Alfombras de aserrín: Un homenaje efímero al paso de los Nazarenos y la Santísima Virgen
Durante la Semana Santa en Guatemala, las calles se transforman en un lienzo de colores y formas, donde el aserrín, las flores, y la creatividad se fusionan en una muestra de devoción y arte efímero.
Redacción
Las famosas alfombras de aserrín, que cubren las calles y caminos por donde pasarán las solemnes procesiones, no solo reflejan la fe del pueblo, sino también una tradición que data de tiempos ancestrales.
Cada año, los vecinos, se reúnen desde el amanecer para crear estos tapetes, dedicando horas a su confección. Este esfuerzo colectivo es más que una labor manual: es un acto de gratitud y una ofrenda a Jesucristo, una tradición que tiene sus raíces en la época prehispánica y que ha sido enriquecida por influencias coloniales.

Historia de las alfombras
La historia de las alfombras de aserrín se remonta a la llegada de los colonizadores españoles en el siglo XVI, quienes trajeron consigo rituales cristianos y la costumbre de crear tapetes ceremoniales para las procesiones. Se sabe que, en esa época, los sacerdotes y nobles caminaban sobre alfombras hechas con flores, pino y plumas de aves como el quetzal, emblema nacional de Guatemala.
A lo largo de los siglos, la tradición se ha adaptado e incorporado elementos de la cultura maya, convirtiéndose en una de las manifestaciones más características de la Semana Santa guatemalteca.

El significado de estas alfombras es profundo: no solo son una manifestación artística, sino una expresión de la fe católica, un compromiso con la devoción religiosa y una forma de agradecimiento por favores recibidos.
Los participantes dedican su tiempo y esfuerzo en una muestra tangible de su fe y de su conexión con lo divino. Además, las alfombras se han convertido en una verdadera forma de arte, con diseños que varían desde intrincados arabescos hasta representaciones religiosas, siempre utilizando los materiales locales más coloridos y representativos: aserrín, flores, frutas y hasta arena.