones con perfil autocrático, que representan el 40% de la población mundial y una cuarta parte del PIB. Se presenta como una alternativa de gobernanza menos ideológica y más funcional en tiempos de sanciones, aranceles y reglas arbitrarias.
Xi Jinping buscó proyectar a China como actor moral, declarando que “el pueblo chino se mantiene firme en el lado correcto de la historia y del progreso de la civilización humana. Defenderemos el camino del desarrollo pacífico… para construir un futuro compartido”. El mensaje intentaba contrastar el ideal de un orden multipolar frente a un Estados Unidos errático en política exterior.
Tianjin reunió a más de veinte jefes de Estado, destacando Rusia, India y Turquía como invitado. La declaración final evitó mencionar a Ucrania, condenando la coerción económica y el terrorismo. Rusia encontró oxígeno político y económico; Putin pudo mostrar cercanía con Xi y normalizar su giro estructural en Asia.
Para India la cumbre fue una bisagra: Narendra Modi reapareció en China tras siete años, se reunió con Xi y Putin, pero evitó el desfile de Pekín, recordando que la paz en la frontera del Himalaya es condición para cualquier acercamiento real. Nueva Delhi se mueve entre sanciones y aranceles de Estados Unidos, cooperación con Japón e inversiones masivas en tecnología, para no subordinarse ni a China ni a Washington.
El telón de fondo fue el mayor desfile militar en la historia china, conmemorando el fin de la Segunda Guerra Mundial, con Xi, Putin y Kim Jong Un en la tribuna de la plaza de Tiananmén. El Ejército Popular de Liberación exhibió drones submarinos, misiles hipersónicos, sistemas antisatélite y armamento de energía dirigida. El espectáculo reforzó la narrativa de que China es un gigante económico y también militar, con poder de disuasión global. Xi insistió en la paz y el desarrollo, pero la contradicción con su postura hacia Taiwán e incursiones en el Indo Pacífico generan desconfianza.
Donald Trump reaccionó con un mensaje en redes, y lanzó preguntas cargadas de ironía: si Xi recordaría “el enorme apoyo y la ‘sangre’ que Estados Unidos brindó a China para ayudarla a asegurar su libertad de un invasor extranjero muy hostil”. Apeló a la memoria de soldados estadounidenses caídos en Asia. Envió un saludo sarcástico a Xi, Putin y Kim Jong Un: “Mientras conspiran contra Estados Unidos de América”. Su tono apuntó al núcleo de la disputa: el reconocimiento del rol estadounidense en la historia y los temores de una coalición que erosione el orden que Washington lidera por décadas.
China construye una arquitectura paralela de seguridad y financiamiento, ensayada en la OCS y dramatizada en el desfile militar. No es un nuevo orden, pero sí un espacio para negociar transacciones, lealtades y alternativas al dólar. Estados Unidos conserva la innovación y un poder financiero que combina con aranceles, sanciones y mensajes erráticos, presionando a sus aliados. Estas políticas facilitan el relato chino como “voz previsible” en medio del caos, aunque su mercantilismo y capitalismo de Estado despiertan desconfianza. Tianjin y Pekín certifican que la multipolaridad es la arena donde se decide el precio de pertenecer al siglo XXI.